martes, 9 de febrero de 2010

Cuéntame tu vida


Habiéndonos propuesto escribir en este libro la vida de Alejandro y la de César, el que venció a Pompeyo, por la muchedumbre de hazañas de uno y otro, una sola cosa advertimos y rogamos a los lectores, y es que si no las referimos todas, ni aun nos detenemos con demasiada prolijidad en cada una de las más celebradas, sino que cortamos y suprimimos una gran parte, no por esto nos censuren y reprendan. Porque no escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirven más para pintar un carácter que batallas en que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos y sitios de ciudades.

Así arranca Plutarco la descripción de la vida de dos personajes que forman parte de la galería de sus "Vidas paralelas". Y desde esta concepción iniciática de la biografía queda claro que no se trata de una mera narración de hechos cronológicos que tuvieron lugar en el curso de la existencia de una persona. El género biográfico es la vida misma del personaje, vista a través de los ojos de su exégeta.

Marcel Schwob, en el capítulo dedicado a René Descartes de sus "Vidas imaginarias" refunda el concepto, a casi dos milenios de distancia:

El arte del biógrafo consiste justamente en la elección. No tiene que preocuparse por ser veraz; debe crear sumido en un caos de rasgos humanos. Leibniz dijo que para hacer el mundo Dios eligió el mejor de entre los posibles. El biógrafo, como divinidad inferior, sabe elegir de entre los posibles humanos aquel que es único (...) Los biógrafos, por desgracia, han creído, generalmente, que eran historiadores y así nos han privado de retratos admirables (...) El arte del biógrafo radicaría en atribuírle tanto valor a la vida de un pobre actor como a la vida de Shakespeare.

Y aquí metemos la cola los diablos de Tlön: al biógrafo no le reporta el mismo reconocimiento escribir la vida de Shakespeare que la de John Smith, actor desempleado. Hay un grado de ambición en pretender meternos en la alcoba de un personaje famoso, como si su gloria se nos fuera a pegar por mera contigûidad. Sin hablar de la curiosidad malsana que nos lleva a leer las vidas de otros, para verificar que el héroe nacional sufría de estreñimiento severo y padecía callos plantales.

Es que la biografía siempre está a un tranco de pulga de caer en la chismografía berreta. Alejada del ideal edificante de Plutarco y más cercana a los programas del corazón, la alternativa posible la constituye la novela. Desde la recreación literaria de un personaje histórico el autor puede superar la tentación del escándalo apelando al recurso poético.

Hicimos una recorrida por la biblioteca, donde nos avisaron que contrataron a un nuevo empleado, un tal Tomás Eloy Martínez que recién arribó desde el mundo real a nuestro planeta literario. Y como el tema de hoy se refiere a recreadores de vidas ajenas, se lo dedicamos in memoriam de quien escribiera "Santa Evita" y "La novela de Perón".

De mientras, vamos a seguir buscando por aquí a Salinger. Quién sabe dónde se escondió este tipo.

Dos al precio de uno


1. Ésta es la historia de la vida de estos dos grandes hombres; mas puesto que uno y otro han dejado señalados ejemplos de virtud en la parte militar y en la política, vaya, tomemos por principio en la parte militar el que a Pericles, habiendo tenido mando en un pueblo que iba prósperamente, y que siendo en sí grande florecía sumamente en poder, parece que la común buena suerte de que gozaba la república le daba seguridad y firmeza, mientras que las hazañas de Fabio, que en tiempos trabajosos e infelices se encargó de la ciudad, no se hubieron de limitar a mantenerla segura en la dichosa suerte, sino que tuvieron que mudar en bueno su mal estado. A Pericles, los afortunados sucesos de Cimón, los trofeos de Mirónides y Leócrates y las muchas grandes victorias de Tólmides más parece que le llamaban, cuando se puso al frente de la ciudad, a entretener a ésta con fiestas y regocijos públicos, que a vencer y tener que conservarla por medio de la guerra; pero Fabio, cuando no tenía a la vista sino muchas retiradas y derrotas, muchas muertes y ruinas de generales y capitanes, los lagos, los campos y los sques llenos de ejércitos destrozados, y los ríos teñidos hasta el mar de mortandad y sangre, apoyando y sosteniendo en sola su constancia y firmeza la ciudad, impidió que, trastornada con el sacudimiento de tantos errores ajenos, del todo se asolase. Y aunque acaso se tendrá por menos difícil tener a raya una ciudad humillada y hacerla obedecer por necesidad al que sobresale en prudencia que poner freno a la insolencia y temeridad de un pueblo engreído e hinchado con su prosperidad, que es como Pericles principalmente dominó a los Atenienses, con todo, el tamaño y muchedumbre de las desgracias que entonces acontecieron a los Romanos hicieron ver que era hombre del más firme juicio y de la mayor constancia el que no vaciló ni se apartó un punto de su propósito.

Menuda tarea la que llevó a cabo el primer biógrafo de la historia, Plutarco de Beocia, quien no contento con reseñar la vida de los hombres más notables de la sociedad greco-latina clásica le dio el berretín de emparejarlos y compararlos, a fin de extraer una enseñanza de sus experiencias.

Las "Vidas paralelas" datan del siglo I y fueron escritas por este historiador que nació en Queronea en los tiempos del emperador Claudio. Constan de veintitrés pares de biografías, más cuatro que quedaron sin compañero y se estima que se perdieron las correspondientes a Heracles, Escipión el Africano, Epaminondas de Tebas, Octavio Augusto, Claudio y Nerón.

Las veintitrés parejas comienzan con la dupla Teseo-Rómulo y culminan con un cuarteto, Artajerjes-Arato y Galba-Otón. Las más notables son las que conforman Pericles-Fabio Máximo, Coriolano-Alcibíades, Alejandro-Julio César y Demóstenes-Cicerón.

Están estructuradas de manera tal que primero describe a cada uno de los personajes y luego dedica un capítulo a compararlos, siempre con el propósito de extraer una enseñanza. Plutarco no se detiene tanto en detalles cronológicos, sino que analiza la influencia del carácter, bueno o malo, como factor determinante de la existencia de los famosos de entonces.

Sin saberlo, Plutarco estaba incursionando en el perfil psicológico, piedra basal de la novela contemporánea.

El chismógrafo de Roma


Si bien es cierto que nada, salvo su intimidad con Nicomedes, mancilló su reputación de honesto, aquella supuso, sin embargo, una grave y perpetua deshonra y le dejó expuesto a los ultrajes de todos. Omito los conocidísimos versos de Licinio Calvo: "Todo lo que un día tuvo Bitinia y el amante de César". Paso por alto los discursos de Dolabela y de Curión padre, en los que Dolabela le llama "rival de la reina", "almohada de la litera real" y Curión, por su parte, "establo de Nicomedes" y "lupanar de Bitinia". Dejo de lado también los edictos de Bíbulo, en los cuales llamó públicamente a su colega "reina de Bitinia, que antes se encaprichó con un rey y ahora con la realeza"...
Es opinión unánime que fue proclive a los placeres sensuales y derrochador de ellos, y que sedujo a un gran número de mujeres de alcurnia (enumera una lista de amantes)...
En el siguiente dístico, cantado igualmente por sus soldados en la ceremonia de triunfo sobre las Galias, se muestra claramente que ni siquiera en las provincias respetó a las mujeres casadas: "Romanos, vigilad a vuestras mujeres, os traemos al adúltero calvo; en la Galia te gastaste en putas el oro que aquí tomaste prestado".


No es un periodista de la prensa rosa quien escribió esta descripción del eminentísimo Cayo Julio César, sino del historiador y biógrafo romano Cayo Suetonio Tranquilo (c.70-140 d.C.), autor de "Las vidas de los doce césares", una obra muy seria y reputada acerca de emperadores romanos, desde César hasta Domiciano.

Cada vida está estructurada al uso alejandrino, es decir, más por categorías que por orden cronológico: estirpe, familia, nacimiento, educación, toga virilis, comienzos de la carrera, empresas guerreras, vida privada, prodigios, muerte, testamento. Abundan las citas, los tecnicismos y los términos griegos; sin embargo, es muy ameno cuando suelta la lengua, sobre todo cuando detalla los aspectos más humanos de su biografiado.

Así nos enteramos de que a César le fastidiaba ser pelado, porque esto era motivo de burla, y que como cualquier señor a quien se le vuelan las chapas, llevaba los pocos cabellos que permanecían incólumes en la nuca hacia la coronilla, para tapar los agujeros. Asimismo abusaba de la corona de laureles, con tal de que no se le viera la tonsura natural.

Y gracias a él averiguamos que el divino Augusto era supersticioso a más no poder y que vivía pendiente de cuanto presagio anduviera suelto. Además, tenía mala digestión y un paladar vulgar. Su cuerpo estaba cubierto de manchas, algunas de nacimiento, aunque él lo disimulaba diciendo que llevaba la constelación de la Osa menor en el pecho.

En Tlón imaginamos que Suetonio escribía rapidito todo lo concerniente a las campañas militares y a las victorias políticas de sus reyes, le daba un repaso al árbol genealógico a las corridas, para después frotarse las manos y dedicarse con fruición a revelar los entretelones más jugosos y picarescos.

Porque es de pícaro aclarar que "no vamos a decir que fulanito tenía flatulencias" ni que "menganito se vestía de mujer ante sus íntimos" para luego despacharse con pelos y señales. Nosotros tampoco vamos a canturrear esta copla que repetían, entre borrachera y borrachera, los soldados: "César sometió las Galias, a César Nicomedes: aquí va hoy, honrado con el triunfo César, que sometió a las Galias, pero no así Nicomedes, que sometió a César".

Inter pares


Enormes dones llueven de las influencias celestiales en los cuerpos humanos muchas veces naturalmente; y sobrenaturales a veces, de forma extraordinaria, mezclándose en un cuerpo únicamente la belleza, la gracia y la virtud, de tal manera, que por todas partes se ve a este, muy divino, que al dejar detrás a todos los demás hombres, manifiestamente se conoce (que es) obra de Dios, y no adquirida por arte humano. Esto lo vieron los hombres en Leonardo que además, de la belleza del cuerpo, no alabado nunca bastante, tenia una gracia mas que infinita en cualquiera de sus acciones; y mucha virtud, que por todas partes el espíritu volvió en las cosas difíciles, que con facilidad los revolvía. Tuvo una gran fuerza, habilidad, espíritu y valor, siempre leal y magnánimo. Y la fama de su nombre se corrió, que no solamente en su tiempo fue querido, mucho mas a posteriori después de muerto. Y realmente el cielo nos envía algunas veces a quien no representa solo a la humanidad, sino a la misma divinidad para que como modelo en sus acciones, al imitarlo, podamos acercarnos con el espíritu y con la excelencia del intelecto a las partes de las sumas del cielo. Y para experiencia se ve en estos, que en algún estudio accidental intentan seguir los rastros, que estos, de maravilloso espíritu, si ellos lo son, y de la naturaleza son ayudados, cuando ellos mismo no son, al menos se acercan sus divinas obras, que participan de esa divinidad.

¿Quién mejor que un artista podría contarnos la vida de otro artista? Eso habrá pensado Giorgio Vasari cuando emprendió, allá por el siglo XVI, la enciclopédica tarea de dejar constancia de los hombres de su tiempo. EEnormes dones llueven de las influencias celestiales en los cuerpos humanos muchas veces naturalmente; y sobrenaturales a veces, de forma extraordinaria, mezclándose en un cuerpo únicamente la belleza, la gracia y la virtud, de tal manera, que por todas partes se ve a este, muy divino, que al dejar detrás a todos los demás hombres, manifiestamente se conoce (que es) obra de Dios, y no adquirida por arte humano. Esto lo vieron los hombres en Leonardo que además, de la belleza del cuerpo, no alabado nunca bastante, tenia una gracia mas que infinita en cualquiera de sus acciones; y mucha virtud, que por todas partes el espíritu volvió en las cosas difíciles, que con facilidad los revolvía. Tubo una gran fuerza, habilidad, espíritu y valor, siempre leal y magnánimo. Y la fama de su nombre se corrió, que no solamente en su tiempo fue querido, mucho mas a posteriori después de muerto. Y realmente el cielo nos envía algunas veces a quien no representa solo a la humanidad, sino a la misma divinidad para que como modelo en sus acciones, al imitarlo, podamos acercarnos con el espíritu y con la excelencia del intelecto a las partes de las sumas del cielo. Y para experiencia se ve en estos, que en algún estudio accidental intentan seguir los rastros, que estos, de maravilloso espíritu, si ellos lo son, y de la naturaleza son ayudados, cuando ellos mismo no son, al menos se acercan sus divinas obras, que participan de esa divinidad.

¿Quién mejor que un artista para contar la vida de otro artista? Eso debe haber pensado Giorgio Vasari, allá por el siglo XVI, cuando emprendió la enciclopédica tarea de dejar asentada para la posteridad las biografías de los artistas de su tiempo. Como era costumbre de la época, tuvo una formación tutorial en el taller del pintor Guglielmo da Marsiglia, para luego pasar al círculo de Andrea del Sarto. En Florencia conoció a Michelángelo Buonarroti, a quien admiró profundamente, y luego se empleó regularmente con los Medici.

Fue un pintor reputado del manierismo italiano, lo cual le permitió acumular fortuna y reconocimiento. Como arquitecto, diseñó el famoso Palacio de los Uffizi en Florencia. Teniendo ya laureles propios y bien ganados devino en el primer historiador del arte italiano. Acuñó el término Renacimiento, conciente del contínuo florecer del arte y recopiló anécdotas, algunas exageradas, otras más creíbles, que mechó en sus biografías perfectamente documentadas.

Sin embargo, los críticos de arte actuales le achacan falta de rigor histórico en cuanto a las fechas, subestimando así el valor de Vasari como fuente. Te quisiera ver en el 1500 constatando datos, sin teléfono ni Internet...

Con los artistas descriptos por Vasari podemos hacer una selección de lujo: entre otros biografió a Cimabué, Giotto, Duccio, Paolo Ucello, Masaccio, Filippo Brunelleschi, Donatello, Piero della Francesca, Fra Angelico, Giovanni Bellini, Sandro Botticelli, Andrea del Verrocchio, Andrea Mantegna, il Perugino, Giorgione, Donato Bramante, Correggio, Rafael, Miguel Angel y Leonardo.

Il Divino Michelangelo fue el primer artista que tuvo dos biografías publicadas en vida. Una la de Vasari, otra la de su discípulo Ascanio Condivi. Irving Stone escribió "La agonía y el éxtasis", novela que fue llevada al cine, con el protagónico de Charlton Heston.

En tanto, Leonardo di Ser Piero da Vinci, el paradigma del Renacimiento y el hombre que más talentos reunió en la historia, ha sido objeto de estudio en todas la facetas en las que se destacó y sus códices y cuadernos han sido publicados, por lo que podemos abrevar a él de primera mano, sin necesidad de intermediarios.

El innombrable


La ciudad de Efeso, donde nació Eróstrato, se extendía en la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles del Panormo, de donde se veía, por sobre el mar de profundos colores, la línea brumosa de Samos. Rebosaba de oro y tejidos, de lanas y de rosas, desde que los magnesios, sus perros de guerra y sus esclavos que lanzaban venablos, habían sido vencidos a orillas del Meandro, desde que la magnífica Mileto había sido arruinada por los persas.

Así comienza a relatar Marcel Schwob la vida de este pastor de Efeso, devenido en incendiario por el sencillo objetivo de lograr fama duradera. Según Valerio Máximo, en el testimonio obtenido bajo tortura por orden de Artajerjes "se descubrió que un hombre había planeado incendiar el templo de Diana en Éfeso, de tal modo que por la destrucción del más bello de los edificios su nombre sería conocido en el mundo entero".

Lo cierto es que lo logró, más allá de que como propósito de vida lo juzguemos bastante pavote. Y no sólo consiguió que su nombre fuera recordado, más allá de la prohibición real so pena de muerte, sino que tuvo montones de imitadores. La pantalla chica está plagada de Eróstratos y Eróstratas capaces de destruir los templos que sean necesarios a cambio de los quince minutos de fama que postulaba Andy Warhol. Anticipándose al fenómeno mediático, Jean-Paul Sartre concibió un moderno Eróstrato que cometía crímenes y aberraciones con tal de ser reconocido.

Incluso tuvo la suerte de aparecer citado en un clásico. En "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", Cervantes escribió: "También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor, que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato." Si eso no es gloria, entonces qué es.

Pero volvamos a Marcel Schwob. Su libro "Vidas imaginarias" está escrito según el modelo usado por Plutarco en sus "Vidas paralelas". En la obra desfilan tanto personajes históricos como ficcionales, es decir, todos son ficcionales porque no se ajustan a fuentes fidedignas. Schwob retrata a sus criaturas desde lo psicológico y sociológico, pero, por suerte, no les confiere el rasgo arquetípico ni moralista de Plutarco, sino que hay un tinte irónico y burlón en su prosa exageradamente clásica.

Es lo mismo que hace Borges en "Historia universal de la infamia": darle verosimilitud a biografías que bien podrían ser inventadas como reales, porque están atravesadas por el dardo literario. Tal vez el ejemplo más acabado de este artilugio borgiano sea el cuento "Pierre Mènard, autor del Quijote", publicado en el volumen de "Ficciones" en 1944. El relato cuenta la historia de este oscuro poeta francés contemporáneo que escribió sin plagiar tres capítulos del Quijote, exactamente iguales a los escritos por Cervantes.

¿Quién puede asegurar que existió Erástroto y no existió Pierre Mènard? ¿Quién podría testificar ante Artajerjes, so pena de muerte, que Facundo Quiroga no es un personaje surgido de la ardiente pluma de Domingo Faustino Sarmiento? Mutatis mutandi ¿quién está en condiciones de afirmar que "El señor presidente" de Miguel Angel Asturias no es una biografía apócrifa?

El gran aporte de Schwob es haber forzado ese límite por el cual toda biografía tiene que respetar las crónicas y plantear que toda ficción que cuente las peripecias de un personaje son, en cierto modo, biografías imaginarias.

Rey de Reyes


Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido de mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio, el Idiota", o "Ese Claudio" o "Claudio, el Tartamudo" o "Cla-Cla-Claudio" o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida. Comenzará con mi niñez más temprana y seguiré año tras año, hasta llegar al fatídico momento del cambio en que, hace unos ocho años, a la edad de cincuenta y uno, me encontré de pronto en lo que podría denominar "la jaula dorada" de la cual jamás he podido escapar desde entonces.

Sin temor a exagerar es el primer párrafo más brillante de cualquier biografía novelada y nació de la pluma del helenista, poeta y narrador británico Robert Graves. Así comienza "Yo, Claudio", la novela en primera persona que cuenta la vida del cuarto emperador romano, pero que revela las intrigas de palacio desde las épocas de Octavio Augusto. Hay malos-malísimos, como la abuela Livia, héroes malogrados, como Germánico, sexo, crímenes, locura, reflexiones filosóficas, todo en la dosis exacta. Claudio, el contrahecho tuvo la curiosa fortuna de ser popular en el siglo XX, gracias a que la obra de Graves fue adaptada por la BBC y transformada en una excelente miniserie.

Se trata, sin dudas, del modelo más acabado de ficción histórica contemporánea, que luego completarían las "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar, otra novela biográfica en primera persona. Pero el inquieto Graves navegaría también por aguas mitológicas, desde su refugio en las antiguas Hespérides, hoy Mallorca. De su trabajo de investigador del mundo de la Hélade surgen los "Mitos griegos" y "La diosa blanca".

Sin embargo, es otro de sus libros el que levanta polvareda. Hablamos de "Rey Jesús", una suerte de biografía no autorizada, en donde Graves sostiene el origen regio de Cristo, su derecho legítimo al trono de Judea, tanto por parte de su madre, María, descendiente de David, como por parte de su padre, Antípater, hijo díscolo de Herodes el Grande.

La novela se explaya sobre la esmerada educación de Jesús, concebido como un símbolo de unidad de los hebreos, instruído para reinar y liberarlos del yugo romano. Plantea también el delirio místico que lo hace abandonar el plan de lucha, para decepción de sus discípulos zelotes, como Judas y Juan. El Evangelio de Judas, rescatado por la National Geographic, refuerza esta visión de Graves acerca del finalidad política de estos apóstoles "de izquierda". De esta manera se comprende la intromisión de Pilatos en asuntos que de otra manera no hubieran sido de su competencia, porque los romanos no zanjaban cuestiones religiosas de los judíos.

La figura del profeta del cristianismo también fue abordada por Nikos Kazantzakis, el autor de "Zorba, el griego", en "La última tentación de Cristo" (famosa por la película que dirigiera Martin Scorsese). Kazantzakis describe a un Jesús despreciado por sus pares, por ser el único carpintero que fabrica cruces para los romanos, porque una voz interior le dice que Dios quiere que lo odien. Judas en este caso es un zelote a quien encomendaron matarlo, pero termina siendo su discípulo. Cuando ocurre la crucifixión, Jesús se baja de la cruz para huir con María Magdalena. Luego de que ella muere, se casa con Marta y vive como un hombre común, mientras los apóstoles andan por el mundo predicando acerca del Mesías. Cuando está a punto de morir de viejo, se despierta y se da cuenta que todo ha sido un sueño pergeñado por el Diablo para tentarlo y consuma la Pasión en el Gólgota.

Norman Mailer (biógrafo de Marilyn Monroe, Pablo Picasso y Mohamad Alí), en "El Evangelio según el Hijo", otro relato en primera persona, expone a un Jesús abrumado por su misión, lleno de dudas y humanos deseos. El portugués y premio Nobel José Saramago vuelve sobre la vida del Nazareno, en "El Evangelio según Jesucristo", respetando los textos canónicos, pero humanizando la figura de su biografiado.

El hereje


Mi curiosidad nació de una emocionante visión, mientras la nave surcaba la fuerte y tranquila corriente, al final de la estación del desborde del Nilo. El viaje había empezado en nuestra ciudad, Sais, y discurría hacia el sur, hacia Panópolis, donde íbamos a visitar a mi hermana, que vivía allí desde su boda. Un cierto día, al atardecer, pasamos por una ciudad extraña. A través de sus columnas se entreveía su polvorienta grandeza. La muerte se arrastraba ávida por sus rincones y por todos sus objetos. Agazapada entre el Nilo a Poniente y la colina de Oriente, desnuda de árboles, sus calles vacías, sus puertas y ventanas cerradas por párpados caídos. Ninguna vida palpitaba en ella, no se percibía ningún movimiento. El silencio y la tristeza se cernían sobre ella, la muerte aparecía por todas partes. La recorrí con la mirada y mi pecho se sobrecogió.

Naguib Mahfuz, el primer escritor árabe en recibir un premio Nobel, publicó "Akhenatón" en 1985, cuando ya el mundo estaba más o menos al tanto de la existencia de este faraón filósofo, monoteísta y por lo tanto herético, y de su hermosa y fiel compañera Nefertiti. El gran acierto de Mahfuz fue encarar su novela biográfica en tiempo real, utilizando los testimonios imaginarios de quienes lo conocieron en vida. Es decir que con el recurso ideado por William Wilkie Collins para desenmarañar la intriga de "La piedra lunar", vamos haciéndonos un retrato de esta pareja real de la XVIII dinastía.

El flaco andrógino de los monumentos de Amarna es un personaje literario per se y su figura da para cualquier elucubración histórica. Desde su díficil relación con el padre, que lo despreciaba por blando, hasta el complejo edípico con su madre, que le fomentaba el misticismo, Neferjeperura Amenhotep (Hermosas son las manifestaciones de Ra - Amón está satisfecho) da tela para cortar y provoca tanta admiración como rechazo, tanto es así que los historiadores no se ponen de acuerdo.

Le cabe el privilegio de ser el primer reformador religioso de la historia, de haber escrito lecciones de moral que luego fueran tomadas por el judaísmo y el cristianismo como propias y de haber introducido el naturalismo en el arte. Su media sangre semita, sus rasgos afeminados, las manifestaciones de afecto públicas que tenía para con sus esposa e hijas y su incierto final proporcionan un fértil abono para el cultivo literario.

El egiptólogo francés Christian Jacq es otro de los que ha sembrado en este huerto. Famoso por la "Pentalogía de Ramsés", ha publicado en 1990 "Nefertiti y Akhenatón, la pareja solar", ya con un carácter histórico, antes que novelado. Otra clásica biografía sobre el faraón hereje es la escrita por el británico Cyril Aldred, un egiptólogo especializado en la época amarniense.

Sin embargo, quien se lleva el primer puesto en cuanto a popularidad es una reina que curiosamente no era de origen egipcio, sino macedonio. Por supuesto que hablamos de Cleopatra VII Filópator, la última reina de los lágidas. Ella, que era rubia, bajita y narigona según las malas lenguas, pasó a la historia por conquistar el corazón del César y de su oponente, Marco Antonio, gracias a su vasta cultura y a su manejo de la política. La literatura le hizo justicia: la retrataron William Shakespeare ("Marco Antonio y Cleopatra"), John Dryden ("Todo por amor") y George Bernard Shaw ("César y Cleopatra")

Y la tierra enmudeció en su presencia


Los cuatro magos subían a paso lento los senderos que conducían a la cumbre de la Montaña de la Luz: llegaban de los cuatro puntos cardinales trayendo cada uno una alforja con las maderas perfumadas destinadas al rito del fuego.
El Mago de la Aurora llevaba un manto de seda rosa con matices de azul y calzaba sandalias de piel de ciervo. El Mago del Crepúsculo llevaba una sobrevesta carmesí jaspeada de oro y de los hombros le colgaba una larga estola de biso recamada con idénticos colores.
El Mago del Mediodía vestía una túnica de púrpura adamascada con espigas de oro y calzaba unas babuchas de piel de serpiente. El último de ellos, el Mago de la Noche, iba ataviado con lana negra, tejida con el vellón de corderos nonatos, constelada de estrellas de plata.


No, no se trata de una fantasía tolkieniana, sino de la introducción de "El hijo del sueño", primera parte de la trilogía de Alexandros, la excelente biografía sobre Alejandro Magno del arqueólogo y escritor italiano Valerio Massimo Manfredi. Tranquilamente podría pasar por una novela de aventuras, sino fuera porque el autor supera la anécdota y el retrato de un superhéroe.

Como en el caso de Graves, Manfredi es licenciado en filología clásica y un erudito en historia antigua, por lo cual sus textos tienen rigor histórico, pero a la vez es un novelista, dotando así de valor literario a sus narraciones.

El rey de Macedonia ha sido objeto de otros biógrafos, de Plutarco y Flavio Arriano en adelante. La francesa Mary Renault le ha dedicado varios libros, algunos de ficción histórica, como la trilogía que abarca "Fuego en el paraíso", "El muchacho persa" y "Juegos funerarios" y una biografía histórica, "Alejandro Magno". Hay que remarcar que la simpatía que siente la autora por el personaje es evidente: se diría que está enamorada de esta figura. Este entusiasmo no aparece en la obra de Manfredi, que deja discurrir a los personajes, como si fuera un testigo presencial de los hechos.

Esto pone en el tapete un punto fundamental cuando de biografías se trata. El biógrafo historiador tiene un nudo gordiano que resolver: en qué lugar se coloca para contar la vida de ese otro que no es su contemporáneo. Este dilema no lo tiene el novelista, que tiene permiso para usar la imaginación, sin ceñirse a la veracidad de los hechos, sino a su compromiso dramático.