miércoles, 3 de junio de 2009

EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA


JUNICHIRO TANIZAKI
Se lo considera la piedra fundamental de la novelística japonesa contemporánea, con una obra en la que la tradición ancestral y las ideas modernas se enfrentan y entrecruzan. Tanizaki hablará de la belleza y del amor, de lo que fue y de lo que es y el conflicto que esto desata en las almas de las personas.

Había nacido en 1896 y perteneció a la generación de Ogai Mori, Natsume Soseki y Ryunosuke Akutagawa, con quien mantuvo fuertes polémicas. Su primer relato, El tatuaje (1910) muestra la influencia de los simbolistas franceses como Baudelaire y del estadounidense Edgar Allan Poe. Con su novela Hay quien prefiere las ortigas ya se introduce en lo que será su temática central, al contar las penurias de un matrimonio mal avenido, en medio de una sociedad en crisis. Continuará con la línea argumental en El elogio de la sombra. Ya en La nieve tenue, La llave y Diario de un loco retoma el erotismo que estaba presente en sus primeros relatos. Murió en 1965.

Para aclarar lo que quería decir con ello, señaló con el dedo un poste de la luz con una bombilla encendida en pleno día."¡Einstein es judío, por eso se fija en esos detalles!", añadió Yamamoto como comentario; pero, a pesar de todo, en comparación, si no con América, al menos con Europa, Japón utiliza el alumbrado eléctrico sin reparar en gastos. A propósito de Ishiyama, he aquí otra historia curiosa: dudaba yo sobre el lugar que elegiría ese año para ir a ver la luna de otoño y me decidí finalmente por el monasterio de Ishiyama, pero la víspera de la luna llena leí en el periódico una noticia en la que se informaba que para aumentar el disfrute de los visitantes que fueran al monasterio al día siguiente por la noche para contemplar la luna, habían colocado por los bosques una grabación de la Sonata al Claro de Luna. Esta lectura me hizo renunciar al instante a mi excursión a Ishiyama. Un altavoz es un azote en sí mismo, pero yo estaba convencido de que si se había llegado a eso, sin duda alguna también habrían iluminado la montaña con bombillas distribuidas artísticamente para crear ambiente. Ya en otra ocasión me habían estropeado el espectáculo de la luna llena: un año quise ir a contemplarla en barca al estanque del monasterio de Suma, en la quinceava noche, así que invité a algunos amigos y llegamos cargados con nuestras provisiones para descubrir que en torno al estanque habían colocado alegres guirnaldas de bombillas eléctricas multicolores: la luna había acudido a la cita, pero era como si ya no existiera. Hechos como éste demuestran el grado de intoxicación al que hemos llegado, hasta el punto de que parece que nos hayamos hecho extrañamente inconscientes de los inconvenientes del alumbrado abusivo. Se alegará que peor para los amantes del claro de luna, pero en las casas de citas, los restaurantes, los albergues, los hoteles, ¡qué derroche de luz eléctrica! Admito sin problema que, en cierta medida, es necesaria para atraer a la clientela, pero de todos modos, ¿para qué sirve encender las lámparas en verano, cuando todavía es de día, si no es para que haga más calor? Dondequiera que vaya en verano, esta manía me llena de consternación.

El elogio de la sombra, 1933 (fragmento)

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