miércoles, 28 de octubre de 2009

Ernest Hemingway (1899-1961)


El escritor más popular de la Generación Perdida fue un enamorado de los gatos, los habanos, las mujeres hermosas, Cuba y las corridas de toros. Nacido en Oak Park, Illinois, comenzó su carrera como periodista, luchó en Italia durante la Primera Guerra, donde fue herido de gravedad, para luego instalarse en Paris, en compañía de Ezra Pound y Gertrude Stein, quienes lo alentaron a escribir.

Fue corresponsal durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, experiencia que volcó en sus novelas, así como utilizó su afición a la pesca y a la tauromaquia como temas literarios.

Los personajes de Hemingway se dividen en dos tipos: aquellos que han perdido la fe en el hombre y se sumergen en el cinismo y los otros cuya simpleza los hace enfrentarse valientemente a las circunstancia de la vida.

El cine se ha nutrido de la vasta obra de Hemingway y ha colaborado en la consolidación de su fama: Fiesta (1926), Adiós a las armas (1929), Tener y no tener (1937), Por quién doblan las campanas (1940), El viejo y el mar (1953), son títulos que se adaptaron a la pantalla grande, lo mismo que el relato Las nieves del Kilimanjaro.

Fue galardonado con el premio Nobel en 1954.

Por quién doblan las campanas (fragmento)

"Después se acomodó lo más cómodamente que pudo, con los codos hundidos entre las agujas de pino y el cañón de la ametralladora apoyando en el tronco del árbol.
Cuando el oficial se acercó al trote, siguiendo las huellas dejadas por los caballos de la banda, pasaría a menos de veinte metros del lugar en que Robert se encontraba. A esa distancia no había problema. El oficial era el teniente Berrendo. Había llegado de La Granja, cumpliendo órdenes de acercarse al desfiladero, después de haber recibido el aviso del ataque al puesto de abajo. Habían galopado a marchas forzadas, y luego tuvieron que volver sobre sus pasos al llegar al puente volado, para atravesar el desfiladero por un punto más arriba y descender a través de los bosques. Los caballos estaban sudorosos y reventados, y había que obligarlos a trotar.
El teniente Berrendo subía siguiendo las huellas de los caballos, y en su rostro había una expresión seria y grave. Su ametralladora reposaba sobre la montura, apoyada en el brazo izquierdo. Robert Jordan estaba de bruces detrás de un árbol, esforzándose porque sus manos no le temblaran. Esperó a que el oficial llegara al lugar alumbrado por el sol, en que los primeros pinos del bosque llegaban a la ladera cubierta de hierba. Podía sentir los latidos de su corazón golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino."

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