miércoles, 28 de octubre de 2009

John Dos Passos (1896-1970)


Este otro miembro de la Generación Perdida, nacido en Chicago y educado en Harvard, fue nieto de un zapatero portugués e hijo ilegítimo de un abogado y conductor de ambulancias durante la Primera Gran Guerra. De su experiencia en el frente nacerá Tres soldados (1921), un amargo alegato antibelicista.

En 1925 saldrá a la luz Manhattan transfer, una obra tan innovadora en cuanto a su estructura que podríamos decir que se trata del Ulysses americano. Construida en base a fragmentos de canciones, titulares de diarios, monólogos interiores y recortes de la vida de esos habitantes de la gran urbe que se entrecruzan sin tocarse. Es la ciudad misma hecha novela. Más que una indagación psicológica sobre esos personajes intrascendentes que circulan por Nueva York es un análisis sociológico de la despersonalización.

Le seguirá la Trilogía USA, compuesta por tres novelas: Paralelo 42, 1919 y El gran dinero. En esta composición, Dos Passos extiende su análisis al territorio estadounidense, criticando el materialismo creciente de la sociedad. Tras su publicación, se dedicó a viajar por el mundo y plasmar sus observaciones en otra trilogía, Distrito Columbia y en libros de viaje. En 1961 se edita Mediados de siglo, escrita con el singular estilo que utilizara para Manhattan transfer.

Manhattan transfer (fragmento)

"La primera cosa que oyeron fue el trémulo silbido de un vagoncito que humeaba al borde de la acera, frente a la entrada del ferry. Un chico se apartó del grupo de emigrantes que vagaba por el embarcadero y corrió el vagoncito.
- Es como una máquina de vapor y está llena de tornillos y tuercas -gritó al volverse.
- Padriac, vuelve aquí.
- Y aquí está la estación del elevado, South Ferry -continuó Tim Halloran, que había venido a buscarles-. Allá arriba está Battery Park y Bowling Street y Wall Street, el distrito bancario... Vamos, Padraic, el tío Timothy te va a llevar en el elevado de la Novena Avenida.
Quedaban sólo tres personas en el embarcadero, una vieja con un pañuelo azul a la cabeza, y una joven con un chal color magenta, en pie las dos, una a cada lado de un gran abúl claveteado con tachuelas de latón. Y un viejo con una perilla verdosa y una cara toda rayada y retorcida como la raíz de un roble muerto. La vieja gemía con lágrimas en los ojos: "Dove andiamo, Madonna mía, Madonna Mía!" La joven desdoblaba una carta y parpadeaba ante la floreada escritura. De repente se acercó al viejo: "Non posso leggere", y le alargó la carta. Él se restregó las manos, balanceó la cabeza y dijo algo que ella no pudo entender. La joven se encogió de hombros, sonrió y volvió a su baúl. Un siciliano con patillas hablaba con la vieja. Cogió el baúl con la cuerda y lo arrastró a un carro con un caballo blanco, que estaba parado en la acera de enfrente. Las dos mujeres siguieron al baúl. El siciliano tendió la mano a la joven. La vieja, sin dejar de murmurar y lloriquear, se subió trabajosamente a la trasera. Cuando el siciliano se inclinó para leer la carta, rozó a la joven con el hombro. Ella se puso tensa. "Awright", dijo. Luego, sacudiendo las riendas sobre la grupa del caballo, se volvió a la vieja y gritó: "Cinque le due... Awright". "

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