miércoles, 21 de mayo de 2008

EL COMBATE PERPETUO

Literatura versus cine

En una esquina de este ring imaginario… la literatura. Con sus siglos de trayectoria, sus millones de páginas escritas, sus innumerables representantes ilustres. Casta y pura.

En la otra esquina del cuadrilátero… el cine, ese invento del siglo XIX, tan real como la vida misma, un fenómeno de masas, catalizador de diversos lenguajes artísticos. Bastardo y proxeneta.

La polémica entre la literatura, concebida como un arte formal y respetable, y el cine, calificado de espectáculo y entretenimiento, es tan antigua como el propio cine.

De hecho, cada vez que una obra literaria reconocida es adaptada a la pantalla, se pretende una fidelidad casi imposible de lograr con el texto original. Sin embargo, estas dos manifestaciones artísticas tienen un mismo objetivo, que es contar historias y comparten uno de sus elementos básicos: la palabra. La diferencia sustancial es el lenguaje que ambas utilizan para reconstruir la acción.

Mientras que la literatura descansa en la habilidad del escritor para trasladar su visión al lector, que la decodificará de acuerdo con su propio entorno, el cine requiere, además, una imagen en qué apoyar el texto, una música que genere el clima y actores que le den carnadura a los personajes.

Diríamos, en defensa del séptimo arte, que el riesgo es mayor, ya que al fallar uno de estos elementos, no se logra el efecto esperado. Y más aún: le juega en contra la construcción mental que cada lector se ha hecho al leer previamente la obra.

Como contrapartida, si uno ha visto “Blade runner” y luego leyera “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, la novela corta de Philip K. Dick sobre la que se basa la película, es probable que al personaje de Rick Deckard le “pusiera” la cara de Harrison Ford.

Tampoco se le puede negar al cine su papel como difusor de la obra de grandes escritores. Lo explica Marshall McLuhan, teórico canadiense, creador del concepto de aldea global y estudioso de los medios de comunicación:

La película es a la representación teatral lo que el libro fue al manuscrito. Pone a disposición de muchos en muchos momentos y lugares lo que de otro modo quedaría restringido a unos pocos y a pocos momentos y lugares. La película, igual que el libro, es un mecanismo de duplicación

William Shakespeare es el autor clásico que más le debe al celuloide. Lo han puesto en el cine Griffith, Kurosawa, Olivier, Polanski, Welles, Branagh y muchos otros cineastas. Se han llevado sus argumentos a todas las épocas y ambientes, se han hecho parodias y se han trasformado en dibujos animados.

La primera película rodada sobre un texto de Shakespeare de la que se tiene noticia es King John, filmada por Sir Herbert Beerbohm Tree en 1899. En la lista de historias que han sido filmadas más veces figuran Hamlet (7 versiones), Romeo y Julieta (5 versiones) y Macbeth (33 versiones).

Otro autor muy visitado ha sido Julio Verne: sólo entre 1900 y 1910 se hicieron 18 films. Miguel Strogoff, 20.000 leguas de viaje submarino, De la tierra a la luna, Un capitán de 15 años, La vuelta al mundo en 80 días, son algunos de los títulos más versionados.

David Wark Griffith, un innovador del lenguaje cinematográfico de las primeras épocas, jamás negó que tomaba la obra de Charles Dickens como modelo, una obra en la que se encontraban recursos narrativos que Griffith aplicó sistemáticamente en sus películas, como el montaje de acciones paralelas, que equivale al “mientras tanto” de la literatura.

Por otra parte, cada vez más son los escritores que incursionan en el mundo del cine, una incursión que se inició cuando autores como Scott Fitzgerald, William Faulkner o John Steinbeck aceptaron el llamado de Hollywood para escribir los guiones de muchas de sus películas.

Igualmente, han existido estrechas colaboraciones entre guionistas y directores, o escritores que se han decidido a dirigir, como Jean Cocteau, Jean Genet, André Malraux, Susan Sontag o Marguerite Duras.

Por lo tanto, así como el cine le adeuda a la literatura por proporcionarle argumentos sólidos para sus películas, la literatura le debe al cine la difusión masiva de las obras, aún entre un público cada vez más reacio a emprender aventuras literarias y la revalorización de autores y obras que, de otra manera hubieran caído en el olvido.

Hay cientos de ejemplos. Citemos el caso de Jane Austen y su “Sensatez y sentimientos”, filmada por Ang Lee o la fiebre desatada por Peter Jackson y su trilogía sobre “El señor de los anillos”, de J. R. R. Tolkien.

Consultamos a León Tolstoi, testigo de la aparición del cine en los albores del siglo XX: “Ya veréis como este pequeño y ruidoso artefacto provisto de un manubrio revolucionará nuestra vida: la vida de los escritores. Es un ataque directo a los viejos métodos del arte literario. Tendremos que adaptarnos a lo sombrío de la pantalla y a la frialdad de la máquina. Serán necesarias nuevas formas de escribir. He pensado en ello e intuyo lo que va a suceder.”

“Pero la verdad es que me gusta. Estos rápidos cambios de escena, esta mezcla de emoción y sensaciones es mucho mejor que los compactos y prolongados párrafos literarios a los que estamos acostumbrados. Está más cerca de la vida. También en la vida los cambios y transiciones centellean ante nuestros ojos, y las emociones del alma son como huracanes. El cinematógrafo ha adivinado el misterio del movimiento. Y ahí reside su grandeza.”

A nosotros también nos gusta, sobre todo porque estimula la curiosidad, alimenta la imaginación, crea nuevos universos y resignifica la palabra. En un planeta hecho de espejos rotos, el cine es un caleidoscopio.

1 comentario:

  1. Cada vez estoy disfrutando mas de la lectura de este blog.

    Genial reflexion :)

    ResponderEliminar