lunes, 6 de diciembre de 2010

EL DISCURSO Y EL MÉTODO


¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?

Marco Tulio Cicerón, Primera Catilinaria

El poder de la palabra lo descubrieron los griegos y lo llamaron retórica. Ya en el siglo V, el de Pericles, se tenía a la retórica como instrumento político. Los sofistas, en especial Protágoras y Gorgias, quienes sostenían como filósofos que al no existir una única verdad, el lenguaje solamente puede expresar ideas verosímiles. Sócrates y Platón disentían con los sofistas, a quienes acusaban de que únicamente buscaban convencer al interlocutor, en lugar de razonar con él.

Este ars bene dicendi tuvo como adalides a los atenienses Demóstenes, Lisias e Isócrates quienes descollaron con su verba inflamada. Anaxímenes de Lampsaco y Aristóteles escribieron sendos tratados de retórica, en el que planteaban el modo de hablar elocuentemente, ya desde el punto de vista práctico en el primer caso, como teórico en el segundo.

En Roma, tanto la política como la retórica se profesionalizaron. Los jóvenes que aspiraban al cursus honorum tomaban clase con un rhetor, maestro de oratoria, que los instruía en las reglas y fórmulas del discurso. Marco Tulio Cicerón es el gran orador del imperio.

Durante la Edad Media, los escolásticos incluyeron la retórica dentro del trivium, conjunto de saberes relacionados con el lenguaje, a pesar de que el discurso político en un período militarizado era francamante inútil.

En épocas más recientes, la oratoria, ya provista del bagaje teórico de las ciencias de la comunicación, hace hincapié en la memoria y la acción, es decir, el saber decir y el lenguaje corporal. En tiempos de complicado marketing político y de multimedia, la imagen intenta desplazar el peso específico de la palabra.

Sin embargo, lamentamos contradecir a los expertos, nadie recuerda cómo estaba vestido ni el gesto de la cara de Miguel de Unamuno cuando le dijo a Millán Astray "Venceréis pero no convenceréis". Está claro que esa gente no trabaja para la posteridad, sino para el corto plazo.

Revisando la hemeroteca de Tlön, seleccionamos nueve discursos que se nos antojaron antológicos. Dirán que aplicamos un criterio arbitrario: absolutamente. Hay personajes que no invocariamos ni aunque vinieran degollando. Estas piezas reúnen argumentos ligados con el ethos (son sensatos, sinceros, fiables, empáticos), con el pathos (mueven a las emociones) y con el logos (manejan los recursos dialécticos), tal como recomendaba Aristóteles. Silencio, que ya llegan los oradores.

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