martes, 4 de noviembre de 2008

FILOSOFÍA Y LETRAS

Desde la universidad, filosofía y literatura han estado estrechamente vinculadas. Forman parte de un corpus de conocimiento que hace del hombre y su pensamiento, racional o ficticio, su objeto de estudio.

En la práctica, el filósofo escribe apelando al género literario conocido como ensayo. Y el escritor muchas veces utiliza el argumento narrativo como excusa para exponer ideas filosóficas.

Este parentesco ha engendrado una raza particular: la del escritor-filósofo o filósofo-escritor. Una especie escasa en representantes, dado la dificultad que entraña manejar con igual habilidad la construcción imaginaria, la claridad conceptual y el oficio de la palabra.

En Tlön habitan algunos de estos raros ejemplares, a contrapelo de los monstruos editoriales que proliferan hoy en día. Esos que intentan vender soluciones mágicas de fácil digestión, amparados por la maquinaria infernal del marketing.

Invitamos a nuestra tertulia a Sören Kierkegaard, Miguel de Unamuno, Henry y William James, Henri Bergson, Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre.

EL BENEFICIO DE LA DUDA

El 5 de mayo de 1813 nacía en Copenhague quien luego sería considerado el padre del existencialismo. En el seno de una familia rica y profundamente religiosa, criado en el temor de dios y del pecado, Sören Kierkegaard devino en teólogo, aunque su interés por la filosofía y la literatura pudo más.

Dotado de un gran sentido del humor, que acompañaba a un aspecto desconcertante, con esa cresta de pelo rubio que lo precedía y le sumaba varios centímetros de estatura, ya desde su tesis doctoral (una crítica a Sócrates) demostró su personalidad inconformista, polémica, por fuera de las convenciones de la época.

Utilizaba varios seudónimos para publicar, ya que consideraba que de esta manera podía expresar distintas formas de pensar. De esta manera, según cuenta en sus diarios, evitaba que su obra fuera tratada como un sistema filosófico con una estructura sistemática. Tampoco explicaba sus textos ni quería que estuvieran contextualizados con aspectos de su propia personalidad: pretendía que el lector las leyeran tal y cual eran para luego interpretarlas por ellos mismos.

Dentro del campo de la filosofía se le reconocen dos ideas innovadoras, la subjetividad y el salto de fe. El primer concepto se ejemplifica en su frase “subjetividad es verdad y verdad es subjetividad”, destacando la importancia del yo en la apreciación de la realidad. En cuanto al salto de fe, Kierkegaard sostiene que la fe no es racional (sea en dios o en el amor) sino que el individuo deja de lado su racionalidad en pos de algo más elevado, la fe. Y establece que quien tiene fe, tiene dudas, porque si no se duda, la fe no sirve.

Todos los grandes filósofos contemporáneos están en deuda, en mayor o menor medida, con este danés. Kierkegaard también anticipa a Nietzsche, en cuanto a sus críticas a la iglesia cristiana, por su incompetencia y corrupción, siendo, como es, el principal filósofo existencialista religioso.

Asimismo, influyó a grandes escritores de la talla de Borges, Hesse, Kafka, Rilke, Updike. Su literatura comenzó a ser difundida de la mano de otro enorme escandinavo, el noruego Henrik Ibsen. Su “Diario de un seductor” constituye una pieza clave en la narrativa moderna, dándole una nueva impronta a un personaje muy recurrido en la literatura universal, el Don Juan.

Al meternos en el universo de este Juan, al espiar su intimidad desde las páginas de su diario íntimo, donde el autor solamente oficia de maestro de ceremonias presentando el texto, Kierkegaard nos obliga a juzgar de acuerdo con nuestros valores morales, haciendo que la lectura de las vicisitudes de este aventurero nato nos lleve a plantearnos el dilema ético. No lo plantea Kierkegaard: lo plantea cada lector que transite el “Diario de un seductor”.

Murió el 11 de noviembre de 1855, lejos de su eternamente amada Regina Olsen, la mujer con quien rompió inexplicablemente un compromiso matrimonial, para dedicarse a añorarla el resto de su vida. Tal vez entendió que su tarea en este mundo era tan trascendental que las mieles del amor no debían distraerlo.

En Tlön honramos a aquel que se atrevió a sentenciar que “la angustia es el vértigo de la libertad”.

CON U DE UNIVERSAL

Narrador, poeta, ensayista, dramaturgo, filósofo, docente, político y vasco hasta la médula, Miguel de Unamuno nació en Bilbao el 29 de septiembre de 1864. Formado en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, llegó a ser rector de la Universidad de Salamanca, hasta que sus posiciones políticas contrarias a la monarquía y a la dictadura de Primo de Rivera hacen que sea destituido y desterrado a la isla de Fuerteventura, en las Canarias, de donde luego emigró a Francia.

Con la caída del dictador, regresó a Salamanca y se presentó en las elecciones como candidato a concejal por la alianza entre republicanos y socialistas. Recupera su cargo en la Universidad, proclama la República, pero luego, desencantado, apoya a los franquistas en la Guerra Civil. De este entusiasmo será nuevamente desengañado, cuando ve las atrocidades cometidas por la falange. Unamuno se arrepiente públicamente: “Venceréis pero no convenceréis”. Nuevamente arrestado, desolado, asqueado por el horror, muere el 31 de diciembre de 1936.

Su filosofía es la negación de toda sistematización de la filosofía. Educado en el racionalismo y en el positivismo, abjura de ambos, tal como se puede apreciar en su obra “Amor y pedagogía”, una sátira sobre la educación. Como Kierkegaard, a quien llamaba en sus obras “hermano” y por quien estudió danés para poder leerlo sin traducciones, la fe fue objeto de estudio, entendiendo que siempre existe un conflicto interior entre la necesidad de fe y la razón que la niega.

Su gran legado filosófico constituye también su testamento político, “El sentimiento trágico de la vida”, escrito durante la guerra civil. En este texto, Unamuno plantea que el hombre nace con el estigma de conocer su propia finitud y que sus creaciones y actos son maniobras desesperadas para eludir este destino y trascender.

A medio camino entre el ensayo social y la crítica literaria publica “Vida de Don Quijote y Sancho Panza”, una lectura sobre la realidad española a través de dos personajes arquetípicos, contrapuestos y complementarios a la vez.

La obra literaria de Unamuno se dispensa en poesía, novela y teatro. Su poética tiene como temas principales el conflicto religioso, la patria y la vida doméstica. En su dramaturgia, presenta su habitual esquema filosófico (de allí su escaso éxito, está de más decirlo)

Era un prosista innato, de allí que fue en la narrativa donde mejor se desenvolvió. Para poder desprenderse de los rígidos esquemas narrativos de la época, inventa un género propio, la nivola, con cuyos cánones publica “Niebla” (1914)

En “Abel Sánchez”, invierte el mito bíblico de Caín y Abel para desnudar la trama de la envidia. En “La tía Tula” se centra en el anhelo de la maternidad y en “San Manuel Bueno, mártir”, aborda el tema de la fe versus la racionalidad.

Muchas veces tosco, siempre apasionado, intelectualmente honesto hasta en sus errores, Unamuno es tal vez el vasco más español y el español más universal, simplemente por que no necesita proclamar su origen ni justificarse.

Su epitafio dice: “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. En Tlön, donde los dioses se emborrachan y profieren improperios a diestra y siniestra, le tenemos reservado un lugar en la barra del café a don Miguel, a la izquierda de Sören, su hermano.

LOS HERMANOS JAMES

Hace mucho tiempo, cuando vivía en Rye, en Sussex, tuve el honor de que me visitaran dos hombres muy distinguidos; los dos eran americanos, en realidad eran hermanos; pero la clase de éxito de cada uno de ellos era muy distinta. Uno era Henry James el novelista que vivía en la casa de al lado; el otro era William James, el filósofo, que había cruzado el Atlántico y parecía tan fresco como el océano. En realidad los dos hermanos ofrecían un contraste fantástico: uno tan solemne acerca de detalles sociales que a menudo se consideran triviales; el otro tan entusiasmado con estudios que generalmente se consideran áridos. Henry James hablaba de tostadas y tazas de té con la grandiosidad de un fantasma de familia; mientras William James hablaba del metabolismo y la teoría de los valores con el aire de un hombre que cuenta sus amoríos a bordo de un buque. Pero aunque siento por los dos el más profundo afecto, no puedo evitar el pensar que el contraste entre ellos revela cierta verdad acerca de dos distintos tipos de literatura.

Hace poco estuve releyendo uno de los últimos estudios de Harvey Wickman sobre el pensamiento moderno, libro sumamente inteligente, en el que se incluye un estudio sobre William James. Creo que el crítico fue justo con la filosofía, pero no con el filósofo. No creo que el pragmatismo pueda erigirse en serio rival de la filosofía permanente de la verdad y lo absoluto. Pero creo, en cambio, que William James sí se erigió en combatiente y limpiador de la clase especial de tontería solemne más corriente en nuestro tiempo. Sólo indirectamente puede haber servido a la causa de la fe, en la fe; pero hizo mucho más para servir la causa de la incredulidad en la incredulidad; tema muy edificante. Pero éste no es mi punto principal. Me parece que donde falló William James es exactamente donde triunfó Henry James; al crear con sombras suaves y casos dudosos todo un argumento. Eso muy bien puede hacerse en una novela, pues sólo exige ser excepcional. No puede hacerse con la filosofía, pues debe exigir ser universal.

El pragmatismo falla porque es un cosmos hecho de retazos. Pero los cuentos son mejores si se los hace de retazos, especialmente cuando son muy extraños. Al azar recuerdo un cuento de Henry James en el cual aparece un joven inteligente que inexplicablemente se convierte en una especie de gato doméstico en la casa de una pareja rica pero aburrida en grado sumo. Esto ocurre no porque él sea un extravagante o un servil, sino porque lo conmueve la fidelidad y el delirio de la vieja pareja, que mantiene vivo el recuerdo de la hija muerta, cuya vida continúan en una especie de sueño en el cual el joven figura como novio. El cuento es hermoso y delicado y no parece imposible. Si le aplicamos cualquier filosofía moral, por más moderna y alocada que sea, todos nos apartaríamos de ella por establecer como regla general que todos los jóvenes deber vivir de los viejos, que deben alentar los delirios; que estemenage es un modelo para todo hogar normal. Pero para eso sirve, precisamente, el novelista. No está obligado a justificar al ser humano, sino sólo a humanizarlo. Es a él y no al filósofo a quien corresponde ocuparse de este tipo de accidentes en los cuales “las cosas resultan distintas cuando se las pone en práctica”. El error de William James reside en que no puso, como su hermano, sus ideas en novelas, donde tal oportunismo es muy apropiado.Trató de crear un sistema cósmico con esos accidentes y ese oportunismo, y el sistema no es sistemático. La comparación sugiere que los novelistas, después de todo esto, pueden tener cierta utilidad.



Para qué sirve un novelista
Gilbert Keith Chesterton

Una vez más, Chesterton da en la tecla. Henry James es uno de los mejores sastres de la literatura del siglo XIX: historias pequeñas que cosidas unas a otra construyen el tapiz de la sociedad anglosajona de ambas orillas del Atlántico.

Había nacido en Nueva York, en 1843 y murió en Londres en 1916, luego de adoptar la ciudadanía británica, como manifestación de su postura anti-alemana en la Primera Guerra Mundial. Escribió 22 novelas y 112 relatos, en los que utilizó elementos literarios novedosos y efectivos, para reflejar dos continentes.

Muchas de sus novelas fueron llevadas a la pantalla grande. Esto se debe en parte a su habilidad para transmitir la atmósfera de su tiempo, pero no hay que dejar de lado su manejo del tiempo narrativo y el sentido visual de su prosa, poblada de personajes bien delineados, reconocibles, minuciosamente observados por un narrador que no juzga.

Washington Square, Los papeles de Aspern, Las bostonianas, Los europeos, Las alas de la paloma, El retrato de una dama, Otra vuelta de tuerca y Daisy Miller son sus títulos más trascendentes.

La psicología es el lugar común donde se reúnen los dos hermanos James. Por una capacidad innata para captar la esencia de las personas, en el caso de Henry, por un interés académico sobre esa nueva ciencia que tiene, como ninguna otra, como objeto de estudio al hombre, en el caso de William.

Si en otros autores conviven las dos facetas, el filósofo-escritor o el escritor-filósofo, los James se desdoblan para, cada cuál por su lado y con los recursos que le han sido dados, buscar la respuesta a la gran pregunta. ¿quiénes somos?

NOBEL FILOSÓFICOS

Los premios Nobel de Literatura gozan de un prestigio indiscutible. Vaya a saber uno la razón, pero en el inconsciente colectivo existe una alta ponderación para este galardón, a pesar de que el gran público, por lo general, desconoce completamente no sólo la obra sino también el nombre y apellido de los premiados.

En el camino de los afortunados que fueron distinguidos quedan escritores de inmensa popularidad que con el transcurrir del tiempo se transformarán en nuevos clásicos, pero que jamás podrán presumir de integrar esa selecta elite de los escritores Nobel. Aunque siempre les queda el consuelo de constituir la no tan selecta ni afamada elite de escritores Tlön.

Que hay cuestiones políticas que inclinan la balanza a favor o en contra de tal o cual candidato, dirán algunos. Que la moda también involucra a la literatura y los autores que ayer estaban en la cresta de la ola pueden ser olvidados mañana, dirán otros. Yo invito a quien quiera hacer un recorrido por el listado de los elegidos para que, con una mano en el corazón, me diga a cuántos de ellos ha leído. Sin por ello hacer un demérito de estos escritores, existe evidencia suficiente que indica que otros autores han sido mucho más influyentes y no han recibido la cucarda sueca.

Pero el tema que nos convoca no es este, sino resaltar la figura de tres filósofos que han visto coronados sus trabajos con el premio Nobel de Literatura.

Por orden cronológico, presentamos en primer lugar al francés Henri Bergson (1859-1941), Nobel en 1927, filósofo del denominado espiritualismo, que nace como oposición al positivismo (y sobre todo al utilitarismo) El pensamiento de Bergson es una bisagra entre dos siglos: introduce a Francia en el siglo XX. Se le reconoce un gran manejo de la metáfora y de las imágenes y una gran precisión en el uso del idioma. No ha escrito obras de ficción, sino ensayos en los que desarrolla su pensamiento.

Nuestro segundo invitado es Lord Bertrand Russell (1872-1970), un personaje a quién cabía darle tanto el Nobel de Literatura como el de Física o el de la Paz, dada su gigantesca labor en el campo de la matemática, la lingüística, la política y las ciencias sociales. Asusta enumerar los trabajos de este noble británico, que aportó tanto a la teoría de la relatividad, como a los derechos de las mujeres, a la filosofía analítica o al pacifismo. Siempre polémico, siempre sarcástico en sus comentarios, valiente en sus opiniones y prolífico en sus acciones, es uno de los pensadores más complejos, completos e interesantes del siglo XX. Dejó escritos innumerables ensayos en todos los campos en los cuales se destacó. Su contribución a la filosofía del lenguaje es importantísima, sobre todo por su teoría de las descripciones.

El tercero es a quién más se lo puede relacionar con la literatura, dado que se destacó como narrador y dramaturgo. Es el existencialista ateo por antonomasia, el de los anteojos enormes: Jean-Paul Sartre (1905-1980) Fue distinguido con el Nobel en 1964, que rechazó por sus convicciones. Su principal trabajo filosófico fue “El ser y la nada” y representa el paradigma de intelectual comprometido del siglo XX. “A puerta cerrada” (de donde proviene su conocida frase “el infierno son los otros”), “La náusea”, la trilogía “Los caminos de la libertad”, “Las moscas”, “La puta respetuosa”, son algunas de sus obras literarias.
Por escasez de postulantes o por entender que el Nobel de Literatura debe consagrar a escritores antes que a pensadores, luego de Sartre no ha vuelto a ocurrir que el premio cayera en manos de un filósofo. Este dato no es significativo, pero, se sabe, el universo de Tlön está plagado de insignificancias.