viernes, 15 de mayo de 2009

EN UN LUGAR DE LA MANCHA


Para mí,el Quijote es, en primer término, un libro español; en segundo término, un problema apenas planteado o, si queréis, un misterio. Fue Cervantes, ante todo, un gran pescador de lenguaje, de lenguaje vivo, hablado y escrito; a grandes redadas aprisionó Cervantes enorme cantidad de lengua hecha, es decir, que contenía ya una expresión acabada de la mentalidad de un pueblo. El material con que Cervantes trabaja, el elemento simple de su obra, no es el vocablo, sino el refrán, el proverbio, la frase hecha, el donaire, la anécdota, el modismo, el lugar corriente, la lengua popular, en suma, incluyendo en ella la cultura media de Universidades y Seminarios. Con dificultad encontraréis en el Quijote una ocurrencia original, un pensamiento que lleve la mella del alma de su autor. A primera vista parece que Cervantes se ahorra el trabajo de pensar. Deja que la lengua de los arrieros y de los bachilleres, de los pastores y de los soldados, de los golillas, de los buhoneros y vagabundos piensen por él. Desde este punto de vista, el Quijote viene a ser como la enciclopedia del sentido común español, contenida en la lengua española de principios del siglo XVII.
Antonio Machado

¿Qué tiene, entonces, la epopeya de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, para ser considerado un personaje inmortal de la literatura universal? ¿Qué tienes de épicas las andanzas de este ser desdichado, loco de a ratos, amante frustrado, noble sin heredad y de su fiel ladero Sancho Panza?

Para Ortega y Gasset (Meditaciones sobre El Quijote), no es posible analizar al personaje sin analizar a su creador. De allí que tanto uno como el otro tienen voluntad de aventura porque quieren trascender su materialidad actual conquistando ideales perdidos y deseables. Esto le confiere su universalidad, a la vez que lo inscribe en la tradición épica.

Sin embargo, la lucha entre la búsqueda de estos ideales imaginarios con la cruda realidad, hace que finalmente el protagonista reniegue de su sueño y recupere el sentido común. Es en este camino donde, según Ortega, la épica se transforma en novela. Es más, para Miguel de Unamuno, a partir del capítulo XXIX, podríamos calificarla de comedia, dado que las situaciones ya toman un tono burlón y poco queda del perfil orgulloso del hidalgo.

Como ocurrirá con el gaucho Fierro, Don Quijote intentará revivir un pasado más feliz, no animado por el desencanto, sino llevado por una suerte de deber patriótico. El desencanto sólo sobreviene cuando retorna la cordura, cuando abjura de su sueño de gloria. Con este desenlace, Cervantes ofrece una visión nihilista, porque no plantea alternativa. Pero, paralelamente, es entonces cuando Sancho Panza, quien encarna el sentido común y la simpleza de una naturaleza pedestre, toma la posta de su amo agonizante y reivindica la locura epopéyica.

Don Quijote es la quintaesencia del idealismo, de la utopía desbordada. Tanto ha calado como ícono en la cultura occidental que sus molinos de viento son símbolo de las empresas riesgosas e inútiles. Es un perdedor y los perdedores provocan empatía. A su lado, Sancho Panza es la voz de la conciencia, aquel que tiene como función echar un balde de realidad sobre una imaginación inflamada.

Ni bien fue publicado, en 1605, se transformó en un "best-seller", aunque este hecho no redundó en beneficios económicos para Cervantes. Sus primeros críticos lo leyeron simplemente como una parodia a los libros de caballería. Ya en el siglo XVIII, se le otorgó un carácter didáctico, como sátira a las costumbres de la época y, por extensión, a la nación española. Los románticos alemanes rescataron su heroísmo patético: Don Quijote pasaba de hacer reír a conmover. Los románticos ingleses, encabezados por Coleridge, vieron en la obra "una sustancial alegoría viviente de la razón y el sentido moral". El siglo XIX convierte al personaje en símbolo de la bondad, el sacrificio y el entusiasmo, tanto que Dostoievsky afirma que "de todas las figuras de hombres buenos en la literatura cristiana, sin duda, la más perfecta es Don Quijote". El siglo XX retoma la primera lectura jocosa, sin dejar de reconocerle el simbolismo implícito.

Es indiscutible el gran aporte de Cervantes al cambio de la estructura narrativa. Como primera novela verdaderamente realista, al regresar Don Quijote a su pueblo, asume la idea de que no sólo no es un héroe, sino que no hay héroes. Esta idea desesperanzada e intolerable, similar a lo que sería el nihilismo para Dostoievsky, matará al personaje que era, al principio y al final, Alonso Quijano, conocido por el sobrenombre de El Bueno. Es esta construcción moderna y polifónica lo que le confirió su perdurabilidad a través de los siglos.

Y si la bondad nos eterniza, ¿qué mayor cordura que morirse? «Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno»; muere a la locura de la vida, despierta de su sueño.

Hizo Don Quijote su testamento y en él la mención de Sancho que éste merecía, pues si loco fue su amo parte a darle el gobierno de la ínsula, «pudiera estando cuerdo darle él de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece». Y volviéndose a Sancho, quiso quebrantarle la fe y persuadirle de que no había habido caballeros andantes en el mundo, a lo cual Sancho, henchido de fe y loco de remate cuando su amo se moría cuerdo, respondió llorando: «¡Ay, no se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más!» ¿La mayor locura, Sancho?

Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura;
que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera,
es locura,
pudo contestarte tu amo, con palabras del maestre don Rodrigo Manrique, tales cuales en su boca las pone su hijo don Jorge, el de las coplas inmortales.

Y dicho lo de la locura de dejarse morir, volvió Sancho a las andadas, hablando a Don Quijote del desencanto de Dulcinea y de los libros de caballerías. ¡Oh, heroico Sancho, y cuán pocos advierten el que ganaste la cumbre de la locura cuando tu amo se despeñaba en el abismo de la sensatez y sobre su lecho de muerte irradiaba tu fe, tu fe, Sancho, la fe de ti, que ni has muerto ni morirás! Don Quijote perdió su fe y murióse; tú la cobraste y vives; era preciso que él muriera en desengaño para que en engaño vivificante vivas tú.

Miguel de Unamuno

Para bajar el texto completo: http://www.donquijotedelamancha2005.com/descarga.php

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