miércoles, 29 de diciembre de 2010

ENTRE SIDRAS Y PAN DULCE



Con el último estertor del 2010, mientras la canícula aprieta y la calle desborda de personas cargadas con paquetes, entre el fervor de los saludos y el tronar de la pirotecnia, cerramos un nuevo capítulo de este libro interminable.

¿Cómo quedar al margen de tanto festejo? Al pensar en literatura navideña, inmediatamente se nos aparece el fantasma de Ebenezer Scrooge, el viejo tacaño maravillosamente creado por Charles Dickens y de un cuento, más apropiado para el acotado espacio de este blog, que es el que finalmente elegimos para despedir el año. Pero antes de ir al texto, presentaremos a su autor, aprovechando esta introducción para desearles las felicidades y bienaventuranzas de rigor y agradecer la paciencia y constancia de los lectores.

William Sydney Porter, farmacéutico, periodista y escritor estadounidense del , más conocido como O. Henry, fue un maestro del relato breve. Había nacido en Carolina del Norte, en 1862, recién finalizada la Guerra de Secesión. Tuvo varios domicilios en el estado sureño de Texas, aprendió español, leyó mucho, se fugó con una joven rica, fundó un semanario humorístico llamado The Rolling Stone, hasta que fue procesado por desfalco, motivo por el cual se escapa a Honduras. Cuando regresa a EE.UU. (porque su mujer agonizaba) es detenido y confinado tres años en una cárcel de Ohio. Allí comienza a escribir cuentos para enviarle dinero a su hija. Al ser puesto en libertad, cambia su nombre por el seudónimo, que toma del gato travieso de un amigo, al que cuando hacía una macana le decían "¡Oh, Henry!". Siguió escribiendo, se volvió a casar, pero pronto volvió a su viejo amor: el alcohol. Murió en 1910.

En su obra, los protagonistas son gente común y los escenarios reales. Decía O. Henry que cada habitante de Nueva York, donde vivió sus últimos años, tenía una historia digna de ser contada. Su camino lo retomarán años más tarde J. D. Salinger, Tom Wolfe, Truman Capote, John Dos Passos y Raymond Carver.

Borges, que lo admiraba mucho, sentenció: “Edgar Allan Poe había sostenido que todo cuento debe redactarse en función de su desenlace; O. Henry exageró esta doctrina y llegó así al trick story, al relato en cuya línea final acecha una sorpresa. Tal procedimiento, a la larga, tiene algo de mecánico; O. Henry nos ha dejado, sin embargo, más de una breve y patética obra maestra”.

Algunos dicen que el relato que vamos a compartir fue escrito en sólo tres horas, bajo presión por la urgencia de una entrega y con la ayuda de una botella de whisky. En el bar de Tlön se suele ver a O. Henry acodado a la barra, junto con otros borrachines geniales. Es un tipo tranquilo, que escucha atentamente todas las historias que le quieran contar los parroquianos. Vaya a saber qué nuevos cuentos escribirá con este material.

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