martes, 4 de agosto de 2009

SHERLOCK HOLMES


Quien visita Londres es probable que dirija sus pasos a 221B Baker Street, como quien va en Salzburgo a conocer el solar natal de Mozart. Ningún personaje literario, nacido absolutamente de la imaginación de un escritor, ha cobrado tanta independencia como Sherlock Holmes, al punto de tener una casa-museo en el corazón de la capital británica.

Su perfil, con gorra y pipa, es un ícono de la cultura occidental. La fama de este detective que aplica el método científico de deducción ha arrastrado a su compañero de aventuras, el práctico Dr. Watson y hasta ha coronado a su enemigo acérrimo, el Profesor Moriarty.

Con su aparición en cuatro novelas (la primera de ellas, Estudio en escarlata, 1887) y 56 relatos (que constituyen el llamado Canon holmesiano), ha sentado el modelo para el cuento de género detectivesco contemporáneo, anticipado sólo por Auguste Dupin, el investigador creado por Edgar Allan Poe.

Holmes es alto y delgado, de temperamento frío y racional, de humor irónico, intelectualmente inquieto y bastante misógino, a pesar de ser cortés con las damas. Al respecto, Watson nos informa de la admiración de su amigo por Irene Adler, la "mujer", la única que ha provocado algún suspiro en el duro corazón de Holmes.

Hábil con el disfraz, excelente boxeador, gran conocedor de la química, eximio violinista y cocainómano por aburrimiento, tiene un hermano mayor, Mycroft, mejor dotado aún para la observación y deducción, pero demasiado mundano y disperso como para dedicarse a la cuestión detectivesca, aunque tiene un puesto clave en el gobierno.

Conan Doyle dota a su personaje de fecha de nacimiento y otros datos acerca de su juventud. Así sabemos que nació el 6 de enero de 1854 y que su padre fue un hacendado, mientras que su madre provenía de una familia de pintores franceses. Fue a la Universidad, probablemente Oxford, donde se graduó en ciencias. Luego de 23 años de actividad, se retira a Sussex a criar abejas, aunque en ese retiro resuelve algunos casos. Posteriormente nos enteramos que colabora en un caso de contraespionaje, al comienzo de la Primera Guerra Mundial y a partir de 1914 no hay más noticias suyas.

Su autor hubiera querido finiquitarlo antes, cansado ya de lidiar con él, y para esto pergeña una lucha final con su archienemigo, Moriarty, en la cascada de Reichenbach, Suiza (El caso final), pero debido a las quejas de los lectores, se ve obligado a resucitarlo en 1903 (La casa vacía)

Todos las aventuras, excepto cinco, están narradas por el Dr. Watson, a pesar de las protestas de Holmes, que opinaba que su compañero abundaba en detalles innecesarios. El cine, la televisión y el comic han contribuido a la pregnancia del personaje en el inconsciente colectivo.

Sir Arthur Conan Doyle había nacido en Edimburgo, Escocia, en 1859 y se había doctorado en medicina, carrera que abandona por la literatura. Fue, asimismo, jugador de rugby profesional y arquero de fútbol. Escribió novelas históricas que no alcanzaron la notoriedad de su saga pero le procuraron la orden de Caballero del Imperio Británico. También se dedicó a la ciencia ficción, publicando cinco novelas protagonizadas por el profesor Challenger. Murió en 1930, tal vez sin saber que el suyo era un caso misterioso e inédito: el de un escritor admirado por el gran público y por los críticos más exigentes.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte y la siesta son otras. También es nuestra suerte convalecer en un jardín o mirar la luna.
Jorge Luis Borges

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