lunes, 24 de agosto de 2009

Diez poetas para el siglo veinte


De los géneros literarios, ninguno tan caprichoso como la poesía, esa musa que aparece cuando se le canta. Desde que a fines del mil ochocientos se liberó del yugo de la métrica y reinventó el lenguaje y la sintaxis, ha sido la arcilla más amable para expresar las perplejidades del hombre contemporáneo.

Es la poesía que reemplaza el ritmo por la rima, el símbolo por el objeto. Es la exuberancia americana plasmada en el modernismo, es el nihilismo dadá, la vanguardia surrealista, el absurdo ultraísta, la naturaleza creacionista, la posmodernidad beatnik.

Nuevamente apelamos a nuestra subjetividad para convocar a diez poetas, reunidos con el único criterio que conocemos: nos gusta cómo escriben.

Vayamos, pues, al bar de Tlön, donde, entre copa y copa, los bardos nos complacerán con la palabra. La casa invita.

Tabaquería


No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe
quién es
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?),
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,
A una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace
blancos los cabellos de los hombres,
Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de
nada.
Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir,
Y no tuviese más hermandad con las cosas
Que la de una despedida, tornándose esta casa a este lado de la
calle
La hilera de vagones de un tren, y el silbido de una partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un chirriar de huesos al arrancar.
Estoy hoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí por la ventana trasera de la casa.
Fui al campo con grandes propósitos.
Pero allí sólo encontré yerbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Me retiro de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de
pensar?
¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber
tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno,
No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con
tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
Y quién sabe si realizables,
¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga
razón.
He soñado más que Napoleón.
He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que
Cristo.
Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para esto,
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie
de una pared sin puerta,
Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero,
Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina,
Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no
venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero nos despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los
chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, niña sucia, come!
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú
los comes!
Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño,
Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.)
Pero queda al menos de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico hendido hacia lo Imposible.
Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua con vida,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué
inspire!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco
Me invoco a mí mismo y nada encuentro.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)
Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni
creído
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer
nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan
la cola
Y que es cola más acá del lagarto que se retuerce.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que pude hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me
perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arrojé y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había
quitado.
Arrojé la mascara y dormí en el vestidor
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice,
Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete con el que tropieza un borracho
O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada.
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó
en ella.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida
Y con la incomodidad de una alma que mal entiende.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también mis versos.
Después morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las
cosas como letreros,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del
misterio de la superficie,
Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa.
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como mi camino,
Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una
indisposición.
Después me reclino en la silla
Y sigo fumando.
Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita.
(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez sería feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo
del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la
Tabaquería sonrió.

Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935)
Si después de yo morir quisieran escribir mi biografía no hay nada más sencillo. Tiene sólo dos fechas la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra todos los días son míos.

La voz a ti debida


Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

Pedro Salinas (Madrid, 1891 - Boston, 1951)
Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas.

Noche


Los mostradores del cinc pasan por las cloacas,
la lluvia vuelve a ascender hasta la luna;
en la avenida una ventana
nos revela una mujer desnuda.

En los odres de las sábanas hinchadas
en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.

El rostro obtuso de los techos
contempla los cuerpos extendidos.
Entre el suelo y los pavimentos
la vida es una pitanza profunda.

Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresca,
el vientre está bien.

Mira como se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra
la vida está vacía,
la cabeza está lejos.

En alguna parte un poeta piensa.
No tenemos necesidad de la luna,
la cabeza es grande,
el mundo está atestado.

En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos.

Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.

En el ángulo oblicuo de los techos
de todos los aposentos que tiemblan
se acumulan los humos marinos
de los sueños mal construidos.

Porque aquí se cuestiona la Vida
y el vientre del pensamiento;
las botellas chocan los cráneos
de la asamblea aérea.

El Verbo brota del sueño
como una flor o como un vaso
lleno de formas y de humos.

El vaso y el vientre chocan:
la vida es clara
en los cráneos vitrificados.

El areópago ardiente de los poetas
se congrega alrededor del tapete verde,
el vacío gira.

La vida pasa por el pensamiento
del poeta melenudo.

Antonin Artaud (Marsella, 1896 - Paris, 1948)
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos...


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.

Cesare Pavese (Cúneo, Italia, 1908 - Turín, 1950)
Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada.

En mi oficio o mi arte sombrío...


En mi oficio o mi arte sombrío
ejercido en la noche silenciosa
cuando sólo la luna se enfurece
y los amantes yacen en el lecho
con todas sus tristezas en los brazos,
junto a la luz que canta yo trabajo
no por ambición ni por el pan
ni por ostentación ni por el tráfico de encantos
en escenarios de marfil,
sino por ese mínimo salario
de sus más escondidos corazones.

No para el hombre altivo
que se aparta de la luna colérica
escribo yo estas páginas de efímeras espumas,
ni para los muertos encumbrados
entre sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, para sus brazos
que rodean las penas de los siglos,
que no pagan con salarios ni elogios
y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.

Dylan Thomas (Swansea, Gales, 1914 - Nueva York, 1953)
Sólo hay una posición para un artista en cualquier lugar, y es estar en posición vertical.

Poema para todas las mujeres


Sobre tus blancos pechos lloro,
mis lágrimas bajan por tu vientre
y se embriagan del perfume de tu sexo.
¿Mujer, qué máquina eres, que solo me tienes desesperado
confuso, niño para contenerte?
¡Ah, no cierres tus brazos sobre mi tristeza, no!
¡Ah, no abandones tu boca a mi inocencia, no!
Hombre, soy bello, Macho, soy fuerte; poeta soy altísimo
y sólo la pureza me ama y ella es en mí, una ciudad
y tiene allí mil y una puertas.
¡Ay! tus cabellos huelen a la flor del mirto
¡Mejor sería morir o verte muerta
y nunca, nunca más poder tocarte!
Pero, fauno, siento el viento del mar rozarme los brazos
Ángel, siento el calor del viento en las espumas
Pájaro, siento el nido en tu vello
¡Corred, corred, oh lágrimas nostálgicas
ahogadme, sacadme de este tiempo
llevadme hacia el campo de las estrellas
entregadme de prisa a la luna llena
dadme el lento poder del soneto,
dadme la iluminación de las odas
dadme el cantar de los cantares.
Que no puedo más, ¡Ay!¡que esta mujer me devora!
¡que yo quiero huir, quiero a mi mamita,
quiero el regazo de Nuestra Señora!

Vinicius de Moraes (Río de Janeiro, 1913-1980)
Con lágrimas de tiempo y de la cal de mi día que hice el cemento de mi poesía.

Cálculo elegíaco


Cuántos de los que he conocido
(si de verdad los he conocido)
hombres, mujeres
(si esta división sigue vigente),
han atravesado este umbral
(si esto es un umbral),
han cruzado este puente
(si se puede llamar puente).

Cuántos después de una vida más corta o más larga
(si para ellos en eso sigue habiendo alguna diferencia),
buena porque ha empezado,
mala porque ha acabado
(si no prefirieran decirlo al revés),
se han encontrado en la otra orilla
(si se han encontrado
y si la otra orilla existe).

No me es dado saber
cuál fue su destino
(ni siquiera si se trata de un solo destino,
y si es todavía destino).

Todo
(si con esta palabra no lo delimito)
ha terminado para ellos
(si no lo tienen por delante).

Cuántos han saltado del tiempo en marcha
y se pierden a lo lejos con una nostalgia cada vez
mayor.
(si merece la pena creer en perspectivas).

Cuántos
(si la pregunta tiene algún sentido,
si se puede llegar a la suma final
antes de que el que cuenta se cuente a sí mismo)
han caído en el más profundo de los sueños
(si no hay otro más profundo).

Hasta la vista.
Hasta mañana.
Hasta la próxima.
Ya no quieren
(si es que no quieren) repetirlo.
Condenados a un interminable
(si no es otro) silencio.
Ocupados sólo con aquello
(si es sólo con aquello)
a lo que los obliga la ausencia.

Wislawa Szymborska (Kornik, Polonia, 1923)
Hoy me porté mal con el cosmos, viví todo el día sin preguntarme nada. Realicé acciones cotidianas, como si fuera lo único que tenía que hacer.

Aullido (fragmento)


He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las
alturas de las ciudades contemplando el jazz.

Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, bajo El y vieron ángeles Mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados.

Quienes pasaron por las universidades con ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de Blake entre los estudiantes de la guerra.

Quienes fueron expulsados de las academias por locos por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo.

Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror a través de las paredes.

Quienes se jodieron sus pelos púbicos al volver de Laredo con un cinturón de marihuana para New York.

Quienes comieron fuego en hoteles coloreados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas, alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad
del vino en los tejados, puestos municipales el neón estridente luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación de la mente.

Quienes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx en benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica luz del Zoo.

Quienes se hundieron toda la noche en la luz submarina de Bickford's emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía en el desola'do Fugazzi's, escuchando el crujido del destino en la caja de música de hidrógeno.

Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque a la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, batallón perdido de conversadores platónicos bajando de espaldas las escaleras de escape de los alfeizares del Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias, vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas y patadas en la bola del ojo y traumas de hospitales y cárceles y guerras, intelectos enteros disgregados en amnesia por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la Sinagoga arrojada al pavimento.

Quienes se desvanecieron en ninguna parte de Zen New Jersey dejando un reguero de ambiguas postales ilustradas de Atlantic City Hall, sufriendo sudores orientales y artritis Tangerianas y jaquecas de China bajo la basura en las salas sin muebles de Newark.

Quienes dieron vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir, y fueron, sin dejar corazones rotos.

Quienes prendieron cigarrillos en vagones traqueteando por la nieve hacia granjas solitarias en la noche del abuelo.

Quienes estudiaron a Plotino, Poe, San Juan de La Cruz, telepatía y cábala debido a que el cosmos instintivamente vibraba en sus pies en Kansas.

Quienes solos por las calles de Idaho buscaban ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios.

Quienes pensaban que sólo estaban locos cuando Baltimore destellaba en éxtasis sobrenatural.

Quienes saltaron a limusinas con el Chinaman de Oklahoma impulsados por la lluvia de los pequeños pueblos a la luz callejera de la medianoche del invierno.

Quienes haraganeaban hambrientos y solos por Houston buscando jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante español para conversar sobre América y la eternidad, una tarea sin esperanza, y tomaron un barco para Africa.

Quienes desaparecieron en los volcanes de México dejando tras suyo nada excepto la sombra del estiércol y la lava y la ceniza de la poesía quemada en Chicago.

Quienes reaparecieron en la Costa Oeste investigando el F.B.I. en barbas y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas atractivos en su oscura piel entregando incomprensibles folletos.

Quienes se quemaron sus brazos con cigarros encendidos protestando contra la bruma narcótica del tabaco del Capitalismo.

Quienes distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square sollozando y desvistiéndose mientras las sirenas de Los Alamos los deprimían, y se deprimía Wall, y el ferry de Staten Island también se deprimía.

Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria de otros esqueletos.

Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con placer en autos policiales por no cometer un crimen salvo su propia pederastia salvaje y su intoxicación.

Quienes aullaron de rodillas en el metro y fueron arrastrados por el techo ondeando sus genitales y manuscritos.

Quienes permitieron ser penetrados por el ano por virtuosos motociclistas, y gritaron con alegría.

Quienes chuparon y fueron chupados por aquellos serafines humanos, los marineros, caricias del amor Atlántico y Caribeño.

Quienes eyacularon en la mañana en la tarde en jardines de rosas y en el pasto de parques públicos y cementerios esparciendo su semen libremente a quienquiera que llegara.

Quienes hiparon sin cesar tratando de reír pero se torcían de llanto detrás de un cubículo de un Baño Turco cuando el ángel rubio y desnudo venía a atravesarlos con una espada.

Quienes perdieron a sus amantes por las tres viejas musarañas del destino, la musaraña tuerta del dólar heterosexual, la musaraña tuerta que hace guiños fuera del útero y la musaraña tuerta que no hace nada sino sentarse en su trasero y corta las hebras doradas intelectuales del vislumbre del artesano.

Quienes copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza, un novio, un paquete de cigarrillos, una vela y se cayeron de la cama, y continuaron en el suelo y por los pasillos y terminaron desmayándose en la pared con una visión del último coño y llegaron a eludir el último atisbo de conciencia.

Quienes endulzaron las conchitas de un millón de chicas temblorosas en el ocaso, y tenían los ojos rojos en la mañana pero preparados para endulzar las conchitas del sol naciente, destellantes traseros bajo los establos y desnudos en el lago.
(...)
Rocky Mount para ofrecer Buddha o Tánger a los muchachos al Southern Pacific a la locomotora negra o a Harvard a Narciso a Woodland para la sepultura o daisychain.
Quienes exigieron juicios de cordura acusando a la radio de hipnotismo y fueron dejados con su locura y sus manos y un jurado colgado.

Quienes arrojaron papas saladas a los conferencistas de Dadaismo en CCNY y subsecuentemente se presentaron ellos mismos en las baldosas de granito del manicomio con cabezas rapadas y un discurso arlequinesco de suicidio, demandando una lobotomía instantánea, y quienes a su vez se entregaron a la nulidad concreta de la insulina, Metrazol, electricidad, hidroterapia, psicoterapia, terapia ocupacional, ping pong y amnesia.

Quienes en protesta seria dieron vuelta sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando brevemente en catatonia, volviendo años después verdaderamente calvos excepto por una peluca de sangre, y lágrimas y dedos, a la visible fatalidad del hombre loco de los pupilos de los pueblos locos del Este, salas fétidas de Pilgrim State's Rockland's y Greystone discutiendo con los ecos del alma, pegando y rodando en la soledad-banca-dolmen-reinos del amor de medianoche, sueños de vida en una pesadilla cuerpos convertidos en roca tan pesados como la luna, con la madre finalmente, y el último libro fantástico arrojado por las ventanas del departamento, y la última puerta cerrada a las 4 A.M. y el último teléfono pegado a la pared sonando y la última pieza amueblada, un papel rosa amarillo torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso imaginario, nada sino un poco de esperanzadora alucinación ah, Carl, mientras no estés seguro yo no estoy seguro, y ahora tú estás realmente en la sopa animal total del tiempo y quienes por lo
tanto corrieron a través de las calles congeladas obsesionados con un repentino destello de la alquimia del uso de la elipse el catálogo el metro y el plano vibrante.

Quienes soñaron y encarnaron brechas en el Tiempo y Espacio a través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y establecieron el nombre y rasgos de la conciencia al mismo tiempo saltando con sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus para recrear la sintaxis y medida de la pobre prosa humana y ponerse frente a ti estupefacto e inteligente y sacudirse con vergüenza, rechazando incluso revelar el alma para conformarse al ritmo del pensamiento en su desnuda y eterna cabeza, el vagabundo loco y el golpe del ángel del Tiempo, desconocido, incluso poniendo aquí lo que podría dejar de ser dicho en tiempo de volver después de la muerte, y surgieron reencarnados en los trajes fantasmales del jazz en la sombra del corno dorado de la banda y exhalar el sufrimiento de la mente desnuda de América para amar en un eli eli lamma lamma sabacthani saxofón que llora estremeciendo las ciudades bajo la última radio con el corazón absoluto del poema de la vida descarnada de sus propios cuerpos buenos para comer mil años.

Allen Ginsberg (Paterson, New Jersey, 1926-1997)
No es suficiente para que tu corazón se rompa que todos los corazones estén rotos.

Alguien me pidió una rosa de Rilke


Y entonces regresaron
Las Cartas leídas por el atormentado joven poeta que fui,
El anhelante Corneta adolescente en la noche de la guerra,
Las páginas sobre quien dio alas a la piedra, temblor al
bronce,
Los Cuadernos que me producían angustia
Como la América de otro extraño hijo de Praga,
Las Elegías con el ángel terrible pero necesario de la
belleza,
Los Sonetos y en ellos una flor cuyo nombre tampoco él
sabía,
El Diario hecho a orillas del río en la mansión de Florencia
Donde más tarde yo iba a estar con una marquesa y unos
amigos.
Tantas horas, tantas imágenes, tanto viento de infancia,
Tanta penumbra iluminada, tantos lugares que antaño
fueron míos
En La Víbora lejana, mi total cercanía.
Registro viejos papeles amados y escojo estas rosas
Escritas por la mano absoluta del poeta.
Luego sería la rosa final, la de la espina.

Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930)
Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.

Amicum-philosophum de melancholia, mania et plica polonica


(«Al amigo-filósofo, de la manía, de la melancolía y de la plica
polaca»: título de un tratado del siglo XVIII que se conserva en la
biblioteca de la Universidad de Vilnius. [Nota del autor.])

Insomnio. Un trozo de mujer. Un vidrio
repleto de reptiles que se abalanzan hacia afuera.
La locura del día se desliza del cerebelo
al cogote donde ha formado un charco.
En cuanto te meneas, el interior percibe
como en este lodo helado alguien
sumerge una pluma fina
y lentamente traza «maldición»
con letra que se tuerce en cada curva.
El trozo de mujer con crema
suelta al oído palabras largas
como una mano en mugrientas greñas.
Y tú en las sombras estás solo, sobre la sábana
denudo, como un signo zodiacal.

Joseph Brodsky (Leningrado, 1940 - Nueva York, 1996)
La poesía no es un arte, ni una rama de arte, es siempre algo más.

martes, 4 de agosto de 2009

SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE AUTOR


De pronto, esa figura imaginaria, ese ente incorpóreo pero dotado del poder de la palabra, abandona la casa paterna y se echa a rodar por el mundo, cual hijo pródigo. Entonces, Ulises deja de pertenecer al aedo griego, para recrear sus aventuras a través de los siglos y las culturas, al punto de tomar identidad propia, una existencia casi real.

¿Pero cuánto hay del autor en la génesis de estos personajes díscolos e independientes? ¿Por qué se imponen entre sus pares y logran trascender? Para responder el primer interrogante proponemos la siguiente hipótesis: una de las características comunes es la autenticidad que transmiten, producto de la amalgama entre creador y creación. Esto no implica que el muñeco sea copia fiel del titiritero que la maneja, sino que el autor ha logrado crear un vínculo entre su personaje y el lector. Es un médium.

La segunda pregunta es más compleja. Podríamos establecer una clasificación, totalmente arbitraria, para describir estos personajes y así averiguar porque son tan respetados y memorables. De esta manera, tenemos un grupo que ha conseguido plasmar ciertas ideas de la época en que fueron escritos o, mejor aún, representan la condición humana en sus múltiples aspectos. Son los arquetipos.

Aquí ubicamos a Nora Helmer, la mujer que rompe con el modelo tradicional de esposa y madre (Casa de Muñecas, Henryk Ibsen), el conde Drácula, héroe romántico que sufre por el amor y la traición (Bram Stoker), Peter Pan, el niño que no quiere crecer (James Barry), Marguerite Gautier, la prostituta arrepentida (La dama de las camelias, Alexander Dumas), Quasimodo, el ser deforme y tierno (El jorobado de Notre Dame, Víctor Hugo), Robinson Crusoe, el hombre enfrentado a la soledad y la naturaleza (Daniel Defoe), Alicia, la niña que escapa de una realidad que no comprende (Lewis Carroll), Don Quijote, el caballero sin empresa (Miguel de Cervantes), Don Juan Tenorio, seductor insatisfecho (José Zorrilla), Anna Karenina, la adúltera culposa (León Tolstoi), Dorian Gray, el dandy que se negaba a envejecer (Oscar Wilde), Gregor Samsa, el último grado de la alienación (La metamorfosis, Franz Kafka), el doctor Moreau, un científico sin bioética (Julio Verne)

En un segundo grupo colocaríamos las personificaciones, es decir, los personajes que deliberadamente simbolizan una cualidad o un defecto. Son sinónimo de aquello que representan. William Shakespeare es quien más ha aportado en este sentido, imaginando a Hamlet, como encarnación de la duda, a los Macbeth, como la ambición, a Othello, como los celos infundados. Se nos ocurre incluir al Capitán Ahab (Moby Dick de Herman Melville) simbolizando la venganza, Harpagón (El avaro de Moliere), la codicia, y Rodion Raskolnikov (Crimen y castigo de Fiodor Dostoievski), la culpa.

El tercer ítem lo ocupan las leyendas y recreaciones históricas. Estos personajes tienen un tinte épico (Ivanhoe de Walter Scott) y muchos provienen de narraciones orales, por lo cual se desconoce al autor (El cantar del Mío Cid, La canción de Roldán, Beowulf, Robin Hood) Otros surgen de biografías noveladas, como el Adriano de Marguerite Yourcenar o el emperador Claudio de Robert Graves.

Dejamos para el postre aquellos personajes que viven una aventura tras otra hasta conformar una saga: Gulliver (Jonathan Swift), Sandokán (Emilio Salgari), Philip Marlowe (Raymond Chandler), Hercule Poirot (Agatha Christie), Padre Brown (Gilbert K. Chesterton), James Bond (Ian Fleming), Tarzán (Edgar Rice Burroughs)

En muchos de los casos citados, el autor ha dado un paso al costado y así, aunque el personaje forme parte del inconciente colectivo, cuesta recordar el nombre de su creador. Tan incorporados están a la cultura que sus nombres son íconos y basta mencionarlos en una conversación para que se comprenda inequívocamente a qué hacen referencia.

De la misma manera antojadiza que hicimos esta taxonomía, seleccionamos a seis de ellos, aprovechando el título de la obra de Luigi Pirandello, para que se presenten en el escenario virtual de Tlön.

DOCTOR FAUSTO


La tragedia de Fausto vio la luz en 1808. Se trata de un drama escrito para ser leído antes que representado y consta de dos partes, la primera centrada en el personaje que nos compete y la segunda volcada a la descripción de fenómenos sociales y culturales de la época.

La historia comienza cuando Heinrich Faust, un hombre recto y estudioso, se siente frustrado por no poder avanzar en el conocimiento. Paralelamente, un diablo, Mefistófeles, acuerda con Dios una suerte de desafío para desviar de su camino al más recto de los hombres. Mefistófeles se presenta ante Fausto y le ofrece todo lo que desee a cambio de su alma. El pacto contempla que inmediatamente el hombre sienta deseos de ser inmortal, morirá en el acto.

Luego del convenio, Fausto conoce a Gretchen (también llamada Margarita) y se enamora de ella. Con la ayuda del diablo, la joven es seducida, pero este amor desencadena la tragedia. Muere la madre, ella queda embarazada, su hermano se bate a duelo con Fausto y también perece. Gretchen mata a su hijo bastardo y es condenada por asesinato. Su amante quiere liberarla pero ella se niega a escapar y fallece en sus brazos.

En la segunda parte, el melodrama se pierde y vemos a Fausto entregado a la búsqueda del saber aún por medio de la magia y encandilado por el poder que brinda el conocimiento. Finalmente muere, por esa cláusula del pacto, pero no va al infierno, sino que se redime y es admitido en el cielo.

Fausto representa puntualmente al idealismo alemán y en un sentido más universal a la lucha entre la pasión y la razón. El mal es inherente a la condición humana, más allá de la mano perversa de Mefistófeles, tanto como el bien y el hombre oscila entre ambos, de acuerdo con la influencia que reciba.

El personaje ha sido analizado desde la filosofía, la sociología y la psicología y retomado en otras obras literarias, artísticas y musicales, aunque muchas de ellas hacen hincapié en el romance entre un señor maduro y una joven, centrando en este hecho toda la acción.

Johann Wolfang von Goethe, su autor, fue una figura polifacética, destacándose como novelista, dramaturgo, poeta, científico, geólogo, botánico, anatomista, físico, pintor, arquitecto, economista, filósofo humanista y funcionario del Estado alemán de Weimar. Una vida de novela.

VICTOR FRANKENSTEIN


Este es un caso único en la literatura universal. No sólo el personaje se ha tragado al autor, sino que el monstruo se ha adueñado del nombre del personaje principal, armando una tremenda confusión. Porque Frankenstein es el estudiante de medicina obsesionado con crear vida, no la criatura. Sin embargo, basta mencionar el apellido para que uno se imagine ese ser hecho de retazos, que el cine ha representado lleno de tornillos y cicatrices y de color verdoso.

Frankenstein o El moderno Prometeo, publicado en 1818, fue producto de un desafío entre jóvenes bohemios de vacaciones en Suiza. La apuesta era construir un relato de terror, pero esta muchacha de crianza liberal, hija de una militante feminista y de un filósofo, fue más allá del modelo gótico. A caballo de los adelantos científicos del siglo XIX, imaginó un investigador que juega a ser dios, sin calcular los riesgos de su proyecto. En este sentido, es un ángel caído, un Satanás que se rebela contra lo establecido y que quiere adquirir un conocimiento que le está vedado.

"Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo".

En cuanto a la criatura, que simboliza a la humanidad, tampoco la autora cifra grandes esperanzas. A contrapelo de las ideas positivistas de la época, Mary Shelley descree del progreso permanente y arroja una mirada escéptica sobre el papel que la cultura puede ejercer para mejorar la especie. A pesar de esto, hay una cierta piedad al retratar al monstruo como víctima antes que como victimario.

La obra es considerada la primera novela de ciencia ficción y eclipsó toda la producción posterior de su autora y su propia biografía, digna de un personaje literario.

EMMA BOVARY


Bastaría con decir que la psicopatología tomó el apellido de este personaje para definir una alteración del sentido de la realidad, de raíz esquizoide, por la que una persona se considera otra de la que realmente es, para significar la maravillosa construcción que realizó Flaubert al describir a su Madame Bovary.

La novela, fundamental para el desarrollo de la narrativa moderna, fue publicada en 1857 y generó un revuelo que le costó a su autor un proceso por atentado contra la moral. ¿Qué tenía de revulsiva la historia de esta mujer? Probablemente la falta de represión que evidenciaba el comportamiento de Emma. Es un personaje amoral, antes que inmoral, porque representa la visión que Flaubert tenía sobre la burguesía: ociosa, vana, voluble. Una belleza vacua que sólo conduce a la perdición.

Flaubert también critica en Emma las ideas románticas sobre el amor, que la alejan de la realidad y alimentan sus ensoñaciones fútiles. Emma es una eterna insatisfecha, a la manera del Don Juan. Pero no es enteramente su culpa: el autor señala la responsabilidad que le cabe a una sociedad que engendra Emmas. Otro aspecto polémico en Emma es la ausencia de instinto maternal. Como madre es fría e indiferente y no siente remordimiento por ello.

La novela se encuadra a caballo del romanticismo (Víctor Hugo, Lamartine), del realismo (Stendhal, Balzac) y del naturalismo (Zola, Maupassant) Según una encuesta realizada a 100 escritores de 54 países por el Instituto Nobel y el Club del Libro Noruego es el segundo mejor libro de la historia, precedida únicamente por El ingenioso hildago Don Quijote de la Mancha.

Gustave Flaubert dedicó su vida y su arte a la búsqueda de la mot juste, la palabra exacta. Era un hombre de provincia, como Emma, que un buen día se fue a la gran ciudad, París. En 1840 conoció a Víctor Hugo, se tiró a la marchanta y rápidamente se sintió agobiado por las luces de la metrópoli. Decidió regresar a la campiña, cerca de Rouen, donde vivió hasta su muerte, estadía que sólo interrumpieron algunos viajes. Nunca se casó, aunque se le conocen algunos romances. Luego de la guerra franco-prusiana, se le manifestaron síntomas de enfermedades nerviosas. Siempre había sido tímido y sensible, también algo arrogante y ciclotímico, pero en la madurez lo ganaron la melancolía y la desolación. Experimentaba una repulsión tan exacerbada por la estupidez humana que lo convirtió poco a poco en un misántropo y en un purista del estilo.

CYRANO DE BERGERAC


Erase un hombre a una nariz pegado... el verso de Quevedo describe perfectamente la principal característica de este poeta del siglo XVII, famoso por la recreación que hiciera de él su compatriota Rostand en 1897.

El Cyrano de la ficción es feo debido a su enorme apéndice nasal. Por este motivo debe resignarse y sufrir en silencio por el amor de Roxanne. Y como la quiere bien, colabora para que un guapo compañero de armas, Cristian, la conquiste, escribiéndole poemas inflamados de pasión. Roxanne se enamora de esas palabras, tanto como se había sentido atraída primeramente por la belleza de su festejante. Pero Cristian muere y la verdad se revela demasiado tarde.

Cyrano es atemporal, no sólo porque el personaje genera empatía con el público sino porque pone sobre el tapete una cuestión filosófica: ética versus estética. El gran mérito del autor fue no estereotipar ni juzgar a sus personajes. No hay buenos y malos. Cyrano no puede culpar a Cristian, porque está tan convencido de su fealdad que ni se atreve a intentar seducir a Roxanne. Roxanne se enamora de lo que ve y oye, sin saber que se trata de dos personas diferentes. Cristian acepta la ayuda de Cyrano porque realmente ama a la chica.

Cualquier persona identificaría inmediatamente al narigón de Cyrano, incluso con las facciones que le prestara Gerard Depardieu en la película homónima. Encontrar quien sepa acerca del verdadero Cyrano o de su exégeta ya sería más dificultoso.

Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac vivió entre 1619 y 1655 y fue un poeta satírico. Se lo recuerda por su Historia cómica de los estados e imperios de la Luna, una obra de anticipación en la que describe un viaje a nuestro satélite natural.

En tanto, Edmond Rostand fue un dramaturgo francés, adscrito al neorromanticismo, que gozó de mucho éxito y prestigio a principios del siglo XX, llegando a ser miembro de la Academia francesa de las Letras en 1901 y recibiendo la Legión de Honor por sus méritos literarios.

DR. JEKYLL Y MR. HYDE


Posiblemente, estamos ante la primer novela psicodélica de la historia. Se comenta por ahí que Robert Louis Stevenson escribió El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde bajo los influjos del LSD, cuando estaba recibiendo un tratamiento a base de cornezuelo de centeno (hongo del que se extrae el ácido lisérgico) Esto le confiere un tinte cuasi autobiográfico, ya que el autor tenía una imagen vívida sobre la sensación de desdoblamiento de la conciencia, que tan bien describe en esta obra.

Al parecer, todo se originó en un sueño que tuvo el propio Stevenson en el transcurso de su enfermedad. En sólo tres días, escribió un primer manuscrito que luego quemó, al leer las observaciones que le hacía al margen la Sra. Stevenson. Otros tres febriles días demandaron la reescritura de la versión definitiva, en la que continuó trabajando durante unas semanas más hasta ser publicada en una edición barata para Gran Bretaña y Estados Unidos. Recién cuando The Times, el 25 de enero de 1886, le otorgó una crítica favorable, estalló el éxito. Para 1901 se habían vendido 250.000 ejemplares.

La historia de Jekyll y Hyde nos llega a través de la narración del abogado Gabriel Utterson, amigo del Dr. Jekyll, que investiga el crimen de un parlamentario, cometido por Mr.Hyde. Utterson sospecha que el doctor lo encubre, sospecha que se refuerza a medida de que su comportamiento se torna cada vez más extraño. Otro amigo del médico, Lanyon, muere repentinamente deun shock. Finalmente, Hyde aparece muerto en el laboratorio de Jekyll, sin que se encuentren rastros del doctor y Utterson descubre la correspondencia entre Lanyon y Jekyll y una carta del doctor donde cuenta acerca de sus experimentos sobre la naturaleza humana.

El tema de la novela es la lucha del bien y del mal como parte constituiva de la conciencia del hombre. Stevenson quitó toda connotación religiosa y llevó la alegoría a un sector mucho más sombrío. De esta manera, a pesar de que a Jekyll lo horroriza Hyde, se vale de su doble inmoral para entregarse a placeres prohibidos para un hombre de una sociedad victoriana marcada por la hipocresía. Paulatinamente, el lado oscuro comienza a controlarlo todo y a aparecer a su antojo, sin necesidad de tomar una poción mágica.

Stevenson anticipa a Freud y se encolumna con los darwinistas sociales de fines del siglo XIX. También hay una reminiscencia al Dr. Frankenstein, al crear un monstruo que espanta a su propio creador y al vampiro por antonomasia, el Drácula de Bram Stoker, por esa dualidad de carácter que lo hace tan humano.

La popularidad de Stevenson, nacido en Edimburgo en 1850, fue paralela a la de sus dos personajes más famosos, debido a sus otras novelas, como El club del suicidio, La isla del tesoro, Markheim, La flecha rota, El conde de Ballantrae. Avido de vivir las aventuras que contaba, a pesar de su frágil salud, se embarcó en largos viajes, recalando finalmente en Samoa donde es instaló hasta su muerte, ocurrida en 1894. Los aborígenes lo llamaban tusitala, el que cuenta historias.

SHERLOCK HOLMES


Quien visita Londres es probable que dirija sus pasos a 221B Baker Street, como quien va en Salzburgo a conocer el solar natal de Mozart. Ningún personaje literario, nacido absolutamente de la imaginación de un escritor, ha cobrado tanta independencia como Sherlock Holmes, al punto de tener una casa-museo en el corazón de la capital británica.

Su perfil, con gorra y pipa, es un ícono de la cultura occidental. La fama de este detective que aplica el método científico de deducción ha arrastrado a su compañero de aventuras, el práctico Dr. Watson y hasta ha coronado a su enemigo acérrimo, el Profesor Moriarty.

Con su aparición en cuatro novelas (la primera de ellas, Estudio en escarlata, 1887) y 56 relatos (que constituyen el llamado Canon holmesiano), ha sentado el modelo para el cuento de género detectivesco contemporáneo, anticipado sólo por Auguste Dupin, el investigador creado por Edgar Allan Poe.

Holmes es alto y delgado, de temperamento frío y racional, de humor irónico, intelectualmente inquieto y bastante misógino, a pesar de ser cortés con las damas. Al respecto, Watson nos informa de la admiración de su amigo por Irene Adler, la "mujer", la única que ha provocado algún suspiro en el duro corazón de Holmes.

Hábil con el disfraz, excelente boxeador, gran conocedor de la química, eximio violinista y cocainómano por aburrimiento, tiene un hermano mayor, Mycroft, mejor dotado aún para la observación y deducción, pero demasiado mundano y disperso como para dedicarse a la cuestión detectivesca, aunque tiene un puesto clave en el gobierno.

Conan Doyle dota a su personaje de fecha de nacimiento y otros datos acerca de su juventud. Así sabemos que nació el 6 de enero de 1854 y que su padre fue un hacendado, mientras que su madre provenía de una familia de pintores franceses. Fue a la Universidad, probablemente Oxford, donde se graduó en ciencias. Luego de 23 años de actividad, se retira a Sussex a criar abejas, aunque en ese retiro resuelve algunos casos. Posteriormente nos enteramos que colabora en un caso de contraespionaje, al comienzo de la Primera Guerra Mundial y a partir de 1914 no hay más noticias suyas.

Su autor hubiera querido finiquitarlo antes, cansado ya de lidiar con él, y para esto pergeña una lucha final con su archienemigo, Moriarty, en la cascada de Reichenbach, Suiza (El caso final), pero debido a las quejas de los lectores, se ve obligado a resucitarlo en 1903 (La casa vacía)

Todos las aventuras, excepto cinco, están narradas por el Dr. Watson, a pesar de las protestas de Holmes, que opinaba que su compañero abundaba en detalles innecesarios. El cine, la televisión y el comic han contribuido a la pregnancia del personaje en el inconsciente colectivo.

Sir Arthur Conan Doyle había nacido en Edimburgo, Escocia, en 1859 y se había doctorado en medicina, carrera que abandona por la literatura. Fue, asimismo, jugador de rugby profesional y arquero de fútbol. Escribió novelas históricas que no alcanzaron la notoriedad de su saga pero le procuraron la orden de Caballero del Imperio Británico. También se dedicó a la ciencia ficción, publicando cinco novelas protagonizadas por el profesor Challenger. Murió en 1930, tal vez sin saber que el suyo era un caso misterioso e inédito: el de un escritor admirado por el gran público y por los críticos más exigentes.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte y la siesta son otras. También es nuestra suerte convalecer en un jardín o mirar la luna.
Jorge Luis Borges