martes, 10 de febrero de 2009

ELLA ES... GEORGE


Amandine Aurore Lucile Dupin nació en París, Francia, en 1804. Mary Ann Evans nació en Warwickshire, Inglaterra, en 1819. Tan sólo 15 años de diferencia separaban a estas dos escritoras que para poder ser tomadas en serio eligieron un nombre de varón.

George Sand fue una chica parisina educada en el condado de Berry, casada a los 18 años con un noble, de quien se separó al cumplir los 27. Regresa con sus hijos a la gran ciudad, donde, en 1831, publica su primera novela, Rosa y Blanco, escrita en colaboración con Jules Sandeau, de quien posiblemente toma el seudónimo de Sand.

George Eliot creció en la campiña inglesa, hasta que fue internada en un colegio de Coventry. Al morir su madre, regresa a la casa paterna, para cuidar de su padre y continúa su educación de manera autodidacta. En 1841, adhiere a las ideas racionalistas, siendo su primera obra la traducción de Vida de Jesús, del teólogo alemán David Strauss. Era ávida lectora de Baruch Spinoza y Ludwig Feuerbach y dominaba el latín, el griego y el alemán.

La francesita escandalizaba a la sociedad parisina por sus vestimentas masculinas, que le permitían circular libremente por la ciudad e ingresar a lugares donde las mujeres no eran bien vistas. También era famosa por sus tórridos romances con Alfred de Musset y Frederic Chopin. Entre sus amistades se contaban Franz Liszt, Eugene Delacroix, Heinrich Heine, Víctor Hugo, Honoré de Balzac, Julio Verne y Gustave Flaubert.

Su tocaya inglesa, mientras escribía para la Westminster Revue, se relacionaba con George Lewes, un señor casado, filósofo y periodista, con quien viviría el resto de su vida, provocando la ira de su familia y la maledicencia de la sociedad victoriana. Mantendría un estrecho contacto intelectual con los positivistas John Stuart Mills y Herbert Spencer.

La Sand fue una escritora romántica. Entre sus principales obras se destacan Indiana (1832), Lelia (1833), El compañero de Francia (1840), Consuelo (1842-43), Los maestros soñadores (1853) Publicó obras de teatro, una autobiografía y el relato de sus amores con De Musset (Ella y él) y con Chopin (Un invierno en Mallorca)

Eliot no quiso ser considerada como una escritora romántica más, del estilo de las hermanas Brontë. A pesar de que sus novelas más populares transcribían el ambiente rural de Warwickshire, plasmando la atmósfera agobiante del puritanismo inglés (Escenas de la vida clerical, El molino del Floss, Middlemarch, Silas Marner) también se ocupó del antisemitismo (Daniel Deronda) y de la política local (Felix Holt, el radical)

Aurora Dupin murió en Nohant, en 1872. En su última época como escritora se abocó a la crítica social y a difundir el ideario feminista.

Mary Ann Evans murió en Londres, en 1880, luego de haberse casado con un banquero estadounidense 20 años menor que ella. Fue admirada en vida por Emily Dickinson y póstumamente por Virginia Woolf, siendo de gran influencia para los naturalistas franceses de finales del siglo XIX.

Si las ven en alguna de esas tertulias que tienen lugar en las tabernas de Tlön y que suelen terminar a altas horas de la madrugada, llámenlas simplemente George…

Middlemarch(fragmento) por George Eliot
Cierto que esos actos decisivos de su vida no fueron idealmente hermosos. Fueron la resultante de un joven y noble impulso forcejeando entre las condiciones de un estado social imperfecto, en el que los grandes sentimientos a menudo toman el aspecto de un error y la fe excesiva el aspecto de una ilusión. Pues no existe criatura cuyo ser interior sea tan fuerte que no esté determinado en gran parte por lo que encuentra en el exterior. Una nueva Teresa es muy posible que no tuviera la oportunidad de reformar la vida conventual, no más de lo que una nueva Antígona dedicaría su piedad heroica a desafiarlo todo por el entierro de su hermano: el medio en que sus ardientes proezas tomaron forma ha desaparecido para siempre. Pero nosotros, gentes insignificantes, con nuestras palabras y actos cotidianos, preparamos las vidas de muchas Dorotheas, algunas de las cuales pueden realizar un sacrificio mucho más triste que el de la Dorothea cuya historia conocemos.

Su espíritu aún poseía aspectos hermosos, aunque no fueran ampliamente visibles. Su íntegra naturaleza, al igual que ese río que Ciro logró domeñar, se pierde en canales que no poseen ningún nombre importante sobre la tierra. Pero la influencia que ella ejerció sobre quienes la rodeaban tuvo una difusión incalculable: pues el aumento de la bondad en el mundo depende en parte de hechos ahistóricos; y que las cosas no nos vayan tan mal a ti y a mí como podrían habernos ido se debe en parte a las personas que llevaron una vida estrictamente oculta, y yacen en tumbas que nadie visita. "

La Marquesa(fragmento)por George Sand
La marquesa de R... no poseía demasiado talento, aunque se dé por sentado en literatura que todas las mujeres mayores deben chispear de ingenio. Su ignorancia era absoluta respecto a los temas que las relaciones sociales no le habían enseñado. Tampoco poseía la excesiva delicadeza de expresión, la penetración exquisita o el maravilloso tacto que distinguen, según dicen, a las mujeres que han vivido mucho. Al contrario, era atolondrada, brusca, franca e incluso a veces cínica. Invalidaba por completo todas las ideas que yo me había forjado respecto a una marquesa de los buenos tiempos. Sin embargo, era marquesa y había frecuentado la corte de Luis XV; pero como, desde entonces, había tenido un carácter excepcional, les ruego que no busquen en su historia un estudio serio de las costumbres de la época. La sociedad me parece tan difícil de conocer bien y de describir en cualquier época, que no quiero intentarlo en absoluto. Me limitaré a contarles los hechos particulares que establecen relaciones de simpatía irrefragable entre los hombres de todas las sociedades y de todos los siglos.

Nunca había encontrado gran encanto en relacionarme con esta marquesa. Sólo me parecía interesante por la prodigiosa memoria que había conservado de los tiempos de su juventud, y por la viril lucidez con la que sus recuerdos se expresaban. Por lo demás era, como todos los ancianos, olvidadiza con las cosas que habían sucedido la víspera y despreocupada respecto a los acontecimientos que no tenían una influencia directa sobre su destino. No había tenido una de esas bellezas excitantes que, al carecer de brillo y regularidad, no pueden carecer de inteligencia. Una mujer de este tipo adquiría chispa para resultar más atractiva que las que lo eran de verdad. La marquesa, por el contrario, había tenido la desgracia de ser incuestionablemente bella. Sólo vi de ella un retrato que, como todas las mujeres viejas, tenía la coquetería de exhibir ante todas las miradas en su habitación. Aparecía representada como una ninfa cazadora, con un corpiño de raso estampado imitando la piel de tigre, mangas de encaje, un arco de madera de sándalo y una diadema de perlas que lucía sobre sus cabellos rizados. Era, pese a todo, una admirable pintura y, sobre todo, una admirable mujer; alta, esbelta, morena, de ojos negros, facciones severas y nobles, una boca bermeja que no sonreía y unas manos que, según dicen, habían causado desesperación a la princesa de Lamballe. Sin el encaje, el raso y los polvos, habría sido de verdad una de esas ninfas altivas y ágiles que los mortales vislumbran al fondo de los bosques o sobre las laderas de las montañas para enloquecer de amor y pesar.

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