martes, 4 de noviembre de 2008

FILOSOFÍA Y LETRAS

Desde la universidad, filosofía y literatura han estado estrechamente vinculadas. Forman parte de un corpus de conocimiento que hace del hombre y su pensamiento, racional o ficticio, su objeto de estudio.

En la práctica, el filósofo escribe apelando al género literario conocido como ensayo. Y el escritor muchas veces utiliza el argumento narrativo como excusa para exponer ideas filosóficas.

Este parentesco ha engendrado una raza particular: la del escritor-filósofo o filósofo-escritor. Una especie escasa en representantes, dado la dificultad que entraña manejar con igual habilidad la construcción imaginaria, la claridad conceptual y el oficio de la palabra.

En Tlön habitan algunos de estos raros ejemplares, a contrapelo de los monstruos editoriales que proliferan hoy en día. Esos que intentan vender soluciones mágicas de fácil digestión, amparados por la maquinaria infernal del marketing.

Invitamos a nuestra tertulia a Sören Kierkegaard, Miguel de Unamuno, Henry y William James, Henri Bergson, Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre.

EL BENEFICIO DE LA DUDA

El 5 de mayo de 1813 nacía en Copenhague quien luego sería considerado el padre del existencialismo. En el seno de una familia rica y profundamente religiosa, criado en el temor de dios y del pecado, Sören Kierkegaard devino en teólogo, aunque su interés por la filosofía y la literatura pudo más.

Dotado de un gran sentido del humor, que acompañaba a un aspecto desconcertante, con esa cresta de pelo rubio que lo precedía y le sumaba varios centímetros de estatura, ya desde su tesis doctoral (una crítica a Sócrates) demostró su personalidad inconformista, polémica, por fuera de las convenciones de la época.

Utilizaba varios seudónimos para publicar, ya que consideraba que de esta manera podía expresar distintas formas de pensar. De esta manera, según cuenta en sus diarios, evitaba que su obra fuera tratada como un sistema filosófico con una estructura sistemática. Tampoco explicaba sus textos ni quería que estuvieran contextualizados con aspectos de su propia personalidad: pretendía que el lector las leyeran tal y cual eran para luego interpretarlas por ellos mismos.

Dentro del campo de la filosofía se le reconocen dos ideas innovadoras, la subjetividad y el salto de fe. El primer concepto se ejemplifica en su frase “subjetividad es verdad y verdad es subjetividad”, destacando la importancia del yo en la apreciación de la realidad. En cuanto al salto de fe, Kierkegaard sostiene que la fe no es racional (sea en dios o en el amor) sino que el individuo deja de lado su racionalidad en pos de algo más elevado, la fe. Y establece que quien tiene fe, tiene dudas, porque si no se duda, la fe no sirve.

Todos los grandes filósofos contemporáneos están en deuda, en mayor o menor medida, con este danés. Kierkegaard también anticipa a Nietzsche, en cuanto a sus críticas a la iglesia cristiana, por su incompetencia y corrupción, siendo, como es, el principal filósofo existencialista religioso.

Asimismo, influyó a grandes escritores de la talla de Borges, Hesse, Kafka, Rilke, Updike. Su literatura comenzó a ser difundida de la mano de otro enorme escandinavo, el noruego Henrik Ibsen. Su “Diario de un seductor” constituye una pieza clave en la narrativa moderna, dándole una nueva impronta a un personaje muy recurrido en la literatura universal, el Don Juan.

Al meternos en el universo de este Juan, al espiar su intimidad desde las páginas de su diario íntimo, donde el autor solamente oficia de maestro de ceremonias presentando el texto, Kierkegaard nos obliga a juzgar de acuerdo con nuestros valores morales, haciendo que la lectura de las vicisitudes de este aventurero nato nos lleve a plantearnos el dilema ético. No lo plantea Kierkegaard: lo plantea cada lector que transite el “Diario de un seductor”.

Murió el 11 de noviembre de 1855, lejos de su eternamente amada Regina Olsen, la mujer con quien rompió inexplicablemente un compromiso matrimonial, para dedicarse a añorarla el resto de su vida. Tal vez entendió que su tarea en este mundo era tan trascendental que las mieles del amor no debían distraerlo.

En Tlön honramos a aquel que se atrevió a sentenciar que “la angustia es el vértigo de la libertad”.

CON U DE UNIVERSAL

Narrador, poeta, ensayista, dramaturgo, filósofo, docente, político y vasco hasta la médula, Miguel de Unamuno nació en Bilbao el 29 de septiembre de 1864. Formado en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, llegó a ser rector de la Universidad de Salamanca, hasta que sus posiciones políticas contrarias a la monarquía y a la dictadura de Primo de Rivera hacen que sea destituido y desterrado a la isla de Fuerteventura, en las Canarias, de donde luego emigró a Francia.

Con la caída del dictador, regresó a Salamanca y se presentó en las elecciones como candidato a concejal por la alianza entre republicanos y socialistas. Recupera su cargo en la Universidad, proclama la República, pero luego, desencantado, apoya a los franquistas en la Guerra Civil. De este entusiasmo será nuevamente desengañado, cuando ve las atrocidades cometidas por la falange. Unamuno se arrepiente públicamente: “Venceréis pero no convenceréis”. Nuevamente arrestado, desolado, asqueado por el horror, muere el 31 de diciembre de 1936.

Su filosofía es la negación de toda sistematización de la filosofía. Educado en el racionalismo y en el positivismo, abjura de ambos, tal como se puede apreciar en su obra “Amor y pedagogía”, una sátira sobre la educación. Como Kierkegaard, a quien llamaba en sus obras “hermano” y por quien estudió danés para poder leerlo sin traducciones, la fe fue objeto de estudio, entendiendo que siempre existe un conflicto interior entre la necesidad de fe y la razón que la niega.

Su gran legado filosófico constituye también su testamento político, “El sentimiento trágico de la vida”, escrito durante la guerra civil. En este texto, Unamuno plantea que el hombre nace con el estigma de conocer su propia finitud y que sus creaciones y actos son maniobras desesperadas para eludir este destino y trascender.

A medio camino entre el ensayo social y la crítica literaria publica “Vida de Don Quijote y Sancho Panza”, una lectura sobre la realidad española a través de dos personajes arquetípicos, contrapuestos y complementarios a la vez.

La obra literaria de Unamuno se dispensa en poesía, novela y teatro. Su poética tiene como temas principales el conflicto religioso, la patria y la vida doméstica. En su dramaturgia, presenta su habitual esquema filosófico (de allí su escaso éxito, está de más decirlo)

Era un prosista innato, de allí que fue en la narrativa donde mejor se desenvolvió. Para poder desprenderse de los rígidos esquemas narrativos de la época, inventa un género propio, la nivola, con cuyos cánones publica “Niebla” (1914)

En “Abel Sánchez”, invierte el mito bíblico de Caín y Abel para desnudar la trama de la envidia. En “La tía Tula” se centra en el anhelo de la maternidad y en “San Manuel Bueno, mártir”, aborda el tema de la fe versus la racionalidad.

Muchas veces tosco, siempre apasionado, intelectualmente honesto hasta en sus errores, Unamuno es tal vez el vasco más español y el español más universal, simplemente por que no necesita proclamar su origen ni justificarse.

Su epitafio dice: “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. En Tlön, donde los dioses se emborrachan y profieren improperios a diestra y siniestra, le tenemos reservado un lugar en la barra del café a don Miguel, a la izquierda de Sören, su hermano.

LOS HERMANOS JAMES

Hace mucho tiempo, cuando vivía en Rye, en Sussex, tuve el honor de que me visitaran dos hombres muy distinguidos; los dos eran americanos, en realidad eran hermanos; pero la clase de éxito de cada uno de ellos era muy distinta. Uno era Henry James el novelista que vivía en la casa de al lado; el otro era William James, el filósofo, que había cruzado el Atlántico y parecía tan fresco como el océano. En realidad los dos hermanos ofrecían un contraste fantástico: uno tan solemne acerca de detalles sociales que a menudo se consideran triviales; el otro tan entusiasmado con estudios que generalmente se consideran áridos. Henry James hablaba de tostadas y tazas de té con la grandiosidad de un fantasma de familia; mientras William James hablaba del metabolismo y la teoría de los valores con el aire de un hombre que cuenta sus amoríos a bordo de un buque. Pero aunque siento por los dos el más profundo afecto, no puedo evitar el pensar que el contraste entre ellos revela cierta verdad acerca de dos distintos tipos de literatura.

Hace poco estuve releyendo uno de los últimos estudios de Harvey Wickman sobre el pensamiento moderno, libro sumamente inteligente, en el que se incluye un estudio sobre William James. Creo que el crítico fue justo con la filosofía, pero no con el filósofo. No creo que el pragmatismo pueda erigirse en serio rival de la filosofía permanente de la verdad y lo absoluto. Pero creo, en cambio, que William James sí se erigió en combatiente y limpiador de la clase especial de tontería solemne más corriente en nuestro tiempo. Sólo indirectamente puede haber servido a la causa de la fe, en la fe; pero hizo mucho más para servir la causa de la incredulidad en la incredulidad; tema muy edificante. Pero éste no es mi punto principal. Me parece que donde falló William James es exactamente donde triunfó Henry James; al crear con sombras suaves y casos dudosos todo un argumento. Eso muy bien puede hacerse en una novela, pues sólo exige ser excepcional. No puede hacerse con la filosofía, pues debe exigir ser universal.

El pragmatismo falla porque es un cosmos hecho de retazos. Pero los cuentos son mejores si se los hace de retazos, especialmente cuando son muy extraños. Al azar recuerdo un cuento de Henry James en el cual aparece un joven inteligente que inexplicablemente se convierte en una especie de gato doméstico en la casa de una pareja rica pero aburrida en grado sumo. Esto ocurre no porque él sea un extravagante o un servil, sino porque lo conmueve la fidelidad y el delirio de la vieja pareja, que mantiene vivo el recuerdo de la hija muerta, cuya vida continúan en una especie de sueño en el cual el joven figura como novio. El cuento es hermoso y delicado y no parece imposible. Si le aplicamos cualquier filosofía moral, por más moderna y alocada que sea, todos nos apartaríamos de ella por establecer como regla general que todos los jóvenes deber vivir de los viejos, que deben alentar los delirios; que estemenage es un modelo para todo hogar normal. Pero para eso sirve, precisamente, el novelista. No está obligado a justificar al ser humano, sino sólo a humanizarlo. Es a él y no al filósofo a quien corresponde ocuparse de este tipo de accidentes en los cuales “las cosas resultan distintas cuando se las pone en práctica”. El error de William James reside en que no puso, como su hermano, sus ideas en novelas, donde tal oportunismo es muy apropiado.Trató de crear un sistema cósmico con esos accidentes y ese oportunismo, y el sistema no es sistemático. La comparación sugiere que los novelistas, después de todo esto, pueden tener cierta utilidad.



Para qué sirve un novelista
Gilbert Keith Chesterton

Una vez más, Chesterton da en la tecla. Henry James es uno de los mejores sastres de la literatura del siglo XIX: historias pequeñas que cosidas unas a otra construyen el tapiz de la sociedad anglosajona de ambas orillas del Atlántico.

Había nacido en Nueva York, en 1843 y murió en Londres en 1916, luego de adoptar la ciudadanía británica, como manifestación de su postura anti-alemana en la Primera Guerra Mundial. Escribió 22 novelas y 112 relatos, en los que utilizó elementos literarios novedosos y efectivos, para reflejar dos continentes.

Muchas de sus novelas fueron llevadas a la pantalla grande. Esto se debe en parte a su habilidad para transmitir la atmósfera de su tiempo, pero no hay que dejar de lado su manejo del tiempo narrativo y el sentido visual de su prosa, poblada de personajes bien delineados, reconocibles, minuciosamente observados por un narrador que no juzga.

Washington Square, Los papeles de Aspern, Las bostonianas, Los europeos, Las alas de la paloma, El retrato de una dama, Otra vuelta de tuerca y Daisy Miller son sus títulos más trascendentes.

La psicología es el lugar común donde se reúnen los dos hermanos James. Por una capacidad innata para captar la esencia de las personas, en el caso de Henry, por un interés académico sobre esa nueva ciencia que tiene, como ninguna otra, como objeto de estudio al hombre, en el caso de William.

Si en otros autores conviven las dos facetas, el filósofo-escritor o el escritor-filósofo, los James se desdoblan para, cada cuál por su lado y con los recursos que le han sido dados, buscar la respuesta a la gran pregunta. ¿quiénes somos?

NOBEL FILOSÓFICOS

Los premios Nobel de Literatura gozan de un prestigio indiscutible. Vaya a saber uno la razón, pero en el inconsciente colectivo existe una alta ponderación para este galardón, a pesar de que el gran público, por lo general, desconoce completamente no sólo la obra sino también el nombre y apellido de los premiados.

En el camino de los afortunados que fueron distinguidos quedan escritores de inmensa popularidad que con el transcurrir del tiempo se transformarán en nuevos clásicos, pero que jamás podrán presumir de integrar esa selecta elite de los escritores Nobel. Aunque siempre les queda el consuelo de constituir la no tan selecta ni afamada elite de escritores Tlön.

Que hay cuestiones políticas que inclinan la balanza a favor o en contra de tal o cual candidato, dirán algunos. Que la moda también involucra a la literatura y los autores que ayer estaban en la cresta de la ola pueden ser olvidados mañana, dirán otros. Yo invito a quien quiera hacer un recorrido por el listado de los elegidos para que, con una mano en el corazón, me diga a cuántos de ellos ha leído. Sin por ello hacer un demérito de estos escritores, existe evidencia suficiente que indica que otros autores han sido mucho más influyentes y no han recibido la cucarda sueca.

Pero el tema que nos convoca no es este, sino resaltar la figura de tres filósofos que han visto coronados sus trabajos con el premio Nobel de Literatura.

Por orden cronológico, presentamos en primer lugar al francés Henri Bergson (1859-1941), Nobel en 1927, filósofo del denominado espiritualismo, que nace como oposición al positivismo (y sobre todo al utilitarismo) El pensamiento de Bergson es una bisagra entre dos siglos: introduce a Francia en el siglo XX. Se le reconoce un gran manejo de la metáfora y de las imágenes y una gran precisión en el uso del idioma. No ha escrito obras de ficción, sino ensayos en los que desarrolla su pensamiento.

Nuestro segundo invitado es Lord Bertrand Russell (1872-1970), un personaje a quién cabía darle tanto el Nobel de Literatura como el de Física o el de la Paz, dada su gigantesca labor en el campo de la matemática, la lingüística, la política y las ciencias sociales. Asusta enumerar los trabajos de este noble británico, que aportó tanto a la teoría de la relatividad, como a los derechos de las mujeres, a la filosofía analítica o al pacifismo. Siempre polémico, siempre sarcástico en sus comentarios, valiente en sus opiniones y prolífico en sus acciones, es uno de los pensadores más complejos, completos e interesantes del siglo XX. Dejó escritos innumerables ensayos en todos los campos en los cuales se destacó. Su contribución a la filosofía del lenguaje es importantísima, sobre todo por su teoría de las descripciones.

El tercero es a quién más se lo puede relacionar con la literatura, dado que se destacó como narrador y dramaturgo. Es el existencialista ateo por antonomasia, el de los anteojos enormes: Jean-Paul Sartre (1905-1980) Fue distinguido con el Nobel en 1964, que rechazó por sus convicciones. Su principal trabajo filosófico fue “El ser y la nada” y representa el paradigma de intelectual comprometido del siglo XX. “A puerta cerrada” (de donde proviene su conocida frase “el infierno son los otros”), “La náusea”, la trilogía “Los caminos de la libertad”, “Las moscas”, “La puta respetuosa”, son algunas de sus obras literarias.
Por escasez de postulantes o por entender que el Nobel de Literatura debe consagrar a escritores antes que a pensadores, luego de Sartre no ha vuelto a ocurrir que el premio cayera en manos de un filósofo. Este dato no es significativo, pero, se sabe, el universo de Tlön está plagado de insignificancias.

miércoles, 4 de junio de 2008

AL GRITO DE ¡MERDRE!

El legado del rey Ubú

El 10 de diciembre de 1896, París se conmocionaba cuando, al levantarse el telón del Théâtre de l’Oeuvre, se escuchaba la palabra ¡Merdre! Era el escandaloso estreno de Ubú rey, la obra con la cual Alfred Jarry marcaría el ingreso de la dramaturgia al mundo contemporáneo, anticipando el surrealismo, el dadaísmo y el teatro del absurdo.

Este monarca grotesco, innoble, ambicioso a la vez que cruel, cobarde y tiránico también dibujaría una acertada caricatura de los dictadores del siglo XX, razón por la cual ha sufrido censuras desde su accidentado estreno.

La fuente de inspiración es Macbeth, ampliado con una lente deforme. Jarry caricaturiza hasta la exageración, desde el tamaño del personaje, hasta la espiral de su enorme barriga, símbolo de un egocentrismo igual de gigantesco. Con esa misma lente, deforma el lenguaje, lo quiebra, lo reinventa.

La trama es simple: el capitán del ejército polaco, ex rey de Aragón y gran doctor en Patafísica, Ubú, decide derrocar al rey de Polonia, a instancias de su mujer y ayudado por el capitán Bordura. Cuando lo logra, instaura una terrible tiranía, que somete a los habitantes a altísimos impuestos e inhumanos castigos, haciendo un constante abuso. Mientras tanto, el rey derrocado, Bugrelao, pide ayuda al rey de Rusia para recuperar el trono. Finalmente Ubú es derrotado y huye con su esposa.

Lo notable de esta empresa es que su autor tenía apenas 15 años cuando la escribió. Y no sólo traza una sagaz pintura sobre el poder, la ignorancia, la arbitrariedad y la codicia, sino que también inventa el concepto de patafísica, la ciencia de las soluciones imaginarias.

“El lenguaje no pretende representar la realidad (de todas maneras no podría hacerlo puesto que miente) sino que sustituye la realidad”, explicaba Jarry. “Es el uso de la lengua como elemento de dominación”.

Jarry, un provinciano francés de sólida educación, había nacido en 1873, cuando el impresionismo estaba en auge, Julio Verne publicaba su Vuelta al mundo en 80 días y León Tolstoi su Anna Karenina. Vivió intensamente 34 años, hasta su suicidio, en 1907, casualmente, el mismo día en que a miles de kilómetros de París, en Añatuya, Santiago del Estero, nacía un tal Homero Manzioni, conocido como Homero Manzi.

La semilla plantada por Ubú fue cosechada por Antonin Artaud, Eugene Ionesco, Jean Genet, Samuel Beckett para poner en escena las miserias de la condición humana de un modo metafórico y para manifestarse, desde la expresión artística, en contra de toda forma de alienación y totalitarismo.

De más está decir que en Tlön tenemos un especial respeto por Monsieur Jarry. Y nos gusta jugar a ponerle rostro y nombre al esperpento de Ubú. Hoy, sin ir más lejos, lo vemos portando la cara de George W. Bush. ¡Merdre!

EL FOLLETÍN

Cuando la literatura se hizo popular

En este viaje imaginario, volvemos a Francia, un rato antes del nacimiento de Jarry. Estamos a finales de 1830, cuando las revoluciones burguesas y, sobre todo, la industrialización, ha llevado a la alfabetización del proletariado. De esta dupla, salario más educación popular, surge la inquietud por un bien que hasta ese momento había sido de uso exclusivo de las clases acomodadas: los libros.

Sin embargo, la literatura seguía siendo un lujo para los sectores más humildes. Hasta que los diarios y periódicos encontraron la veta. Así nacieron el folletín y la novela por entregas, el primer signo de democratización de la cultura escrita. La novedad fue todo un éxito, tanto para los medios de comunicación que aumentaron considerablemente su tirada, como para los autores que veían en él una fuente de recursos y un modo de llegar a sus lectores.

Entre 1837 y 1847, Le Siècle publica obras de Honoré de Balzac, a razón de una por año. Eran lo que se define como novelas por entregas, previamente escritas. El mismo sistema emplearía Víctor Hugo para publicar Los miserables, Robert Louis Stevenson para editar Flecha negra, Emilio Salgari con Sandokán, Carlo Collodi con Pinocchio, Gustave Flaubert con Madame Bovary, Fiodor Dostoievski con Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov, León Tolstoi con Guerra y paz, así como Charles Dickens y William Wilkie Collins, quienes también apelaron a este recurso.

Paralelamente, aparece otro subgénero, emparentado estrechamente y que utilizaría el mismo soporte: el folletín. Su principal diferencia con la novela por entregas es que se escribía sobre la marcha y la trama buscaba el impacto en el público. De ahí que los temas rondaban lo exótico y lo espectacular y, al no haber un plan narrativo previo, se producían algunas desprolijidades (personajes que habían muerto, reaparecían después, por ejemplo) Además, al autor le pagaban por folio escrito, así que estiraba lo más posible los textos, agregando diálogos cargados de monosílabos e historias laterales que rondaban el absurdo.

El precursor del folletín fue Eugène Sue (1804-1857) con Los misterios de París, publicada entre 1842 y 1843. El más exitoso folletinista francés fue, sin dudas, Alexandre Dumas, cuyos folletines El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros lograron vencer al tiempo. Otro caso notable es el de Sir Arthur Conan Doyle y su creación, el detective más famoso de todos los tiempos, Sherlock Holmes. El autor tuvo que cambiar el final de la historia, tras las protestas de los lectores que no aceptaban que el personaje muriera, resucitarlo y seguir escribiendo más aventuras del habitante de 211B Baker Street.

Como ya señalamos, tanto el folletín como la novela por entregas logran llevar los libros a los suburbios. Habría más efectos: la incorporación de la mujer como público-objetivo. Fueron ellas quienes le dieron el gran espaldarazo al género. Desde el punto de vista literario, modificó el estilo de la época, introduciendo como principal ingrediente la generación del suspenso, condición sine qua non para mantener en vilo a los lectores. Además, les permitió el contacto con los autores e incluso, incidir en la trama.

Asimismo, al tratarse de un producto de consumo masivo, inaugura el marketing editorial. Antes de que se comenzara a editar una nueva obra, se implementaban estrategias de promoción, con carteles en la vía pública y volantes que se repartían casa por casa.

En nuestro país, el folletín lo inaugura Eduardo Gutiérrez con Juan Moreira, publicado en 1879 en el diario La Patria Argentina. Lucio Vicente López da a conocer La gran aldea en el diario Sud-América. En 1891, La Nación publica La bolsa, de Carlos Martel. Los relatos fantásticos y policiales de Eduardo Holmberg vieron la luz en diarios y periódicos. Entre 1908 y 1913, Horacio Quiroga publica seis folletines en Caras y Caretas. Manuel Puig retrata este espíritu folletinesco en su novela Boquitas pintadas.

Del folletín y de la novela por entregas nació el radioteatro y la telenovela, cuando la técnica le ofreció un nuevo soporte. En la actualidad, muchos blogs han retomado la filosofía del folletín, convirtiendo a Internet en la gran editorial virtual de los autores noveles.

Desde este planeta, prodigio de imaginerías diversas, nuestro homenaje a aquellos escritores de un franco por cuartilla y a esas señoras, que todas las noches se iban a dormir soñando con la apostura de Edmond Dantés, los extraordinarios paisajes de la Malasia y las increíbles hazañas de Rocambole.

miércoles, 21 de mayo de 2008

EL COMBATE PERPETUO

Literatura versus cine

En una esquina de este ring imaginario… la literatura. Con sus siglos de trayectoria, sus millones de páginas escritas, sus innumerables representantes ilustres. Casta y pura.

En la otra esquina del cuadrilátero… el cine, ese invento del siglo XIX, tan real como la vida misma, un fenómeno de masas, catalizador de diversos lenguajes artísticos. Bastardo y proxeneta.

La polémica entre la literatura, concebida como un arte formal y respetable, y el cine, calificado de espectáculo y entretenimiento, es tan antigua como el propio cine.

De hecho, cada vez que una obra literaria reconocida es adaptada a la pantalla, se pretende una fidelidad casi imposible de lograr con el texto original. Sin embargo, estas dos manifestaciones artísticas tienen un mismo objetivo, que es contar historias y comparten uno de sus elementos básicos: la palabra. La diferencia sustancial es el lenguaje que ambas utilizan para reconstruir la acción.

Mientras que la literatura descansa en la habilidad del escritor para trasladar su visión al lector, que la decodificará de acuerdo con su propio entorno, el cine requiere, además, una imagen en qué apoyar el texto, una música que genere el clima y actores que le den carnadura a los personajes.

Diríamos, en defensa del séptimo arte, que el riesgo es mayor, ya que al fallar uno de estos elementos, no se logra el efecto esperado. Y más aún: le juega en contra la construcción mental que cada lector se ha hecho al leer previamente la obra.

Como contrapartida, si uno ha visto “Blade runner” y luego leyera “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, la novela corta de Philip K. Dick sobre la que se basa la película, es probable que al personaje de Rick Deckard le “pusiera” la cara de Harrison Ford.

Tampoco se le puede negar al cine su papel como difusor de la obra de grandes escritores. Lo explica Marshall McLuhan, teórico canadiense, creador del concepto de aldea global y estudioso de los medios de comunicación:

La película es a la representación teatral lo que el libro fue al manuscrito. Pone a disposición de muchos en muchos momentos y lugares lo que de otro modo quedaría restringido a unos pocos y a pocos momentos y lugares. La película, igual que el libro, es un mecanismo de duplicación

William Shakespeare es el autor clásico que más le debe al celuloide. Lo han puesto en el cine Griffith, Kurosawa, Olivier, Polanski, Welles, Branagh y muchos otros cineastas. Se han llevado sus argumentos a todas las épocas y ambientes, se han hecho parodias y se han trasformado en dibujos animados.

La primera película rodada sobre un texto de Shakespeare de la que se tiene noticia es King John, filmada por Sir Herbert Beerbohm Tree en 1899. En la lista de historias que han sido filmadas más veces figuran Hamlet (7 versiones), Romeo y Julieta (5 versiones) y Macbeth (33 versiones).

Otro autor muy visitado ha sido Julio Verne: sólo entre 1900 y 1910 se hicieron 18 films. Miguel Strogoff, 20.000 leguas de viaje submarino, De la tierra a la luna, Un capitán de 15 años, La vuelta al mundo en 80 días, son algunos de los títulos más versionados.

David Wark Griffith, un innovador del lenguaje cinematográfico de las primeras épocas, jamás negó que tomaba la obra de Charles Dickens como modelo, una obra en la que se encontraban recursos narrativos que Griffith aplicó sistemáticamente en sus películas, como el montaje de acciones paralelas, que equivale al “mientras tanto” de la literatura.

Por otra parte, cada vez más son los escritores que incursionan en el mundo del cine, una incursión que se inició cuando autores como Scott Fitzgerald, William Faulkner o John Steinbeck aceptaron el llamado de Hollywood para escribir los guiones de muchas de sus películas.

Igualmente, han existido estrechas colaboraciones entre guionistas y directores, o escritores que se han decidido a dirigir, como Jean Cocteau, Jean Genet, André Malraux, Susan Sontag o Marguerite Duras.

Por lo tanto, así como el cine le adeuda a la literatura por proporcionarle argumentos sólidos para sus películas, la literatura le debe al cine la difusión masiva de las obras, aún entre un público cada vez más reacio a emprender aventuras literarias y la revalorización de autores y obras que, de otra manera hubieran caído en el olvido.

Hay cientos de ejemplos. Citemos el caso de Jane Austen y su “Sensatez y sentimientos”, filmada por Ang Lee o la fiebre desatada por Peter Jackson y su trilogía sobre “El señor de los anillos”, de J. R. R. Tolkien.

Consultamos a León Tolstoi, testigo de la aparición del cine en los albores del siglo XX: “Ya veréis como este pequeño y ruidoso artefacto provisto de un manubrio revolucionará nuestra vida: la vida de los escritores. Es un ataque directo a los viejos métodos del arte literario. Tendremos que adaptarnos a lo sombrío de la pantalla y a la frialdad de la máquina. Serán necesarias nuevas formas de escribir. He pensado en ello e intuyo lo que va a suceder.”

“Pero la verdad es que me gusta. Estos rápidos cambios de escena, esta mezcla de emoción y sensaciones es mucho mejor que los compactos y prolongados párrafos literarios a los que estamos acostumbrados. Está más cerca de la vida. También en la vida los cambios y transiciones centellean ante nuestros ojos, y las emociones del alma son como huracanes. El cinematógrafo ha adivinado el misterio del movimiento. Y ahí reside su grandeza.”

A nosotros también nos gusta, sobre todo porque estimula la curiosidad, alimenta la imaginación, crea nuevos universos y resignifica la palabra. En un planeta hecho de espejos rotos, el cine es un caleidoscopio.

POESÍA ¿ERES TÚ?

Sensible, misteriosa y leve… como una mujer hermosa

¿Quién no se ha cobijado en ella en un instante de amor o desamor? ¿Quién no ha tomado prestadas sus palabras para hacerlas suyas cuando el sentimiento desborda? En su origen griego se traduce como “creación” y nada más acertado para definir este género literario que recurre a las capacidades estéticas del lenguaje, tensando hasta el límite mismo significantes y significados.

La poesía se vale de varios artilugios: sonido, ritmo e imágenes. Desde sus primeras apariciones, a caballo del drama, la épica y la lírica, cuando se utilizaban los versos medidos, hasta la libertad contemporánea, en la que la única medida es el talento del poeta, ha estado presente en todas las civilizaciones.

Hay poesía en jeroglíficos egipcios de unos 25 siglos AC. También en la epopeya sumeria de Gilgamesh, en la Ilíada y la Odisea, en los Vedas hindúes, en los Kenningar germánicos, en los textos del azteca Nezahualcoátl, en los haiku japoneses, en los poemas de la dinastía china Tang, en los versos de Omar El Khayyam, en el bíblico Cantar de los Cantares. El hombre ha poetizado desde el principio de los tiempos.

Ha participado –y aún anticipado- de las diversas corrientes culturales a lo largo de la historia, como expresión artística irreemplazable. Con la autoridad que le otorga su extenso pasado, con la necesidad de instalarse en la vanguardia creativa, ha roto moldes, reinventándose a sí misma. Quizás comparte con el humor esta facilidad para quebrar las estructuras del lenguaje.

Para Leonardo da Vinci “la pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega”. Según Rabindranath Tagore “es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos”. Y es también “un recuerdo de los mejores y más felices momentos de los mejores y más felices ingenios”, al decir de Percy Shelley.

“El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro”, sentenció Goethe. La poesía comparte con la música la capacidad de ser disfrutada por oídos profanos, de tal manera, que, aún quien no conozca las reglas de composición, la tome y la aprehenda y haga su propia versión.

Todo gran escritor es un poeta, aunque emplee el formato de la prosa. “¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!” es una invocación que apela a los recursos de la poesía. (Facundo o Civilización y barbarie, Domingo Faustino Sarmiento, 1845)

Asimismo, un poeta puede ser un gran narrador, retomando la tradición homérica:

Altazor morirás. Se secará tu voz y serás
(invisible
La Tierra seguirá girando sobre su órbita precisa
Temerosa de un traspié como el equilibrista sobre
(el alambre que ata las miradas del pavor.

(Altazor o el viaje en paracaídas, Vicente Huidobro, 1931)

En Tlön no nos cabe duda que los dadaístas harían travesuras en los blogs, de la misma manera que descreemos de que el hombre pueda prescindir de la poesía. Por los bares, en medio del monte, para el silencio o frente a un auditorio, la magia cadenciosa de la palabra nos subyugará por siempre.

Rima IV, Gustavo Adolfo Bécquer

No digáis que agotado su tesoro,
De asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
Habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
Palpiten encendidas;
Mientras el sol las desgarradas nubes
De fuego y oro vista;

Mientras el aire en su regazo lleve
Perfumes y armonías,
Mientras haya en el mundo primavera,
¡Habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
Las fuentes de la vida,
Y en el mar o en el cielo haya un abismo
Que al cálculo resista;

Mientras la humanidad siempre avanzando
No sepa a dó camina;
Mientras haya un misterio para el hombre,
¡Habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma
Sin que los labios rían;
Mientras se llora sin que el llanto acuda
A nublar la pupila;

Mientras el corazón y la cabeza
Batallando prosigan;
Mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡Habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
Los ojos que los miran;
Mientras responda el labio suspirando
Al labio que suspira;

Mientras sentirse puedan en un beso
Dos almas confundidas;
Mientras exista una mujer hermosa,
¡Habrá poesía!

EN EL NOMBRE DEL PADRE

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius

¿Por qué no antes? ¿Por qué esperamos hasta ahora para celebrar el texto que nos dio el alfa y el omega, la quintaesencia de este proyecto, la palabra fundacional? La respuesta es porque sí. Sólo tenemos preguntas, nunca verdades.

Para colmo de males, nos lavamos olímpicamente las manos y en lugar de realizar la apología correspondiente y merecida, recurrimos cobardemente a Jorge Luis Borges, para que sea él quien hable sobre “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”.


Acaban de informarme que voy a hablar sobre mis cuentos. Ustedes quizás los conozcan mejor que yo, ya que yo los he escrito una vez y he tratado de olvidarlos, para no desanimarme he pasado a otros; en cambio tal vez alguno de ustedes haya leído algún cuento mío, digamos, un par de veces, cosa que no me ha ocurrido a mí. Pero creo que podemos hablar sobre mis cuentos, si les parece que merecen atención. Voy a tratar de recordar alguno y luego me gustaría conversar con ustedes que, posiblemente, o sin posiblemente, sin adverbio, pueden enseñarme muchas cosas, ya que yo no creo, contrariamente a la teoría de Edgar Allan Poe, que el arte, la operación de escribir, sea una operación intelectual. Yo creo que es mejor que el escritor intervenga lo menos posible en su obra. Esto puede parecer asombroso; sin embargo, no lo es, en todo caso se trata curiosamente de la doctrina clásica.

Lo vemos en la primera línea -yo no sé griego- de la Iliada de Homero, que leemos en la versión tan censurada de Hermosilla: "Canta, Musa, la cólera de Aquiles". Es decir, Homero, o los griegos que llamamos Homero, sabía, sabían, que el poeta no es el cantor, que el poeta (el prosista, da lo mismo) es simplemente el amanuense de algo que ignora y que en su mitología se llamaba la Musa. En cambio los hebreos prefirieron hablar del espíritu, y nuestra psicología contemporánea, que no adolece de excesiva belleza, de la subconsciencia, el inconsciente colectivo, o algo así. Pero en fin, lo importante es el hecho de que el escritor es un amanuense, él recibe algo y trata de comunicarlo, lo que recibe no son exactamente ciertas palabras en un cierto orden, como querían los hebreos, que pensaban que cada sílaba del texto había sido prefijada. No, nosotros creemos en algo mucho más vago que eso, pero en cualquier caso en recibir algo.

Hube escrito yo un cuento titulado "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius". Tlön, no se sabe a qué idioma corresponde. Posiblemente a una lengua germánica. Uqbar surgiere algo arábigo, algo asiático. Y luego, dos palabras claramente latinas: Orbis Tertius, mundo tercero. La idea era distinta, la idea es la de un libro que modifique el mundo.

Yo he sido siempre lector de enciclopedias, creo que es uno de los géneros literarios que prefiero porque de algún modo ofrece todo de manera sorprendente. Recuerdo que solía concurrir a la Biblioteca Nacional con mi padre; yo era demasiado tímido para pedir un libro, entonces sacaba un volumen de los anaqueles, lo abría y leía. Encontré una vieja edición de la Enciclopedia Británica, una edición muy superior a las actuales ya que estaba concebida como libro de lectura y no de consulta, era una serie de largas monografías. Recuerdo una noche especialmente afortunada en la que busqué el volumen que corresponde a la D-L, y leí un artículo sobre los druidas, antiguos sacerdotes de los celtas, que creían -según César- en la transmigración (puede haber un error de parte de César). Leí otro artículo sobre los Drusos del Asia Menor, que también creen en la transmigración. Luego pensé en un rasgo no indigno de Kafka: Dios sabe que esos Drusos son muy pocos, que los asedian sus vecinos, pero al mismo tiempo creen que hay una vasta población de Drusos en la China y creen, como los Druidas, en la transmigración. Eso lo encontré en aquella edición, creo que el año 1910, y luego en la de 1911 no encontré ese párrafo, que posiblemente soñé; aunque creo recordar aún la frase Chinese druses -Drusos Chinos- y un artículo sobre Dryden, que habla de toda la triste variedad del infierno, sobre el cual ha escrito un excelente libro el poeta Eliot; eso me fue dado en una noche.

Y como siempre he sido lector de enciclopedias, reflexioné -esa reflexión es trivial también, pero no importa, para mí fue inspiradora- que las enciclopedias que yo había leído se refieren a nuestro planeta, a los otros, a los diversos idiomas, a sus diversas literaturas, a las diversas filosofías, a los diversos hechos que configuran lo que se llama el mundo físico. ¿Por qué no suponer una enciclopedia de un mundo imaginario?

Esa enciclopedia tendría el rigor que no tiene lo que llamamos realidad. Dijo Chesterton que es natural que lo real sea más extraño que lo imaginado, ya que lo imaginado procede de nosotros, mientras que lo real procede de una imaginación infinita, la de Dios. Bueno, vamos a suponer la enciclopedia de un mundo imaginario. Ese mundo imaginario, su historia, sus matemáticas, sus religiones, las herejías de esas religiones, sus lenguas, las gramáticas y filosofías de esas lenguas, todo, todo eso va a ser más ordenado, es decir, más aceptable para la imaginación que el mundo real en el que estamos tan perdidos, del que podemos pensar que es un laberinto, un caos. Podemos imaginar, entonces, la enciclopedia de ese mundo, o esos tres mundos que se llaman, en tres etapas sucesivas, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. No sé cuántos ejemplares eran, digamos treinta ejemplares de ese volumen que, leído y releído, acaba por suplantar la realidad; ya que la historia que narra es más aceptable que la historia real que no entendemos, su filosofía corresponde a la filosofía que podemos admitir fácilmente y comprender: el idealismo de Hume, de los hindúes, de Schopenhauer, de Berkley, de Spinoza. Supongamos que esa enciclopedia funde el mundo cotidiano y lo reemplaza. Entonces, una vez escrito el cuento, aquella misma idea de un objeto mágico que modifica la realidad lleva a una especie de locura; una vez escrito el cuento pensé: "¿qué es lo que realmente ha ocurrido?" Ya que, qué sería del mundo actual sin los diversos libros sagrados, sin los diversos libros de filosofía. Ese fue uno de los primeros cuentos que escribí. Ustedes observarán que esos tres cuentos de apariencia tan distinta, "Tlön, Uqbar; Orbis Tertius", "El Zahir" y "El libro de arena", son esencialmente el mismo: un objeto mágico intercalado en lo que se llama mundo real”.


Sólo nos ocuparemos de reseñar que el cuento fue publicado por primera vez en la revista “Sur”, en 1940, recogido posteriormente en “Los jardines de los senderos que se bifurcan”, en 1941 y publicado finalmente en “Ficciones”, en 1944.

En la dirección URL www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/tlon.htm encontrarán el relato completo.

martes, 6 de mayo de 2008

TLöNISTAS FAMOSOS

El hombre que fue Chesterton

Doblegado ante la autoridad y la tradición de mis mayores por una ciega credulidad habitual en mí y aceptando supersticiosamente una historia que no pude verificar en su momento mediante experimento ni juicio personal, estoy firmemente convencido de que nací el 29 de mayo de 1874, en Campden Hill, Kensington, y de que me bautizaron según el rito de la Iglesia anglicana en la pequeña iglesia de St. George…


Gilbert Keith Chesterton fue un hombre grande, en todo sentido. Físicamente, porque medía 1.93 metros y pesaba alrededor de 130 kilos. Tanto es así que, durante la Primera Guerra Mundial, una mujer en Londres le preguntó por qué no estaba peleando "afuera en el Frente", a lo que le respondió: 'Si usted da una vuelta hasta mi costado, podrá ver que sí lo estoy”.

De su paso por las instituciones escolares, conservará el recuerdo de “ser instruido por alguien que yo no conocía, acerca de algo que no quería saber”. Luego, tomó clases de dibujo y pintura, que le servirían para ilustrar algunos de sus libros.

“El periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”, supo decir quien haría del periodismo su profesión.

Criado en una familia de librepensadores, en plena época victoriana, devino en un apasionado defensor de la fe católica. “Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa”, nos dirá, con conocimiento de causa, ya que transitó varias veredas, antes de llegar a lo que él consideraba la religión verdadera.

“Democracia significa gobierno por los que no tienen educación y aristocracia significa gobierno por los mal educados”. Interesado por la realidad política de su tiempo, planteó una alternativa al capitalismo y al comunismo, denominada distribucionismo y fundamentada en la doctrina social de la Iglesia.

Llamado “Príncipe de la paradoja”, sus textos se caracterizan por comenzar con alguna afirmación que parece de lo más normal y que terminará revelando que no todo es lo que parece, en una nueva y original vuelta de tuerca a la argumentación lógica conocida como reductio ad absurdum.

Pocos autores han logrado una simbiosis tan perfecta con su personaje fetiche. De tal forma, resulta imposible despegar a Chesterton de su Padre Brown, el pequeño y aparentemente torpe sacerdote que resuelve casos policiales en base a su conocimiento de la condición humana, antes que apelando a soluciones ingeniosas.

De una obra compuesta por ochenta libros, varios cientos de poemas, alrededor de doscientos cuentos e innumerables artículos, ensayos y obras menores, mezquinamente citaremos un par, a modo de recomendación: la novela “El hombre que fue jueves”, una alegoría sobre el mal y el libre albedrío, el poema épico sobre Alfredo El Grande “La balada del caballo blanco”, el viaje a través de la historia de la humanidad encerrado en “El hombre eterno” y los cinco volúmenes de los relatos del Padre Brown.

Este inglés, para quien “muchos críticos de hoy han pasado de la premisa de que una obra maestra puede ser impopular, a la premisa de que si no es impopular no puede ser una obra maestra”, habita nuestro planeta, fundamentalmente, a fuerza de honestidad intelectual. Aún transitando cosmogonías paralelas, reconocemos en Chesterton su mirada piadosa hacia el hombre, su fe irreductible, aunque racional y cuestionadora y su literatura espléndida y militante.

Murió el 14 de junio de 1936, para ser admirado por otros que tomaron la posta: Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Graham Greene, C. S. Lewis… y los tlönistas de este foro.

No hay cínicos, no hay materialistas. Todo hombre es un idealista, sólo que sucede con demasiada frecuencia que tiene un ideal equivocado.

LA REIVINDICACION DE LA EÑE

¡Por las barbas de Cervantes!

Se la ve tan desvalida, tan poca cosa. Esta ene con pretensiones, estandarte de la lengua española, es, sin embargo, utilizada a diario por más de 500 millones de personas alrededor de todo el mundo, sin contar con gallegos y filipinos, con quienes compartimos esta singular y simpática letrita.

La eñe ha formado parte de nuestro idioma desde el siglo XV y no fue sino hasta la última década del siglo XX cuando estalló la polémica. Todo empezó por una resolución de la Unión Europea que dispuso la eliminación de la eñe de los teclados, en contra de una reglamentación que impedía hasta entonces comercializar en España productos informáticos que no tuvieran en cuenta todas las características del sistema gráfico español.

Y se armó la de San Quintín. La batalla por la eñe movilizó a los intelectuales hispanoparlantes. “Es escandaloso que la Comunidad Europea se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la eñe sólo por razones de comodidad comercial", se exasperó oportunamente Gabriel García Márquez y agregó que “los autores de semejante abuso y de tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos”.

María Elena Walsh, por su parte, desde el diario La Nación, clamaba “No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta el apócope”.

Uno no se imagina a los alemanes reclamando por la “eszet” (que reemplazan usando la doble s) o los franceses y portugueses, aún siendo latinos, defendiendo la “ç”, con el fervor que despertó nuestra bienamada eñe.

La campaña, finalmente, rindió sus frutos. En España, de 2 de octubre de 2007, la ñ junto con las tildes o las diéresis pueden formar parte del nombre de un dominio .es. , por iniciativa Red.es, entidad del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, que tiene asignada en España la autoridad de registro de dominios de Internet.

De este lado del océano, también hubo novedades. En Argentina, a partir de septiembre de 2008, por la resolución 616/08 firmada a fin del mes de abril por el canciller Jorge Taiana, se podrán registrar sitios que lleven en el dominio la letra ñ y otras características propias del idioma español.

Es natural que en Tlön festejemos alborozados esta noticia que nos permitirá incluir la diéresis en nuestro dominio. Además, es sabido que nuestros habitantes reivindican toda suerte de causas absurdas e inútiles, que son la esencia del arte, es decir, de la vida.

LETRA Y MÚSICA

The Divine Comedy - The Booklovers

Como el propio título indica, es una canción hecha a la medida de los amantes de la literatura. Un destacado tlönista, conocedor de la música y curioso infatigable, nos ha hecho llegar la interpretación de la letra que transcribimos.

The Divine Comedy es el proyecto musical de Neil Hannon, un irlandés a quien invitaríamos gustosos a habitar en nuestro planeta. (Para más referencias: www.thedivinecomedy.com) La canción está en el album “Promenade”, editado en 1994.

La cita inferior con la que se inicia este tema, está extraída de la película Funny Face y la pronuncia Audrey Hepburn.

"This book deals with epiphenomenalism, which has to do with consciousness as a mere accessory of physiological processes whose presence or absence... makes no difference... whatever are you doing?"
(Este libro trata sobre el epifenomenalismo, en lo relativo a la conciencia como un mero accesorio del proceso fisiológico, cuya presencia o ausencia no hace diferencia… ¿qué se supone que estás haciendo?)

Aphra Benn: Hello (Hola)
Cervantes: Donkey (Asno)
Daniel Defoe: To christen the day! (Para bendecir el día)
Samuel Richardson: Hello (Hola)
Henry Fielding: Tittle-tattle Tittle-tattle... (Frase de la película "Tom Jones" de Tony Richardson, basada en la novela más famosa de este autor )
Laurence Sterne: Hello (Hola)
Mary Wollstoncraft: Vindicated! (Escribió una reivindicación de los derechos de las mujeres y por cierto era la madre de la conocida Mary Shelley)
Jane Austen: Here I am! (Aquí estoy)
Sir Walter Scott: We're all doomed! (¡Estamos perdidos!)
Leo Tolstoi: Yes! (¡Sí)
Honoré de Balzac: Oui... (¡Sí)
Edgar Allen Poe: Aaaarrrggghhhh! (En referencia a sus relatos de terror)
Charlotte Brontë: Hello... (Hola)
Emily Brontë: Hello... (Hola)
Anne Brontë: Hellooo..? (Al contrario que sus hermanas, en la canción este "hola" lo pronuncia un hombre, en relación con la sospecha que se tenía que sus novelas fueron escritas por su hermano varón, por ejemplo la conocida "Agnes Grey" )
Nikolai Gogol: Vas chi (Hola)
Gustav Flaubert: Oui (Sí)
William Makepeace Thackeray: Call me 'William Makepeace Thackeray” (Llámenme William Makepeace Thackeray)
Nathaniel Hawthorne: The letter 'A’(Famoso por escribir "La letra escarlata", una novela sobre el adulterio)
Herman Melville: Ahoy there! (Clara referencia a su novela Moby Dick. "Ahoy there" equivaldría más o menos a la expresión castellana "Ah del barco")
Charles Dickens: London is so beautiful this time of year... (Londres es tan hermoso en esta época del año. Aunque no era londinense, gran parte de sus novelas se desarrollan allí )
Anthony Trollope: good-good-good-good evening! (Buenas tardes)
Fyodor Dostoevsky: Here come the sleepers... (Aquí llegan los durmientes)
Mark Twain: I can't even spell Mississippi! (No puedo siquiera deletrear Mississippi. Similar al caso de Dickens, Twain hacía lo propio con la zona del río Mississippi)
George Eliot: George reads German (George lee alemán)
Emile Zola: J'accuse (Escribió "Yo acuso", una carta dirigida al presidente de la República Francesa denunciando el denominado "Caso Dreyfus", oficial francés de origen judío acusado de traición y enviado a la Isla del Diablo por esa causa)
Henry James: Howdy Miss Wharton! (¿Cómo está, Miss Wharton?. Fue amigo personal de la también escritora Edith Wharton)
Thomas Hardy: Ooo-arrr! (Hardy ubica sus novelas en el condado de Wessex, en cuya zona el acento inglés parece tener esa especie de pronunciación)
Joseph Conrad: I'm a bloody boring writer... (Soy un maldito aburrido escritor)
Katherine Mansfield: [cough cough] (Toses, dado que Mansfield murió tuberculosa)
Edith Wharton: Well hello, Mr James! (Bien, hola Mr, James. Comentario recíproco al de Henry James)
DH Lawrence: Never heard of it (Nunca escuché sobre esto)
EM Forster: Never heard of it! (Nunca escuché sobre esto. Se refiere a una adaptación al cine de su novela "Una habitación con vistas" en la que un personaje pronuncia esa frase, en referencia a un libro que otro está leyendo)

Happy the man, and happy he alone
who in all honesty can call today his own;
He who has life and strength enough to say
"Yesterday's dead and gone
I want to live today"
(Feliz el hombre y feliz por sí mismo, quien puede honestamente vivir solamente el hoy, quien tiene vida y fortaleza suficiente para decir “el ayer está muerto, quiero vivir el presente”. Es una traducción de un verso de una Oda de Homero realizada por el gran poeta inglés John Dryden)

James Joyce: Hello there! (Hola por acá)
Virginia Woolf: I'm losing my mind! (Estoy perdiendo la cabeza, en alusión a su desequilibrio emocional)
Marcel Proust: Je me'en souviens plus
F Scott Fitzgerald: baa bababa baa
Ernest Hemingway: I forgot the.... (Me olvidé…)
Hermann Hesse: Oh es ist alle so häßlich (Todo es tan horrible)
Evelyn Waugh: Whoooaarr!
William Faulkner: Tu connait William Faulkner?(¿Conocés a William Faulkner? Frase que pronuncia la actriz Jean Seberg en la película "Al final de la escapada" de Jean-Luc Godard)
Anaïs Nin: The strand of pearls (La hilera de perlas)
Ford Maddox Ford: Any colour, as long as it's black! (Cualquier color pero que sea negro. Este era el slogan de Henry Ford, el fundador de la empresa automovilística)
Jean-Paul Sartre: Let's go to the dome, Simone! (Vamos a Le Dome, Simone. Le Dome era una conocido café parisino frecuentado por Sartre y Simone de Beauvoir entre otros artistas de la época)
Simone de Beauvoir: C'est exact present (Es justo el presente)
Albert Camus: The beach... the beach (La playa, la playa. Mersault, protagonista de su novela El extranjero mata a un árabe en una playa)
Franz Kafka: WHAT DO YOU WANT FROM ME?! (¿Qué quieren de mí? Frase de la película basada en su novela El proceso)
Thomas Mann: Mam (Mami)
Graham Greene: Call me Pinkie, lovely (Llámame Pinkie, querido. Pinkie es el personaje protagonista de su obra Brighton Rock )
Jack Kerouac: My car's broken down (Mi coche está roto. Referencia a su novela On the road)
William S. Burroughs: Wowwww (Miembro de la generación beat, conocido también por su afición a las drogas alucinógenas)

Happy the man, and happy he alone
who in all honesty can call today his own;
He who has life and strength enough to say
"Yesterday's dead and gone
I want to live today"

Kingsley Amis: [cough] (Tos)
Doris Lessing: I hate men! (Odio a los hombres. Refiere a su feminismo empedernido)
Vladimir Nabokov: Hello, little girl... (Hola, jovencita. Alude a Lolita, su novela)
William Golding: Achtung Busby! (Menciona al sombrero de la guardia británica del palacio de Buckingham)
JG Ballard: Instrument binnacle (Expresión extraída de un pasaje de su novela Crash)
Richard Brautigan: How are you doing? (¿Qué están haciendo?)
Milan Kundera: I don't do interviews (No doy entrevistas. Efectivamente, jamás concedió ninguna)
Ivy Compton Burnett: Hello... (Hola)
Paul Theroux: Have a nice day! (Tengan un buen día)
Günter Grass: I've found snails! (¡Encontré caracoles! Escribió Diario de un caracol)
Gore Vidal: Oh, it makes me mad! (Esto me vuelve loco)
John Updike: Run rabbit, run rabbit, run, run, run (Corre, conejo, corre. Su serie de novelas protagonizadas por Harry "Rabbit" Angstrom comenzaban así.)
Kazuro Ishiguro: Ah so, old chap! (Los japoneses angloparlantes utilizan mucho la expresión "Ah, so" y el saludo se refiere a alguien de la zona rural)
Malcolm Bradbury: stroke John Steinbeck, stroke JD Salinger (Golpeen a John Steinbeck, golpeen a JD Salinger)
Iain Banks: Too orangey for crows!
AS Byatt: Nine tenths of the law, you know (Hay un proverbio inglés que dice "Possession is nine tenths of the law" que se traduce como "la posesión es lo que cuenta". Posesión es el título de una novela de esta autora)
Martin Amis: [burp]
Brett Easton Ellis: Aaaaarrrggghhh! (Es el autor de American Psycho, de algún modo se refiere a la novela)
Umberto Eco: I don't understand this either (Yo tampoco lo entiendo. La mayoría de las obras de Eco son difíciles de comprender)
Gabriel Garcia Marquez: Mi casa es su casa
Roddy Doyle: ha ha ha! (Es autor de la obra "Paddy Clarke ha ha ha" )
Salman Rushdie: Names will live forever... (Los nombres vivirán para siempre)

martes, 22 de abril de 2008

LITTERAE

Literatura proviene del latín "litterae", que a su vez posiblemente sea un calco griego de "grammatikee". En latín, literatura significa una instrucción o un conjunto de saberes o habilidades de escribir y leer bien y se relaciona con el arte de la gramática, la retórica y poética.

Para el Diccionario de Autoridades (1734), la literatura es el conocimiento y ciencias de las letras. En tanto, el Diccionario de uso español de María Moliner designa literatura al “arte que emplea como medio de expresión la palabra hablada o escrita”. Una segunda acepción habla sobre el conjunto de obras literarias.

El Diccionario de la Real Academia Española la define como: 1. Arte que emplea como medio de expresión una lengua, 2. Conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género, 3. Conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia, 4. Conjunto de conocimientos sobre literatura y 5. Tratado en que se exponen estos conocimientos.

A comienzos del siglo XX, el formalismo ruso se interesó por el fenómeno literario e indagó acerca de qué hace que un texto sea literario, o sea, sobre la literaturidad de la obra. Así, Roman Jakobson plantea que la literatura tiene particularidades en la forma, que la hacen diferente a otros discursos, la función poética. Es decir que hay determinadas expresiones que se producen sólo porque producen un placer de naturaleza estética. De esta manera, el lenguaje combinaría recurrencias y desvíos de la norma para enrarecerse, impresionar la imaginación y la memoria y llamar la atención sobre su forma expresiva.

Wolfang Kayser, a mediados del siglo XX, propone cambiar el término de literatura por el de bellas letras, diferenciándolas del habla y de los textos no literarios, en el sentido de que los textos literario-poéticos son un conjunto estructurado de frases portadores de un conjunto estructurado de significados, donde los significados se refieren a realidades independientes del que habla, creando así una objetividad y unidad propia.

Raúl Castagnino, en su libro ¿Qué es la literatura?, amplía el concepto a las diferentes realidades tales como la escritura, la historia, la didáctica, la oratoria y la crítica. Según el autor, la palabra literatura adquiere a veces el valor de nombre colectivo cuando denomina el conjunto de producciones de una nación, época o corriente; o bien es una teoría o una reflexión sobre la obra literaria; o es la suma de conocimientos adquiridos mediante el estudio de las producciones literarias.

Otros conceptos, como el de Paul Verlaine, apuntan a la literatura como algo superfluo y acartonado, necesario para la creación estética pura. Por lo cual Claude Mauriac propuso el sentido de "aliteratura" para contraponer el sentido despectivo de Verlaine. Todas estas sumas hacen de la literatura una propuesta que depende de los ángulos desde donde se la vea. Así, Castagnino concluye que la literatura, más que una definición, es una suma de adjetivaciones limitadoras y específicas.

Para Roland Barthes la literatura no es un corpus de obras, ni tampoco una categoría intelectual, sino una práctica de escribir. Como escritura o como texto, la literatura se encuentra fuera del poder porque se está obrando en él un trabajo de desplazamiento de la lengua.

Los escritores, sujetos activos del hecho literario, han ensayado sus propias definiciones. Para Jorge Luis Borges, “la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”. Juan Carlos Onetti nos dice que “la literatura es mentir bien la verdad”, pero Franz Kafka le retruca que “la literatura es siempre una expedición a la verdad”. George Bernard Shaw aporta una idea inquietante, al expresar que “la literatura es una extraña máquina que traga, que absorbe todos los placeres, todos los acontecimientos de la vida. Los escritores son vampiros”.

Voltaire pide la palabra para afirmar que “la escritura es la pintura de la voz”, mientras que Cervantes completa este pensamiento: “La pluma es la lengua del alma”.

La siguiente pregunta es ¿cómo se hace literatura? Nos socorre André Gide, para quien “no se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos”. En este mismo sentido, René Descartes tira la piedra y asegura que “Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros”. Oliverio Girondo proporciona otra pista (o no), al comentar que “un libro debe construirse como un reloj y venderse como un salchichón”. Otro poeta, Novalis, interviene en el debate: “Hay que escribir libros como quien compone música”.

Para aclarar el panorama, reformulamos la pregunta. ¿Qué sería entonces ser escritor? Jean-Paul Sartre recoge el guante y responde “no se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en que se digan”.

Nuevamente, interviene Borges “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído”. Evidentemente, la literatura no sólo se trata de escribir, sino también de leer. Ante esto, Gustave Flaubert exclamará: “¡Hay tantas maneras de leer, y hace falta tanto talento para leer bien!”

Para terminar con este devaneo acerca del objeto fundacional de este espacio, vamos a un tópico urticante ¿Cómo establecer qué es la buena o la mala literatura? Oscar Wilde da su peculiar punto de vista al respecto “Detesto la vulgaridad del realismo en la literatura. Al que es capaz de llamarle pala a una pala, deberían obligarle a usar una. Es lo único para lo que sirve”. A lo que Gilbert K. Chesterton acotará “Una buena novela nos dice la verdad sobre su protagonista; pero una mala nos dice la verdad sobre su autor”.

Anton Chéjov nos aporta una visión que compartimos y que tomaremos como derrotero para guiarnos en esta empresa tan placentera como pelágica: “La obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio”.

Sean bienvenidos al mundo de Tlön.

CONTROVERSIA

Clásico ¿se nace o se hace?

“Clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuáles méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con misteriosa lealtad”.

Comenzamos esta suerte de debate con la definición de quien imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca, para luego apelar a la etimología: del latín "classicus", clase social alta, define al autor u obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier literatura o arte.

El origen del término, tal como lo aplicamos, se remonta a cómo consideraban durante el Renacimiento y el Humanismo (siglos XV y XVI) al arte y la cultura grecorromanas. Sin embargo, estas nociones no arrojan ninguna luz sobre el tema en discusión.

Apelamos, entonces, a John Ruskin, para quien “todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros del momento y libros de todo momento”. Introduce el concepto de que la perdurabilidad es uno de las características de los clásicos. “La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura”, diría Bioy Casares.

Otra idea recurrente es que abordar a un clásico es una tarea que demanda un trabajo intelectual o, al menos, el manejo de ciertos códigos. Vamos, que un clásico no es para cualquiera. Es literatura “elitista”, en oposición a otra literatura más “popular”. Hay miles de ejemplos que refutarían esta aseveración, pero está instalado que un clásico no es de lectura sencilla.

Francis Bacon afirma, en este sentido, que “algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”. Si bien no habla de complejidad, habla de cierta actitud en la lectura. Y es cierto que ante un clásico el lector se inclina con cierta reverencia.

Universalidad, persistencia, contenido, respeto. Hemos logrado definir algunos atributos de los clásicos. Agregaríamos oportunidad: un clásico es un producto cultural que representa a una época y que trasciende sus límites por aquello que decía Tolstoi de “pinta tu aldea y pintarás el mundo”.

Finalmente, Chesterton nos completa el panorama, con una de sus finas ironías: “El gran clásico es un hombre del que se puede hacer el elogio sin haberlo leído”. Un clásico es ese libro que luce en la biblioteca, el que hay que leer para ser bien conceptuado por los pares. Y en una sociedad de apariencias, donde vale más parecer que ser, el esnobismo letrado está a la orden del día.

Por supuesto que en Tlön trabajamos para ser los clásicos de mañana, mientras deshojamos una margarita, para decidir entre la fama y la gloria.

EDITORIAL

El cartero ya no llama dos veces

¿Qué fue del género epistolar en los tiempos del correo electrónico?
Cicerón, Petrarca, Proust, Rousseau, Virginia Wolf, Kafka, Montesquieu, Van Gogh, Cortázar, Rimbaud, Verlaine, Freud ¿resistirían sus cartas a la inmediatez de la arroba?

Cometamos un delito. Revisemos imaginariamente la correspondencia que ha llegado hoy a cualquier casa. Resúmenes bancarios, publicidad, facturas de servicio, más publicidad, comunicaciones oficiales o notariales, más y más publicidad. Encontrar un sobre escrito de puño y letra es casi tan improbable como hallar un trébol de cuatro hojas. Es que la carta, amigos, es cosa del pasado.

Salvo quienes tenemos algún afecto perdido en esos rincones del mundo donde la Internet no forma parte del hábito cotidiano, por ejemplo, Cuba, hoy casi nadie recibe ni escribe cartas en papel. Y si bien el correo electrónico ha superado en inmediatez y comodidad a su predecesor, no ha logrado, creemos en Tlön, igualar la ansiedad que produce recibir al cartero.

En primer lugar, la visión de la letra manuscrita nos transmite mucho más que los prolijos caracteres del ordenador. La persona está, la persona es, porque ese papel nos brinda una prueba fidedigna de su existencia y de su intención de comunicarnos algo. No reviste la misma emotividad atesorar una carta del ser amado, a quien reconocemos por su caligrafía, que imprimir un e-mail completamente impersonal y aséptico de rasgos particulares.

En segundo término, hay cierta espontaneidad en el papel, salvo que uno escriba borradores y luego los pase en limpio, contra la cual conspira la facilidad de corregir en pantalla a medida que uno va escribiendo. La paradoja es que, con esta premisa, los e-mails deberían están mejor escritos y, aparentemente, no es así.

Y entonces vamos al tercer punto. El lenguaje que se emplea para escribir un correo electrónico está impregnado de neologismos tecnológicos y de una suerte de idioma taquigráfico, nacido al amparo de la síntesis de los mensajes de texto de los teléfonos móviles. Esta urgencia y este resumen conspiran contra la riqueza expresiva.

Como nos gusta especular sobre la nada, supongamos que nuestro remitente logra superar la barrera e irradiar su personalidad a la tipografía Trebuchet cuerpo 10 que eligió para escribirnos. Supongamos que, además, su contenido exuda sensibilidad y está impecablemente escrito… ¿cómo estar seguros de que sobreviviría a un temido e intempestivo formateo? ¿Cuántas veces hemos perdido algún archivo único e irrepetible en los vericuetos insondables de este mundo de silicio?

¿Qué pasará el día de mañana con las cartas que ha escrito Paul Auster, nos preguntamos en Tlön? ¿Alguien estará recopilando los correos electrónicos de Stephen Hawking o las polémicas palabras de Noam Chomsky a sus contemporáneos? ¿Qué será de la epistolografía, entendida como la recopilación de cartas reales o ficticias?

El género epistolar nos ha permitido conocer al autor más allá de su obra, espiar su intimidad, sus amores, sus miedos, saber de qué fuentes abrevaba, descubrir su entorno social, conversar con sus interlocutores. La relación entre Alberdi y Sarmiento pervive en las Cartas quillotanas de uno y en las Ciento una respuestas del otro.

¿Continuará alguien la senda de Montesquieu, cuando inauguró la novela epistolar con sus Cartas persas? ¿Habrá una novela basada en correos electrónicos? Es probable, porque el arte suele adaptarse a las herramientas de su época.

Nos queda el consuelo de que, al abrir un correo electrónico, podamos encontrarnos con una frase como esta: “Si mi existencia importa diversos planos, en todos ellos estas dejando tu impronta, y eso es una secreta felicidad, así cuando mañana, pasado, o algún viernes dejemos de sabernos; aún cuando nos ocurriese que el sentido común, las reservas, o cualquier interferencia se interpolen o disuelvan lo que ya siento mío, nuestro”.

Y entonces, el planeta Tlön estará a salvo.