martes, 9 de febrero de 2010

El innombrable


La ciudad de Efeso, donde nació Eróstrato, se extendía en la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles del Panormo, de donde se veía, por sobre el mar de profundos colores, la línea brumosa de Samos. Rebosaba de oro y tejidos, de lanas y de rosas, desde que los magnesios, sus perros de guerra y sus esclavos que lanzaban venablos, habían sido vencidos a orillas del Meandro, desde que la magnífica Mileto había sido arruinada por los persas.

Así comienza a relatar Marcel Schwob la vida de este pastor de Efeso, devenido en incendiario por el sencillo objetivo de lograr fama duradera. Según Valerio Máximo, en el testimonio obtenido bajo tortura por orden de Artajerjes "se descubrió que un hombre había planeado incendiar el templo de Diana en Éfeso, de tal modo que por la destrucción del más bello de los edificios su nombre sería conocido en el mundo entero".

Lo cierto es que lo logró, más allá de que como propósito de vida lo juzguemos bastante pavote. Y no sólo consiguió que su nombre fuera recordado, más allá de la prohibición real so pena de muerte, sino que tuvo montones de imitadores. La pantalla chica está plagada de Eróstratos y Eróstratas capaces de destruir los templos que sean necesarios a cambio de los quince minutos de fama que postulaba Andy Warhol. Anticipándose al fenómeno mediático, Jean-Paul Sartre concibió un moderno Eróstrato que cometía crímenes y aberraciones con tal de ser reconocido.

Incluso tuvo la suerte de aparecer citado en un clásico. En "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", Cervantes escribió: "También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor, que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato." Si eso no es gloria, entonces qué es.

Pero volvamos a Marcel Schwob. Su libro "Vidas imaginarias" está escrito según el modelo usado por Plutarco en sus "Vidas paralelas". En la obra desfilan tanto personajes históricos como ficcionales, es decir, todos son ficcionales porque no se ajustan a fuentes fidedignas. Schwob retrata a sus criaturas desde lo psicológico y sociológico, pero, por suerte, no les confiere el rasgo arquetípico ni moralista de Plutarco, sino que hay un tinte irónico y burlón en su prosa exageradamente clásica.

Es lo mismo que hace Borges en "Historia universal de la infamia": darle verosimilitud a biografías que bien podrían ser inventadas como reales, porque están atravesadas por el dardo literario. Tal vez el ejemplo más acabado de este artilugio borgiano sea el cuento "Pierre Mènard, autor del Quijote", publicado en el volumen de "Ficciones" en 1944. El relato cuenta la historia de este oscuro poeta francés contemporáneo que escribió sin plagiar tres capítulos del Quijote, exactamente iguales a los escritos por Cervantes.

¿Quién puede asegurar que existió Erástroto y no existió Pierre Mènard? ¿Quién podría testificar ante Artajerjes, so pena de muerte, que Facundo Quiroga no es un personaje surgido de la ardiente pluma de Domingo Faustino Sarmiento? Mutatis mutandi ¿quién está en condiciones de afirmar que "El señor presidente" de Miguel Angel Asturias no es una biografía apócrifa?

El gran aporte de Schwob es haber forzado ese límite por el cual toda biografía tiene que respetar las crónicas y plantear que toda ficción que cuente las peripecias de un personaje son, en cierto modo, biografías imaginarias.

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