martes, 4 de noviembre de 2008

EL BENEFICIO DE LA DUDA

El 5 de mayo de 1813 nacía en Copenhague quien luego sería considerado el padre del existencialismo. En el seno de una familia rica y profundamente religiosa, criado en el temor de dios y del pecado, Sören Kierkegaard devino en teólogo, aunque su interés por la filosofía y la literatura pudo más.

Dotado de un gran sentido del humor, que acompañaba a un aspecto desconcertante, con esa cresta de pelo rubio que lo precedía y le sumaba varios centímetros de estatura, ya desde su tesis doctoral (una crítica a Sócrates) demostró su personalidad inconformista, polémica, por fuera de las convenciones de la época.

Utilizaba varios seudónimos para publicar, ya que consideraba que de esta manera podía expresar distintas formas de pensar. De esta manera, según cuenta en sus diarios, evitaba que su obra fuera tratada como un sistema filosófico con una estructura sistemática. Tampoco explicaba sus textos ni quería que estuvieran contextualizados con aspectos de su propia personalidad: pretendía que el lector las leyeran tal y cual eran para luego interpretarlas por ellos mismos.

Dentro del campo de la filosofía se le reconocen dos ideas innovadoras, la subjetividad y el salto de fe. El primer concepto se ejemplifica en su frase “subjetividad es verdad y verdad es subjetividad”, destacando la importancia del yo en la apreciación de la realidad. En cuanto al salto de fe, Kierkegaard sostiene que la fe no es racional (sea en dios o en el amor) sino que el individuo deja de lado su racionalidad en pos de algo más elevado, la fe. Y establece que quien tiene fe, tiene dudas, porque si no se duda, la fe no sirve.

Todos los grandes filósofos contemporáneos están en deuda, en mayor o menor medida, con este danés. Kierkegaard también anticipa a Nietzsche, en cuanto a sus críticas a la iglesia cristiana, por su incompetencia y corrupción, siendo, como es, el principal filósofo existencialista religioso.

Asimismo, influyó a grandes escritores de la talla de Borges, Hesse, Kafka, Rilke, Updike. Su literatura comenzó a ser difundida de la mano de otro enorme escandinavo, el noruego Henrik Ibsen. Su “Diario de un seductor” constituye una pieza clave en la narrativa moderna, dándole una nueva impronta a un personaje muy recurrido en la literatura universal, el Don Juan.

Al meternos en el universo de este Juan, al espiar su intimidad desde las páginas de su diario íntimo, donde el autor solamente oficia de maestro de ceremonias presentando el texto, Kierkegaard nos obliga a juzgar de acuerdo con nuestros valores morales, haciendo que la lectura de las vicisitudes de este aventurero nato nos lleve a plantearnos el dilema ético. No lo plantea Kierkegaard: lo plantea cada lector que transite el “Diario de un seductor”.

Murió el 11 de noviembre de 1855, lejos de su eternamente amada Regina Olsen, la mujer con quien rompió inexplicablemente un compromiso matrimonial, para dedicarse a añorarla el resto de su vida. Tal vez entendió que su tarea en este mundo era tan trascendental que las mieles del amor no debían distraerlo.

En Tlön honramos a aquel que se atrevió a sentenciar que “la angustia es el vértigo de la libertad”.

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