martes, 22 de diciembre de 2009

El ermitaño de Nueva Hampshire


Jerome David Salinger nació con el año 1919 en Nueva York, de padre judío y madre irlandesa. Fue voluntario en la II Guerra Mundial y participó del desembarco a Normandía, lo cual le dio tema para algunos relatos y le dejó un estrés postraumático. Más tarde, quizás a causa de estas vivencias, abrazará el budismo zen y rehuirá de todo reconocimiento y notoriedad.

Porque desde la aparición misma de la primera de sus dos novelas, Salinger fue considerado un clásico. Se podría decir que El guardián en el centeno es la novela estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. La historia de un adolescente perturbado, contada por el protagonista, Holden Caulfield, ha sabido capturar el espíritu mismo de esa etapa de la vida. Curiosamente, varios asesinos seriales la citan como su novela de cabecera.

Posteriormente publicó cuentos y otra novela corta. Suponemos que sigue escribiendo, en su eremita de Cornish.

El corazón de una historia quebrada (fragmento)

Todos los días Justin Horgenschlag, auxiliar de imprenta con un sueldo de treinta dólares semanales, veía muy de cerca a aproximadamente sesenta mujeres a las que nunca había visto antes. Así, en los cuatro años que llevaba viviendo en Nueva York, Horgenschlag había visto muy de cerca a unas 75.120 mujeres distintas. De estas 75.120 mujeres, así como 25.000 tenían menos de treinta años de edad y más de quince. De las 25.000 sólo 5.000 pesaban entre cuarenta y siete y cincuenta y siete kilos. De estas 5.000, sólo 1.000 no eran feas. Sólo 500 eran razonablemente atractivas; sólo 100 eran realmente atractivas; sólo 25 podrían haber inspirado un largo, despacioso silbido. Y de sólo 1 se enamoró Horgenschlag a primera vista.

Bien, existen dos clases de femme fatale. Existe la femme fatale que es una femme fatale en todos los sentidos de la palabra, y existe la femme fatale que no es una femme fatale en todos los sentidos de la palabra.

Se llamaba Shirley Lester. Tenía veinte años (once menos que Horgenschlag), medía un metro y sesenta y tres centímetros (lo cual le dejaba la cabeza a la altura de los ojos de Horgenschlag), pesaba 53 kilos (ligera como una pluma para llevarla en brazos). Shirley era taquígrafa, vivía con su madre, Agnes Lester, una vieja entusiasta de Nelson Eddy, a la cual mantenía. Respecto a la belleza de Shirley, la gente a menudo la describía así: «Shirley es tan mona que parece un retrato».

Y en el autobús de la Tercera Avenida, una mañana temprano, Horgenschlag controló a Shirley Lester, y se sintió un guiñapo. Todo porque la boca de Shirley estaba abierta de un modo curioso. Shirley estaba leyendo un anuncio de cosméticos en el tablero de la pared del autobús: y cuando Shirley leía, a Shirley se le aflojaba ligeramente la mandíbula. Y en ese breve instante en el que la boca de Shirley estuvo abierta y los labios estuvieron separados, Shirley fue probablemente la más fatal de todo Manhattan. Horgenschlag vio en ella un seguro curalotodo contra el gigantesco monstruo de soledad que le había estado rondando el corazón desde que había llegado a Nueva York. ¡Oh, aquella agonía! La agonía de estar controlando a Shirley Lester y no poder inclinarse y besar, los labios separados de Shirley. ¡Aquella inefable agonía!

Ese era el comienzo del cuento que empecé a escribir para Collier’s. Iba a escribir una tierna y encantadora historia del tipo chico-conoce-chica. Qué podría ser mejor, pensé. El mundo necesita historias del tipo chico-conoce-chica. Pero para escribir una, por desgracia, el escritor debe ponerse a la tarea de hacer que el chico conozca a la chica. Yo no pude lograrlo con ésta. No y lograr que tuviera sentido. No pude juntar a Horgenschlag y a Shirley como es debido.

1 comentario:

  1. Pero qué mal ha resistido el paso del tiempo Catcher in the rye.
    Saludos y felices fiestas

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