viernes, 15 de mayo de 2009

AQUI ME PONGO A CANTAR


Junta experiencia en la vida,
hasta pa' dar y prestar,
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto,
porque nada enseña tanto,
como el sufrir y el llorar.


La verdadera gloria para cualquier personaje literario o legendario consiste en transformarse en arquetipo de la sociedad que le dio origen y trascender como mito para las generaciones siguientes. Un héroe genuino que representa lo que fueron, lo que son y lo que serán los hijos de esa cultura que lo vio nacer. Descontextualizado de su momento histórico, seguirá vigente en el inconsciente colectivo como un referente de la identidad nacional.

En el camino, tomará carnadura, se olvidarán sus miserias y se engrandecerá en el imaginario popular. Será como un santo laico, como un blasón sin nobleza. Opacará a su creador, quien ya no podrá escapar del sino de ser el padre de la criatura. Atravesara las fronteras geográficas e idiomáticas, porque la suya es la epopeya del hombre, de todos los hombres.

Decir que Martín Fierro es la obra cumbre de la poesía gauchesca es hacerle poca justicia. Habría que decir, más bien, que es la joya de la épica americana. El destino de este hombre, empujado a vivir en la pobreza y en el exilio interno, sojuzgado por un poder que no lo representa, añorando un pasado sin retorno y desconfiando de un futuro incierto, terriblemente solo en la inmensidad de la pampa, es el reflejo de todo un continente. Fierro sigue vivo, porque sus penurias y sus pequeñas alegrías, su ansia de libertad, su voz que se alza para denunciar la injusticia, son fácilmente reconocibles por universales.

Seguramente, José Hernández no sospechaba lo que el destino le deparaba a su creación, porque su objetivo fue construir un alegato social que llegara a las clases sociales oprimidas del interior de la provincia de Buenos Aires. Fue, antes que escritor, un político de una gran ilustración y de aguda observación, la que le permitió captar el habla del peón de campo y transferirla en su poema, sin afectación, con toda naturalidad.

Hernández se anima a contar la historia de los vencidos, de un país que ya no es. Recopila el refranero popular, lo reiventa y le da entidad de frase célebre, pausible de ser citada en los foros académicos sin sonrojarse. Sin embargo, no traiciona ni subestima a sus personajes, colocándose por encima de ellos. El autor se coloca entre bastidores, humildemente, como herramienta para que las palabras de Fierro fluyan de su boca.

El Gaucho Martín Fierro se publicó por primera vez en 1872 y nueve años más tarde vio la luz La vuelta de Martín Fierro. Estaban vigentes entonces las ideas europeizantes de Sarmiento (ese que dijo "no hay que economizar en sangre de gaucho) y contra estas ideas se rebelaba este federal criollo, autor también de una Vida del Chacho y de Instrucción del estanciero.

La primera parte consta de 13 cantos, mientras que la segunda está conformada por 33. En una carta a su hija Isabel, el autor explicó que bautizó al personaje con el nombre Martín en homenaje a dos personas: su tío, Juan Martín de Pueyrredón y Martín Güemes. El apellido Fierro lo eligió para simbolizar el temple de hierro del gaucho de la pampa.

El interés que despertó en su época fue tal que dio origen a círculos de lectura entre los hombres del campo, y a recitadores que memorizaban pasajes de la primera o la segunda parte y los decían ante grupos de oyentes entusiasmados. El reconocimiento literario llegó después, en el siglo XX, de la mano de Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones. Su proyección internacional llegó a través del elogio de Miguel de Unamuno y de Menéndez y Pelayo. Finalmente, fue traducido a más de 70 idiomas, siendo una de sus últimas versiones en idioma quechua, gracias al trabajo de don Sixto Palavecino.

Para bajar el texto completo: http://www.literatura.org/Fierro/

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