martes, 9 de febrero de 2010

El chismógrafo de Roma


Si bien es cierto que nada, salvo su intimidad con Nicomedes, mancilló su reputación de honesto, aquella supuso, sin embargo, una grave y perpetua deshonra y le dejó expuesto a los ultrajes de todos. Omito los conocidísimos versos de Licinio Calvo: "Todo lo que un día tuvo Bitinia y el amante de César". Paso por alto los discursos de Dolabela y de Curión padre, en los que Dolabela le llama "rival de la reina", "almohada de la litera real" y Curión, por su parte, "establo de Nicomedes" y "lupanar de Bitinia". Dejo de lado también los edictos de Bíbulo, en los cuales llamó públicamente a su colega "reina de Bitinia, que antes se encaprichó con un rey y ahora con la realeza"...
Es opinión unánime que fue proclive a los placeres sensuales y derrochador de ellos, y que sedujo a un gran número de mujeres de alcurnia (enumera una lista de amantes)...
En el siguiente dístico, cantado igualmente por sus soldados en la ceremonia de triunfo sobre las Galias, se muestra claramente que ni siquiera en las provincias respetó a las mujeres casadas: "Romanos, vigilad a vuestras mujeres, os traemos al adúltero calvo; en la Galia te gastaste en putas el oro que aquí tomaste prestado".


No es un periodista de la prensa rosa quien escribió esta descripción del eminentísimo Cayo Julio César, sino del historiador y biógrafo romano Cayo Suetonio Tranquilo (c.70-140 d.C.), autor de "Las vidas de los doce césares", una obra muy seria y reputada acerca de emperadores romanos, desde César hasta Domiciano.

Cada vida está estructurada al uso alejandrino, es decir, más por categorías que por orden cronológico: estirpe, familia, nacimiento, educación, toga virilis, comienzos de la carrera, empresas guerreras, vida privada, prodigios, muerte, testamento. Abundan las citas, los tecnicismos y los términos griegos; sin embargo, es muy ameno cuando suelta la lengua, sobre todo cuando detalla los aspectos más humanos de su biografiado.

Así nos enteramos de que a César le fastidiaba ser pelado, porque esto era motivo de burla, y que como cualquier señor a quien se le vuelan las chapas, llevaba los pocos cabellos que permanecían incólumes en la nuca hacia la coronilla, para tapar los agujeros. Asimismo abusaba de la corona de laureles, con tal de que no se le viera la tonsura natural.

Y gracias a él averiguamos que el divino Augusto era supersticioso a más no poder y que vivía pendiente de cuanto presagio anduviera suelto. Además, tenía mala digestión y un paladar vulgar. Su cuerpo estaba cubierto de manchas, algunas de nacimiento, aunque él lo disimulaba diciendo que llevaba la constelación de la Osa menor en el pecho.

En Tlón imaginamos que Suetonio escribía rapidito todo lo concerniente a las campañas militares y a las victorias políticas de sus reyes, le daba un repaso al árbol genealógico a las corridas, para después frotarse las manos y dedicarse con fruición a revelar los entretelones más jugosos y picarescos.

Porque es de pícaro aclarar que "no vamos a decir que fulanito tenía flatulencias" ni que "menganito se vestía de mujer ante sus íntimos" para luego despacharse con pelos y señales. Nosotros tampoco vamos a canturrear esta copla que repetían, entre borrachera y borrachera, los soldados: "César sometió las Galias, a César Nicomedes: aquí va hoy, honrado con el triunfo César, que sometió a las Galias, pero no así Nicomedes, que sometió a César".

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