miércoles, 6 de mayo de 2009

LATINOAMÉRICA CUENTA

La narrativa latinoamericana del siglo XIX, siglo en que el cuento toma cuerpo y forma, reproduce los estilos y las corrientes literarias que se imponen en Europa y Estados Unidos. Así florecerá una cuentística romántica, inaugurada en el Río de la Plata por Esteban Echeverria y relatos cortos adscriptos al naturalismo (tendencia que en nuestro país continuará hasta 1930, con los representantes del grupo de Boedo)

Es con el surgimiento del modernismo cuando América Latina inventa su propia voz. Rechazando la severidad del naturalismo y del realismo, alejados de la exaltación romántica, los modernistas hacían culto de la estética y el refinamiento estilístico y rescataban como modelos el clasicismo griego y el exotismo oriental. Rubén Darío, Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Manuel Gutiérrez Nájera son algunos de los nombres representativos de este período.

Abierta esta puerta, se asomará el regionalismo, que engloba el criollismo y el indigenismo. Es una corriente que marca las primeras décadas del siglo XX. Los hijos de la tierra toman protagonismo en los cuentos de Manuel Rojas, Juan Bosch, Augusto Céspedes, Lima Barreto y, sobre todo, Horacio Quiroga.

Lejos de la temática del regionalismo y como producto cultural de las grandes ciudades, nace el cosmopolitismo, una narrativa con contenido filosófico. Ya no se trata de viajar a las tierras vírgenes, sino al interior del individuo "que está solo y espera", como diría Scalabrini Ortiz. Arturo Uslar Pietri, Eduardo Mallea, Mario de Andrade, Felisberto Hernández, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Clarice Lispector, Héctor Tizón, Rodolfo Walsh, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges son algunos de los escritores que transitaron esta senda.

Y aparece el realismo mágico, ese gran aporte que ha dado nuestro continente a la literatura universal. Como señala Anderson Imbert se trata de "sugerir un clima sobrenatural sin apartarse de la naturaleza". El escritor se hace eco de la desmesura de nuestra geografía, de la convivencia entre el pasado y el futuro, de todas las contradicciones de nuestra historia. Aparecen Miguel Angel Asturias, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Joao Guimaraes Rosa.

Antes de recorrer la Babel -faro y ombligo de nuestro planeta Tlön- en búsqueda de textos ilustres, nos gustaría preguntarle a dos de nuestros habitantes qué diantres es un cuento, visto desde el cono Sur.

Cortázar nos explica, entre bocanadas de humo: "Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable; en segundo lugar, los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquéllos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.

¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota, y por eso han influido en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido aparente, la brevedad de su texto".


Borges nos da otra pista: "Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder.

En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí "eso es una solución personal mía", creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo "si se trata de un cuento porteño", lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión.

El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula "por fantástica que sea" crea, por el momento, en la realidad de la fábula."


Con ustedes, los intérpretes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario