martes, 22 de abril de 2008

EDITORIAL

El cartero ya no llama dos veces

¿Qué fue del género epistolar en los tiempos del correo electrónico?
Cicerón, Petrarca, Proust, Rousseau, Virginia Wolf, Kafka, Montesquieu, Van Gogh, Cortázar, Rimbaud, Verlaine, Freud ¿resistirían sus cartas a la inmediatez de la arroba?

Cometamos un delito. Revisemos imaginariamente la correspondencia que ha llegado hoy a cualquier casa. Resúmenes bancarios, publicidad, facturas de servicio, más publicidad, comunicaciones oficiales o notariales, más y más publicidad. Encontrar un sobre escrito de puño y letra es casi tan improbable como hallar un trébol de cuatro hojas. Es que la carta, amigos, es cosa del pasado.

Salvo quienes tenemos algún afecto perdido en esos rincones del mundo donde la Internet no forma parte del hábito cotidiano, por ejemplo, Cuba, hoy casi nadie recibe ni escribe cartas en papel. Y si bien el correo electrónico ha superado en inmediatez y comodidad a su predecesor, no ha logrado, creemos en Tlön, igualar la ansiedad que produce recibir al cartero.

En primer lugar, la visión de la letra manuscrita nos transmite mucho más que los prolijos caracteres del ordenador. La persona está, la persona es, porque ese papel nos brinda una prueba fidedigna de su existencia y de su intención de comunicarnos algo. No reviste la misma emotividad atesorar una carta del ser amado, a quien reconocemos por su caligrafía, que imprimir un e-mail completamente impersonal y aséptico de rasgos particulares.

En segundo término, hay cierta espontaneidad en el papel, salvo que uno escriba borradores y luego los pase en limpio, contra la cual conspira la facilidad de corregir en pantalla a medida que uno va escribiendo. La paradoja es que, con esta premisa, los e-mails deberían están mejor escritos y, aparentemente, no es así.

Y entonces vamos al tercer punto. El lenguaje que se emplea para escribir un correo electrónico está impregnado de neologismos tecnológicos y de una suerte de idioma taquigráfico, nacido al amparo de la síntesis de los mensajes de texto de los teléfonos móviles. Esta urgencia y este resumen conspiran contra la riqueza expresiva.

Como nos gusta especular sobre la nada, supongamos que nuestro remitente logra superar la barrera e irradiar su personalidad a la tipografía Trebuchet cuerpo 10 que eligió para escribirnos. Supongamos que, además, su contenido exuda sensibilidad y está impecablemente escrito… ¿cómo estar seguros de que sobreviviría a un temido e intempestivo formateo? ¿Cuántas veces hemos perdido algún archivo único e irrepetible en los vericuetos insondables de este mundo de silicio?

¿Qué pasará el día de mañana con las cartas que ha escrito Paul Auster, nos preguntamos en Tlön? ¿Alguien estará recopilando los correos electrónicos de Stephen Hawking o las polémicas palabras de Noam Chomsky a sus contemporáneos? ¿Qué será de la epistolografía, entendida como la recopilación de cartas reales o ficticias?

El género epistolar nos ha permitido conocer al autor más allá de su obra, espiar su intimidad, sus amores, sus miedos, saber de qué fuentes abrevaba, descubrir su entorno social, conversar con sus interlocutores. La relación entre Alberdi y Sarmiento pervive en las Cartas quillotanas de uno y en las Ciento una respuestas del otro.

¿Continuará alguien la senda de Montesquieu, cuando inauguró la novela epistolar con sus Cartas persas? ¿Habrá una novela basada en correos electrónicos? Es probable, porque el arte suele adaptarse a las herramientas de su época.

Nos queda el consuelo de que, al abrir un correo electrónico, podamos encontrarnos con una frase como esta: “Si mi existencia importa diversos planos, en todos ellos estas dejando tu impronta, y eso es una secreta felicidad, así cuando mañana, pasado, o algún viernes dejemos de sabernos; aún cuando nos ocurriese que el sentido común, las reservas, o cualquier interferencia se interpolen o disuelvan lo que ya siento mío, nuestro”.

Y entonces, el planeta Tlön estará a salvo.

1 comentario:

  1. Hola hola, reportera de Tlön!

    Descubro hoy tu blog, empezando ademas con este post, y la verdad es que me ha encantado.

    Es una pena que se haya perdido el genero epistoral, cierto, pero afortunadamente somos unos pocos quieres lo seguimos manteniendo vivo. Yo sólo recibo cartas de una vieja amiga lejana - nos negamos en su dia a utilizar el rápido emilio y seguimos con el correo caracol -, y sinceramente creo que es una maravilla. Abrir el buzon y encontrar una postal o una carta suya es como volver a percibir esas sensaciones de antaño.

    Un saludo desde mi Planeta Galletario ;)

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