Los
cuentistas arguyen que el relato es tan viejo como la humanidad y que requiere
de una gran maestría en el manejo del clima y les achacan a sus contrincantes
la ventaja de poder irse por las ramas cuantas veces quieran. A su vez, los
novelistas les retrucan señalando que precisamente, su habilidad es mantener la
atención del lector durante largo tiempo.
Así
están las cosas. Comandados por Poe y bautizados insidiosamente por sus
opositores como los “Pluma corta”, Borges, Saki, O. Henry, Chesterton y Carver más
algunos diletantes que se pasan de una facción a otra depende como sople el
viento, defienden con fervor al cuento, mientras que los “Afrancesados” (tal el
mote que les han puesto porque sus principales oradores son Balzac, Stendhal y Flaubert) se desgañitan a
favor de la novela.
Las
lealtades cambian rápidamente cuando la discusión supera la cuestión de forma y
se mete con la cuestión de fondo. “¡A esos naturalistas que le llaman pala a la
pala que les den una y los manden a cavar!” se exalta Oscar Wilde, ni bien se
menciona la función social de la literatura. Generalmente,
las refriegas terminan cuando el cantinero, ya harto de la gritería, da su
veredicto, el que todos aceptan porque saben que es arbitrario, injusto y momentáneo.
Mañana puede opinar tranquilamente todo lo contrario.
Hoy
falló a favor del cuento y aprovechamos entonces para seleccionar cinco relatos
de autores argentinos. Y como se acordó que el género policial aúna la crítica
social con ciertos componentes de lo fantástico, elegimos los textos de Manuel
Peyrou, Juan-Jacobo Bajarlía, Abelardo Castillo, Ricardo Piglia y Juan
Sasturain. De más está decir que Disparos en la biblioteca es uno de los
programas de TV más vistos en Tlön.
Dentro
de todo, la velada terminó pacíficamente y cuando alguien propuso un brindis
para Sir Arthur Conan Doyle, todos aplaudieron.
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