martes, 21 de septiembre de 2010

EROS Y PSIQUE


Los griegos sí que la "manyaban lunga" en cuestiones de la naturaleza humana. Sus dioses, tan antropomórficos como imperfectos, y los mitos que narran sus aventuras celestes y pedestres denotan una observación precisa del proceder de los hombres, con grandezas y miserias, sin la carga del juicio moral, tan propio de la visión judeo-cristiana.

Su concepción del amor es ciertamente escandalosa para las señoras de bien, ya que relegaban a la mujer a la función reproductora para entregarse los señores al llamado posteriormente "vicio griego", el amor entre varones, dado que sólo entre ellos se consideraban pares. Esto y no otra cosa es el amor platónico, un sentimiento de complementaridad entre iguales o hacia alguien que, con educación y tutela, podría llegar a convertirse en igual. Las mujeres, en tanto, se las arreglaban como podían, que siempre hay caballeros bien dispuestos. Otras se elevaban al nivel de los hombres, destacándose por su conocimiento o su arte, como el caso de Téano, Aspasia o Hipatia.

De lo que se desprende que la comunión entre la atracción física y la atracción intelectual no iban por carriles separados. Por supuesto, tenemos un mito ad-hoc para abonar esta aseveración. Eros representaba el amor masculino, la fertilidad y el sexo. Para algunos, era hijo de los amores furtivos de Afrodita, la diosa de la belleza y el amor femenino, y el belicoso Ares. Según Platón, era fruto de la unión de Poros (la abundancia) y Penia (la pobreza), de ahí sus vaivenes. En la Teogonía de Hesíodo, nace del caos primordial, junto a Gea, la tierra, y Tártaro, el inframundo. Aristófanes lo hace producto de Nix, la noche, y Erebo, la oscuridad, tal vez porque el crepúsculo propicia el encuentro de los amantes. En lo que coinciden los cronistas es que Eros andaba de aquí para allá con su arco y sus flechas, disparándole a los desprevenidos y a los que les tenía bronca, como hizo con Apolo al enamorarlo de Dafne.

Es Apuleyo, el autor latino, quien en su Metamorfosis recopila la leyenda popular de los amores de Eros y Psique. Psique representaba el alma, la mente, o una combinación de ambas. Era la menor de las tres hijas de un rey de Anatolia, famosa por su belleza. Tan hermosa era que Afrodita sintió celos y envió a Eros a que le lanzase una flecha oxidada y maltrecha, a fin de que se enamorara del hombre más horrible. Pero hete aquí que cuando la vio se enamoró y lanzó la flecha al mar. La raptó y la llevó a su palacio celestial, sin revelar su identidad. Una vez allí hubo que disimular para que no se enterara la suegra y por lo tanto sus encuentros tenían lugar por la noche y sin mirarse el rostro. Todo iba bien hasta que Psique se quejó de que extrañaba a su familia. Eros sospechó que sus cuñadas iban a hacerle la cabeza a Psique, valga la redundancia, pero consintió el encuentro. Lo dicho: las hermanitas, envidiosas de la felicidad de la linda, la convencieron de que debía averiguar la identidad de ese marido tan maravilloso. Así una noche Psique encendió una lámpara para ver la cara de Eros dormido, con tan mala pata que se le derramó una gota de aceite y se despertó. Decepcionado, él la abandona. Ella, desesperada le pide ayuda a Afrodita. A buen puerto fue por leña: la diosa le encomienda cuatro tareas espantosas para recuperar el amor de su hijo. Después de realizarlas, el cuento tuvo final feliz y con la bendición de Zeus, se casaron como corresponde y dieron a luz a un varoncito que llamaron Placer. Dicen que hasta la suegra bailó en esa boda, demostrando que no era tan bruja como parecía.

La construcción mítica es impecable: el deseo unido a la conciencia dan como producto el goce. Siglos antes de la aparición del psicoanálisis, plantea la dicotomía entre la pasión y la razón, que al fin y al cabo van unidas. Sin recurrir a los libros de autoayuda, los griegos, y luego los romanos, entendían que para amar es necesario creer en lo que no se ve pero se percibe.

La literatura ha hecho del amor uno de sus grandes temas, porque es uno de los grandes temas del hombre. Volvemos a convocar poetas, hombres y mujeres de gran sensibilidad y sabiduría para poner en palabras algo tan etéreo. Es primavera, la estación del reverdecimiento, de la naturaleza potente que resurge, de la esperanza para quien busca, del reencuentro para quien ya tiene, y entre blues y blues en el bar de Tlön todos suspiran...

Bendito sea el año, el punto, el día...
Francesco Petrarca

Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan sólo lo comparte.


Amor verdadero
William Shakespeare

No, no aparta a dos almas amadoras
adverso caso ni crüel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas.

Es fanal que borrascas bramadoras
con inmóviles rayos desafía;
estrella fija que los barcos guía;
mides su altura, mas su esencia ignoras.

Amor no sigue la fugaz corriente
de la edad, que deshace los colores
de los floridos labios y mejillas.
Eres eterno, Amor: si esto desmiente

mi vida, no he sentido tus ardores,
ni supe comprender tus maravillas.


Acuérdate de mí
Lord Byron

Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que vengas a mi tumba a sollozar.


Oh, amor mío, amor mío...
Elizabeth Barret-Browning

Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso
que existías ya entonces, hace un año,
cuando yo estaba sola aquí en la nieve
y no vi tus pisadas ni escuché
tu voz en el silencio... Mi cadena,
eslabón a eslabón, iba midiendo
como si no pudiese verme libre
por tu posible mano... ¡Hasta beber
la prodigiosa copa de la vida!
¡Qué extraño no sentirte en el temblor
del día o de la noche, voz, presencia,
ni adivinarte en esas flores blancas!
Yo era ciega lo mismo que el ateo
que no descubre a Dios al que no ve.


Annabel Lee
Edgar Allan Poe

Hace ya muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
vivía una muchacha, cuyo nombre
os daré a conocer: Annabel Lee,
la cual no tenía otro pensamiento
que el de amar y ser amada por mí.

Yo era un chiquillo y ella una chiquilla
en este reino junto al mar;
pero nos amabamos con un amor que era más que amor
yo y mi Annabel Lee,
con un amor que hasta los serafines
nos envidiaban, a ella como a mí.

Y esa fue la razón de que hace tiempo,
en este reino junto al mar,
soplara el viento de una nube helando
a mi bella Annabel Lee;
que sus padres de origen noble
se la llevaran lejos de mí
y fueran a enterrarla en un sepulcro,
allá en un reino junto al mar.

Angeles infelices en el cielo
nos envidiaban, a ella como a mí,
y esa fue la razon -todos lo saben
en ese reino junto al mar-
por la cual salió el viento de esa nube, de noche,
helando y matando a mi Annabel Lee.

Pero fue más fuerte nuestro amor,
que el de aquellos, más grande,
y ni los serafines arriba en el cielo
ni los demonios abajo en el mar,
podrán mi alma separar del alma
de mi bella Annabel Lee.

Ya que no brilla la luna sin traerme
los sueños de la bella Annabel Lee,
y las estrellas no aparecen nunca
sin la mirada fiel de la bella Annabel Lee,
y así durante el flujo y el reflujo,
duermo junto a mi esposa Annabel Lee,
en el triste sepulcro abandonado,
en nuestra tumba, allá en el mar.


Él era débil y yo era fuerte...
Emily Dickinson

Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
y entonces yo era débil y él era fuerte,
y dejé que él me guiara a casa.

No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.

El día irrumpió, tuvimos que separarnos,
ahora ninguno de los dos era más fuerte,
él luchó, yo también luché,
¡pero no lo hicimos a pesar de todo!


¡Aymé!
Alfonsina Storni

Y sabías amar, y eras prudente,
y era la primavera y eras bueno,
y estaba el cielo azul, resplandeciente.

Y besabas mis manos con dulzura,
y mirabas mis ojos con tus ojos,
que mordían a veces de amargura.

Y yo pasaba como el mismo hielo...
Yo pasaba sin ver en dónde estaba
ni el cruel infierno ni el amable cielo.

Yo no sentía nada... En el vacío
vagaba con el alma condenada
a mi dolor satánico y sombrío.

Y te dejé marchar calladamente,
a ti, que amar sabías y eras bueno,
y eras dulce, magnánimo y prudente.

Toda palabra en ruego te fue poca,
pero el dolor cerraba mis oídos...
Ah, estaba el alma como dura roca.


Ay, voz secreta
Federico García Lorca

Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!

¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!

Huye de mi, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Deja el duro marfil de mi cabeza
apiádate de mi, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!


Del amor navegante
Leopoldo Marechal

Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.

Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.

Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.

¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.


No se me importa un pito que las mujeres...
Oliverio Girondo

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.


Cuando tú me elegiste...
Pedro Salinas

Cuando tú me elegiste
-el amor eligió-
salí del gran anónimo
de todos, de la nada.
Hasta entonces
nunca era yo más alto
que las sierras del mundo.
Nunca bajé más hondo
de las profundidades
máximas señaladas
en las cartas marinas.
Y mi alegría estaba
triste, como lo están
esos relojes chicos,
sin brazo en que ceñirse
y sin cuerda, parados.
Pero al decirme: “tú”
a mí, sí, a mí, entre todos-,
más alto ya que estrellas
o corales estuve.
Y mi gozo
se echó a rodar, prendido
a tu ser, en tu pulso.
Posesión tú me dabas
de mí, al dárteme tú.
Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
Sé que te volverás
atrás. Cuando te vayas
retornaré a ese sordo
mundo, sin diferencias,
del gramo, de la gota,
en el agua, en el peso.
Uno más seré yo
al tenerte de menos.
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.
Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.


El amor
Pablo Neruda

Pequeña
rosa,
rosa pequeña,
a veces,
diminuta y desnuda,
parece
que en una mano mía
cabes,
que así voy a cerrarte
y a llevarte a mi boca,
pero
de pronto
mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
has crecido,
suben tus hombros como dos colinas,
tus pechos se pasean por mi pecho,
mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
línea de luna nueva que tiene tu cintura:
en el amor como agua de mar te has desatado:
mido apenas los ojos más extensos del cielo
y me inclino a tu boca para besar la tierra.


No es el amor quien muere...
Luis Cernuda

No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.


El amenazado
Jorge Luis Borges

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La
hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición el aprendizaje de las palabras que usó
el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad,
las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven
amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche
intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz
del ave, ya se han oscurecido los que miran por la ventana, pero la
sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con su pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos que cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.


La lenta máquina del desamor...
Julio Cortázar

La lenta máquina del desamor,
los engranajes del reflujo,
los cuerpos que abandonan las almohadas,
las sábanas, los besos,
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo,
ya no mirándose entre ellos,
ya no desnudos para el otro,
ya no te amo,
mi amor.


Amor
Idea Vilariño

Amor
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.
Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.
Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.