miércoles, 28 de octubre de 2009

EL PARAÍSO PERDIDO


Para entender por qué la gran literatura estadounidense habla de los que no encajan en el sistema, hay que comprender el paradigma de la sociedad que engendró a estos escritores que marcaron a fuego la narrativa universal del siglo XX. A caballo de un sueño americano que ya se evidenciaba como inalcanzable para la mayoría, con dos guerras mundiales sobre sus espaldas y una crisis económica que hizo temblar los cimientos del establishment, no había mucho para celebrar. En este crisol se forjaron los antihéroes.

El darwinismo social que se manifiesta en la idiosincrasia del pueblo estadounidense, donde sobrevive el que mejor acate las reglas del sistema y sepa aprovechar sus fracturas para escalar posiciones, deja un tendal de víctimas, los daños colaterales de una realidad salvaje. Este y no otro será el gran tema de la mejor literatura contemporánea producida en el gigante del norte de América.

Historias pequeñas, cotidianas, maceradas en sudores y alcohol, pintorescas cuando describen el ambiente rural, cínicas cuando tratan acerca del poder y del dinero, desencantadas del presente, vacías de esperanza en el futuro.

Rescatados por el cine y por la caricia del Nobel en algunos casos, señalados como simpatizantes del socialismo y como refutadores profesionales del american way of life, constituyeron un modelo para las generaciones siguientes de narradores.

Cinco de los escritores más representativos de la primera mitad del siglo se engloban, significativamente, en la llamada Generación perdida, epíteto cuya invención es atribuida a la intelectual Gertrude Stein. Los une la circunstancia de haber vivido en Europa entre la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, habiendo actuado incluso en el frente de batalla. Los restantes que seleccionamos pertenecen a la literatura del país interior.

Les presentamos a nuestros amigos americanos. Ese que masca tabaco, afilando un palito, es Erskine Caldwell. Ese otro que tiene pinta de bon vivant es Scott Fitzgerald. El que está acodado en la barra tomando daiquiri es Ernest Hemingway. Esos dos que están discutiendo acaloradamente de política son Sherwood Anderson y John Steinbeck. John Dos Passos y Sherwood Anderson están intercambiando impresiones sobre el planeta Tlön. Y el que está más allá, tomando nota, William Faulkner.

¡Que Borges nos guarde de caer en sus plumas afiladas!

Sherwood Anderson (1876-1941)


Podríamos decir que fue el primero en advertir la confusión provocada por la doble moral y fue capaz de expresarla en boca de esos jóvenes pueblerinos que transitan sus cuentos. Su tema es la rebelión contra el conformismo y las contradicciones originadas por la industrialización.

Nacido en Camden, Ohio, recorrió en su niñez y adolescencia distintas localidades del estado, participó como soldado en la guerra de Cuba, hasta que finalmente se afincó en Chicago, con el propósito de dedicarse a la literatura. Amigo de Theodore Dreiser, William Faulkner y Waldo Frank, fue parte de las vanguardias alistadas en los movimientos New Masses, The Seventh Arts, The Nation y The New Republic.

Maestro del cuento corto, de estilo franco y de mirada piadosa hacia la frustración de sus personajes, sus relatos más logrados se reúnen en Winnesburg, Ohio, un collage estructurado en torno a un nexo común, como se enlazan las vidas de los habitantes de un pequeño pueblo.

Todo es engaño (fragmento)

"Llega para todos los muchachos un momento en el que se vuelven a contemplar su vida pasada. Es tal vez ese momento en que cruzan la línea que los separa de la edad viril. El muchacho pa¬sea por las calles de su pueblo. Piensa en su por¬venir, en el papel que representará en el mundo. Se despierta en él ambiciones y arrepentimientos. De pronto ocurre algo imprevisto; se detiene de¬bajo de un árbol y permanece como a la espera de que alguien le llame por su nombre. Se deslizan en su conciencia sombras de cosas pasadas; las voces del exterior le susurran un mensaje que le habla de las limitaciones de la vida. La segu¬ridad absoluta que tenía en su porvenir se trueca en una absoluta inseguridad. Si es un muchacho de imaginación, cae derribada delante de él una puerta y se le presenta ante la vista, por vez pri¬mera, el panorama del mundo; ve, como si desfilaran ante él en procesión, las incontables figuras de hombres que hasta aquel momento han salido de la nada, han vivido sus vidas y han vuelto a desaparecer en la nada. La tristeza de lo falaz ha caído sobre el muchacho. Se mira atónito a sí mismo como una simple hoja que el viento arras¬tra por las calles de su pueblo. Comprende que, a pesar de toda la seguridad vocinglera con que ha¬blan sus compañeros, está condenado a vivir y morir en la incertidumbre; que es una cosa arrastrada por el viento, una cosa destinada a agotarse, como el trigo, bajo los rayos del sol. Se estremece y mira en torno suyo. Los dieciocho años que él ha vivido parecen sólo un momento, el tiempo de una respiración en la larga marcha de la Humanidad. Escucha ya la llamada de la muerte. Y anhela desde lo más hondo de su co¬razón acercarse a otro ser humano, tocar con sus manos a otra persona, sentir la caricia de otras manos."

Sinclair Lewis (1885-1951)


El ganador del primer Premio Nobel de la literatura estadounidense había nacido en Sauk Center, Minnesota, siendo su padre un médico rural. Desde niño se apasionó por la literatura, lo que lo llevó a estudiar en Yale y a trabajar desde joven como periodista.

Su primera novela, Calle mayor, describe con ironía los vicios de un pueblo cualquiera de los Estados Unidos. En 1922 se publica Babbit, la vida de un hombre de negocios, prototipo del americano emprendedor, con todas las implicancias peyorativas del término. La obra provocó bastante revuelo, una polvareda que volverán a levantar sus obras posteriores, Elmer Gantry, sobre un falso pastor protestante y El hombre que conoció a Coolidge, una crítica hacia las prácticas políticas estadounidenses. En Dodsworth habla sobre el rol de la mujer de clase media.

La narrativa de Sinclair Lewis gira en torno a la falta de espiritualidad del hombre común, que se traslada a la falta de valores en lo colectivo.

Babbit (párrafo)

“No hacia nada de particular, ni mantequilla ni zapatos ni versos, pero era hábil para vender casas en más de lo que la gente podía pagar. Su rostro era infantil... a pesar de sus arrugas y de los lentes que se suspendían sobre su nariz. No era obeso, pero estaba excesivamente bien alimentado."

Francis Scott Fitzgerald (1896-1940)


Máximo representante de la llamada “era del jazz”, miembro de la Generación perdida, vocero de los “roaring twenties” que ahogaban su aburrimiento en alcohol y cocaína, su literatura está habitada por dandies condenados a darse de narices contra la realidad y muchachas hermosas, liberales y contradictorias.

Su propia biografía es novelesca. Nacido en Saint Paul, Minnesota, estudia unos años en Princeton, pero luego se alista en el ejército, aunque finalmente no va al frente porque se acaba la guerra. Se enamora perdidamente de Zelda Sayre, con quien lleva una vida de placeres, por lo cual debe dejar de lado su sueño de ser novelista y dedicarse a escribir relatos cortos para los diarios. Su primer éxito editorial es A este lado del paraíso (1920), manifiesto de toda esa generación del charleston y la ley seca.

El suceso continuará con su segunda novela, Hermosos y malditos, pero su obra maestra llegará cuando escriba El gran gatsby (1925), la historia de un traficante de alcohol, un ser inmoral y dispuesto a todo pero teñido con un barniz aristocrático. Completan su novelística Suave es la noche y El último magnate.

Un dato más: el film de David Fincher El curioso caso de Benjamin Button es la adaptación de una novela corta, publicada en Cuentos de la era del jazz.

El gran Gatsby (fragmento)

"En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas. No añadió más, pero ambos no hemos sido nunca muy comunicativos dentro de nuestra habitual reserva, por lo cual comprendí que, con sus palabras, quería decir mucho más.
(...)
Su corazón se hallaba en constante y turbulenta agitación, temperamento creador, tenía un don para saber esperar y, sobre todo, una romántica presteza; era la suya una de esas raras sonrisas, con una calidad de eterna confianza, de esas que en toda la vida no se encuentran más que cuatro o cinco veces.
(...)
James Gatz era víctima de un mundo al que no pertenecía: ricos, seres descuidados e indiferentes, que aplastaban cosas y seres humanos, y luego se refugiaban en su dinero o en su amplia irreflexión.
(...)
Gatsby creía en el fastuoso futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Aunque en este momento nos evite, no importa... Mañana correremos más rápido, estiraremos más los brazos... Y una hermosa mañana. Y así seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado."

John Dos Passos (1896-1970)


Este otro miembro de la Generación Perdida, nacido en Chicago y educado en Harvard, fue nieto de un zapatero portugués e hijo ilegítimo de un abogado y conductor de ambulancias durante la Primera Gran Guerra. De su experiencia en el frente nacerá Tres soldados (1921), un amargo alegato antibelicista.

En 1925 saldrá a la luz Manhattan transfer, una obra tan innovadora en cuanto a su estructura que podríamos decir que se trata del Ulysses americano. Construida en base a fragmentos de canciones, titulares de diarios, monólogos interiores y recortes de la vida de esos habitantes de la gran urbe que se entrecruzan sin tocarse. Es la ciudad misma hecha novela. Más que una indagación psicológica sobre esos personajes intrascendentes que circulan por Nueva York es un análisis sociológico de la despersonalización.

Le seguirá la Trilogía USA, compuesta por tres novelas: Paralelo 42, 1919 y El gran dinero. En esta composición, Dos Passos extiende su análisis al territorio estadounidense, criticando el materialismo creciente de la sociedad. Tras su publicación, se dedicó a viajar por el mundo y plasmar sus observaciones en otra trilogía, Distrito Columbia y en libros de viaje. En 1961 se edita Mediados de siglo, escrita con el singular estilo que utilizara para Manhattan transfer.

Manhattan transfer (fragmento)

"La primera cosa que oyeron fue el trémulo silbido de un vagoncito que humeaba al borde de la acera, frente a la entrada del ferry. Un chico se apartó del grupo de emigrantes que vagaba por el embarcadero y corrió el vagoncito.
- Es como una máquina de vapor y está llena de tornillos y tuercas -gritó al volverse.
- Padriac, vuelve aquí.
- Y aquí está la estación del elevado, South Ferry -continuó Tim Halloran, que había venido a buscarles-. Allá arriba está Battery Park y Bowling Street y Wall Street, el distrito bancario... Vamos, Padraic, el tío Timothy te va a llevar en el elevado de la Novena Avenida.
Quedaban sólo tres personas en el embarcadero, una vieja con un pañuelo azul a la cabeza, y una joven con un chal color magenta, en pie las dos, una a cada lado de un gran abúl claveteado con tachuelas de latón. Y un viejo con una perilla verdosa y una cara toda rayada y retorcida como la raíz de un roble muerto. La vieja gemía con lágrimas en los ojos: "Dove andiamo, Madonna mía, Madonna Mía!" La joven desdoblaba una carta y parpadeaba ante la floreada escritura. De repente se acercó al viejo: "Non posso leggere", y le alargó la carta. Él se restregó las manos, balanceó la cabeza y dijo algo que ella no pudo entender. La joven se encogió de hombros, sonrió y volvió a su baúl. Un siciliano con patillas hablaba con la vieja. Cogió el baúl con la cuerda y lo arrastró a un carro con un caballo blanco, que estaba parado en la acera de enfrente. Las dos mujeres siguieron al baúl. El siciliano tendió la mano a la joven. La vieja, sin dejar de murmurar y lloriquear, se subió trabajosamente a la trasera. Cuando el siciliano se inclinó para leer la carta, rozó a la joven con el hombro. Ella se puso tensa. "Awright", dijo. Luego, sacudiendo las riendas sobre la grupa del caballo, se volvió a la vieja y gritó: "Cinque le due... Awright". "

William Faulkner (1897-1962)


El premio Nobel de 1949 había nacido en New Albany, Mississippi, formando parte de los escritores “perdidos”, compartiendo con ellos la particularidad de haberse enrolado y a la vez representando a la incipiente literatura sureña. De esto precisamente trata la narrativa faulkneriana: el contraste entre el viejo y el nuevo sur.

Criado en el seno de una familia conservadora, abandona los estudios para dedicarse a andar de aquí para allá, viviendo cinco años en París. El encuentro en Nueva Orleans con Sherwood Anderson fue trascendental: allí recibe el sabio consejo de dedicarse a escribir sobre la gente y los lugares que mejor conoce. También lo ayudó a conseguir editor para su primera novela, La paga de los soldados.

Sus novelas posteriores estarán ambientadas en el ficticio condado de Yoknapatawpha, lugar donde Faulkner reproduce la fauna y flora de la sociedad sureña. Allí se desarrolla Sartoris y El sonido y la furia, novela que lo conducirá al reconocimiento literario que tanto anhelaba.

Con ella realizará el experimento de narrar una anécdota a través de las voces de cuatro personajes, uno de ellos retrasado mental, siguiendo la técnica del torrente de conciencia, es decir, escribir los pensamientos sin el tamiz de la estructuración racional.

Faulkner no es de fácil lectura, dado que utiliza frases largas, aparentemente incoherentes, jugando con los tiempos, superponiendo relatos, intercalando monólogos interiores. Su búsqueda es permanente y lo acompañará en sus otras novelas: Santuario (1931), Absalom, Absalom! (1936), Desciende, Moisés (1942), Los rateros (1962)

Trabajó también como guionista en Hollywood (lo mismo que Scott Fitzgerald)

El sonido y la furia (fragmento)

“Quentin, que amaba no el cuerpo de su hermana, sino algún concepto de honor familiar y (él lo sabía bien), temporalmente suspendido en la frágil y diminuta membrana de su virginidad, semejante al equilibrio de una miniatura en la inmensidad de la esfera terrestre sobre el hocico de una foca amaestrada. Quien amaba, no la idea del incesto que no cometería, sino algún presbiteriano concepto de su eterno castigo: él y no Dios, podría arrojarse a sí mismo y a su hermana al infierno, donde eternamente podría protegerla y cuidarla para siempre jamás, invulnerable ante las llamas inmortales. Él que sobre todas las cosas amaba la muerte, y que quizá sólo amaba a la muerte, amó y vivió con deliberada y pervertida curiosidad, tal y como ama un enamorado que deliberadamente se reprime ante el prodigioso cuerpo complaciente, dispuesto y tierno de su amada, hasta que no puede soportarlo y entonces se lanza, se arroja, renunciando a todo, ahogándose."

Ernest Hemingway (1899-1961)


El escritor más popular de la Generación Perdida fue un enamorado de los gatos, los habanos, las mujeres hermosas, Cuba y las corridas de toros. Nacido en Oak Park, Illinois, comenzó su carrera como periodista, luchó en Italia durante la Primera Guerra, donde fue herido de gravedad, para luego instalarse en Paris, en compañía de Ezra Pound y Gertrude Stein, quienes lo alentaron a escribir.

Fue corresponsal durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, experiencia que volcó en sus novelas, así como utilizó su afición a la pesca y a la tauromaquia como temas literarios.

Los personajes de Hemingway se dividen en dos tipos: aquellos que han perdido la fe en el hombre y se sumergen en el cinismo y los otros cuya simpleza los hace enfrentarse valientemente a las circunstancia de la vida.

El cine se ha nutrido de la vasta obra de Hemingway y ha colaborado en la consolidación de su fama: Fiesta (1926), Adiós a las armas (1929), Tener y no tener (1937), Por quién doblan las campanas (1940), El viejo y el mar (1953), son títulos que se adaptaron a la pantalla grande, lo mismo que el relato Las nieves del Kilimanjaro.

Fue galardonado con el premio Nobel en 1954.

Por quién doblan las campanas (fragmento)

"Después se acomodó lo más cómodamente que pudo, con los codos hundidos entre las agujas de pino y el cañón de la ametralladora apoyando en el tronco del árbol.
Cuando el oficial se acercó al trote, siguiendo las huellas dejadas por los caballos de la banda, pasaría a menos de veinte metros del lugar en que Robert se encontraba. A esa distancia no había problema. El oficial era el teniente Berrendo. Había llegado de La Granja, cumpliendo órdenes de acercarse al desfiladero, después de haber recibido el aviso del ataque al puesto de abajo. Habían galopado a marchas forzadas, y luego tuvieron que volver sobre sus pasos al llegar al puente volado, para atravesar el desfiladero por un punto más arriba y descender a través de los bosques. Los caballos estaban sudorosos y reventados, y había que obligarlos a trotar.
El teniente Berrendo subía siguiendo las huellas de los caballos, y en su rostro había una expresión seria y grave. Su ametralladora reposaba sobre la montura, apoyada en el brazo izquierdo. Robert Jordan estaba de bruces detrás de un árbol, esforzándose porque sus manos no le temblaran. Esperó a que el oficial llegara al lugar alumbrado por el sol, en que los primeros pinos del bosque llegaban a la ladera cubierta de hierba. Podía sentir los latidos de su corazón golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino."

John Steinbeck (1902-1968)


Representante tanto del realismo social como de la nueva literatura sureña y de la Generación Perdida, este californiano oriundo de Salinas fue albañil, jornalero rural y empleado de tienda antes de dedicarse de lleno a escribir.

De allí que su obra gire en torno a los pequeños héroes y a la lucha desigual de aquellas personas que dependen de la tierra para sobrevivir. El primer reconocimiento literario le llega en 1935, con la publicación de Tortilla flat, que narra la vida de inmigrantes mexicanos en la región de Monterrey.

Sin embargo, su novela más conocida será Las uvas de la ira, la amarga historia de una familia empobrecida por la depresión que emigra desde su Oklahoma natal a la dorada California. Todo un alegato social que sería llevado al cine, tal como ocurrirá con las posteriores Al este del Edén y Viva Zapata.

A pesar de la atmósfera opresiva de una realidad injusta, las criaturas de Steinbeck irradian dignidad y valentía, aunque esa nobleza de espíritu no se vea recompensada.

Steinbeck recibió en premio Nobel en 1962.

Las uvas de la ira
(fragmento)

"—¿No piensas en qué pasará cuando lleguemos? ¿No temes que quizá no sea tan bonito como pensamos?
—No —replicó con rapidez. No lo temo. No debes hacer eso.
-Yo tampoco. Es demasiado, es vivir demasiadas vidas. Delante de nosotros hay mil vidas distintas que podríamos vivir, pero cuando llegue, sólo será una. Si voy adelante en cada una de ellas, es excesivo."

Erskine Caldwell (1903-1987)


Nacido en Coweta County, Georgia, representa mejor que nadie el estilo campechano del sur. Hijo de un pastor, vivió de pueblo en pueblo, costumbre que luego prolongaría al trabajar como aparcero en las fincas, de donde nació su compromiso con las clases menos favorecidas.

Fue jugador de fútbol americano, a la par que dictó seminarios para los trabajadores rurales. De su experiencia tomaría la materia prima para La ruta del tabaco (1932), novela que relata las andanzas de la familia de Jeeter Lester, con pinceladas de humor y crítica social.

Caldwell fue perseguido desde la publicación de su primera novela, Bastards, que fue retirada inmediatamente de las librerías, tal vez por lo inconveniente del título. Con la edición de La pequeña hacienda de Dios (1933) directamente fue encarcelado, aunque un juicio posterior lo exculpó.

Durante la Segunda Guerra fue corresponsal en Ucrania, de donde regresó desencantado por el stalinismo. Continuó escribiendo hasta su muerte, sobre todo artículos de viaje.

Tiempo de cosecha (fragmento)

Los ladridos volvieron a sacudirlo, aterradoramente cercanos, pero ya no tenía fuerzas para seguir huyendo... Juan Gómez se pasó una mano por el pelo, a la vez que dejaba escapar un sollozo entrecortado. Cerró los ojos y se recostó contra el árbol, mientras se preguntaba cómo había llegado a esa situación, tan tarde en el tiempo de cosecha, cuando todo en el Chaco era mejor. Pero un segundo después, cuando vio aparecer a los perros que se abalanzaron sobre él, advirtió que jamás llegaría a saberlo."