martes, 7 de febrero de 2012

Con diez cañones por banda...


Como este es un blog que se sostiene en base a la exégesis de lo que otros han escrito y cuyo único fin es compartir la felicidad que nos producen las creaciones artísticas, no podemos dejar de expresar nuestra opinión respecto a las iniciativas que intentan cercenar la difusión gratuita de productos culturales.

No nos gusta la SOPA, preferimos el caldo de cultivo de nuevas ideas que se prepara colectivamente y sin cepos. Tampoco firmaríamos ningún ACTA que nos diga qué podemos leer, escuchar o mirar, que imponga una tendencia marcada por los tres o cuatro vivos que manejan el mercado, amparados por gobiernos que van a contramarcha de los pueblos. Y la única PIPA que nos fumamos es la de la paz.

Nunca se preocuparon por los autores, cuyos derechos han sido pisoteados ad infinitum por las majors del entretenimiento global. Tampoco hay indicios de que con el dinero que obtienen a paladas gracias al talento ajeno se hayan promovido nuevas voces, más bien todo lo contrario. Por lo tanto, sin temor a ser tildados de conspiradores, sostenemos que toda esta movida se trata de controlar nuestra libertad individual y la libre circulación de ideas a través de Internet.

Y como no tenemos otro medio vindicatorio que la palabra, decidimos consagrar esta edición al recuerdo de piratas de papel, ya que los otros, los de carne y hueso, traje y corbata o uniforme militar, tampoco nos simpatizan.

Pirata es una palabra de origen griego, peirato, que significa “los que atacan” y éstos ya la usaban unos 400 años antes de nuestra era para señalar a aquellos bandidos que asolaban barcos y costas. Homero los describe en La Odisea:

De Ilion llevóme al país de los cicones, en Imaro.
Entré a saco en la ciudad y maté a sus moradores.
Repartimos las mujeres y el cuantioso botín equitativamente,
sin que nadie se quedara sin su parte.

Es el latino Plutarco quien, en el siglo I, le da la definición cabal, aclarando que son marinos que no tienen autorización legal para cometer sus tropelías. Porque si la tuvieran, serían corsarios, el que detenta patente de corso, es decir, permiso oficial para atracar.

Con la conquista de los mares, a caballo de la Edad Moderna, la actividad se hizo más popular y redituable. Y comenzaron a convertirse en personajes literarios. Cervantes, quien fuera víctima de los corsarios berberiscos en Argel, los menciona en El Quijote y en algunas de sus comedias. Lope de Vega se inspira en Sir Francis Drake, el pirata de su Majestad, Isabel I, para escribir la Dragontea, un drama en verso sobre el ocaso del corsario más famoso de la historia. En 1678, el médico de la flota de Henry Morgan, Alex Oexmelin, publicó Bucaneros en América, un libro que hoy sería considerado de non fiction, en el que relata sus aventuras y que sirvió de inspiración a novelas posteriores.

La primera novela de piratas propiamente dicha se la debemos a Daniel Defoe, el mismo que imaginara al náufrago más famoso, Robinson Crusoe. En 1720, cuando la piratería todavía vivía su época dorada, vio la luz Vida, aventuras y peripecias del Capitán Singleton. El libro está narrado en primera persona y finalmente nuestro héroe se reforma y se torna un hombre de bien.

El romanticismo no podía dejar pasar un carácter tan afín a su esencia como este hombre al margen de la ley y de la sociedad civil. Ya como evocación de un tiempo pasado, los poetas románticos cantan a los marinos descastados: José de Espronceda lo homenajea en La canción del pirata y Lord Byron en El Corsario.

Durante el siglo XIX la novela de aventuras jugará en primera. Y si hablamos de aventuras, no podemos obviar a los piratas. La isla del tesoro es una de las historias mejor contadas de la literatura, en la que se mezcla el viaje iniciático de un niño, la búsqueda de un botín escondido y un personaje deslumbrante, como Long John Silver. Un auténtico clásico de Robert Louis Stevenson.

Esa seducción que escapa todo cuestionamiento moral sobre su actividad encarnará en la criatura de Emilio Salgari, Sandokán, el Tigre de la Malasia, el pirata de Mompracén, amigo inseparable de Yáñez y enamorado fiel de Mariana, la Perla de Labuán. Sandokán es de corazón valiente y justo, más allá de sus andanzas pirateriles, imposible no empatizar con él. La saga de Salgari contiene todos los ingredientes que necesita un lector para emocionarse, por más que se lo considere literatura menor.

Salgari no se conformó con navegar los mares orientales, sino que también es el autor de otra saga de bucaneros americanos, iniciada por El corsario negro, un italiano en busca de fortuna en el Caribe que es traicionado y jura vengarse. La reina de los Caribes, Yolanda, la hija del Corsario Negro, El hijo del Corsario Rojo y Los últimos filibusteros completan la serie.

El solvente narrador de aventuras Jules Verne también imaginó piratas. El enigmático Nemo de las Veinte mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa tiene un pasado non sancto que lo liga a esas correrías. Pero también hay piratas en Los hijos del capitán Grant, Ante la bandera y El archipiélago en llamas.

En el siglo XX, los piratas fueron confinados a las historietas (El Corto Maltés, de Hugo Pratt) o la ciencia ficción. Hay piratas intergalácticos y hackers, como el protagonista de Neuromancer, la novela de William Gibson.

Por último y como comenzamos con un proyecto que declaramos infame, vamos a la Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges para abordar a La viuda Ching, pirata, cuyo texto pirateamos oportunamente para compartirlo con todos ustedes, por lo que repetir el enlace sería autoplagiarnos y eso por el momento no es delito: http://noticiasdetlon.blogspot.com/2009/05/la-viuda-ching-pirata.html