martes, 9 de febrero de 2010

Y la tierra enmudeció en su presencia


Los cuatro magos subían a paso lento los senderos que conducían a la cumbre de la Montaña de la Luz: llegaban de los cuatro puntos cardinales trayendo cada uno una alforja con las maderas perfumadas destinadas al rito del fuego.
El Mago de la Aurora llevaba un manto de seda rosa con matices de azul y calzaba sandalias de piel de ciervo. El Mago del Crepúsculo llevaba una sobrevesta carmesí jaspeada de oro y de los hombros le colgaba una larga estola de biso recamada con idénticos colores.
El Mago del Mediodía vestía una túnica de púrpura adamascada con espigas de oro y calzaba unas babuchas de piel de serpiente. El último de ellos, el Mago de la Noche, iba ataviado con lana negra, tejida con el vellón de corderos nonatos, constelada de estrellas de plata.


No, no se trata de una fantasía tolkieniana, sino de la introducción de "El hijo del sueño", primera parte de la trilogía de Alexandros, la excelente biografía sobre Alejandro Magno del arqueólogo y escritor italiano Valerio Massimo Manfredi. Tranquilamente podría pasar por una novela de aventuras, sino fuera porque el autor supera la anécdota y el retrato de un superhéroe.

Como en el caso de Graves, Manfredi es licenciado en filología clásica y un erudito en historia antigua, por lo cual sus textos tienen rigor histórico, pero a la vez es un novelista, dotando así de valor literario a sus narraciones.

El rey de Macedonia ha sido objeto de otros biógrafos, de Plutarco y Flavio Arriano en adelante. La francesa Mary Renault le ha dedicado varios libros, algunos de ficción histórica, como la trilogía que abarca "Fuego en el paraíso", "El muchacho persa" y "Juegos funerarios" y una biografía histórica, "Alejandro Magno". Hay que remarcar que la simpatía que siente la autora por el personaje es evidente: se diría que está enamorada de esta figura. Este entusiasmo no aparece en la obra de Manfredi, que deja discurrir a los personajes, como si fuera un testigo presencial de los hechos.

Esto pone en el tapete un punto fundamental cuando de biografías se trata. El biógrafo historiador tiene un nudo gordiano que resolver: en qué lugar se coloca para contar la vida de ese otro que no es su contemporáneo. Este dilema no lo tiene el novelista, que tiene permiso para usar la imaginación, sin ceñirse a la veracidad de los hechos, sino a su compromiso dramático.

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