lunes, 20 de abril de 2009

WHAT A WONDERFUL WORLD

Los temas fantásticos y de anticipación, tan propios del género de ciencia-ficción, han estado presentes en la literatura desde sus comienzos. Tanto es así que podemos considerar a La República de Platón como una de las primeras utopías. El comediógrafo griego Aristófanes utilizó elementos fantásticos en muchas de sus obras (Los pájaros, Lisístrata, Las ranas)

Luciano de Samosata (circa 165 d.C.) aglutinó estos elementos en La historia verdadera, la bisabuela de las space operas (aventuras espaciales) En su obra, una nave griega es llevada a la Luna, por impulso de los vientos y las trombas marinas. Allí lucharán con sus habitantes, seres fabulosos con nombres igualmente fabulosos: lacanópteros, hipomírmeces, nefelocentauros. Este autor tuvo gran influencia y fue inspiración para otros creadores que en siglos posteriores volvieron a inventar mundos imaginarios.

Viajamos en el tiempo y nos detenemos en el siglo XVII. Cuatro años después de la muerte de Johannes Kepler (ocurrida en 1630), se publica Somnium. En esta obra, el genial astrónomo alemán vislumbra a través de los sueños un nuevo viaje a la Luna. Este tema será recurrente para los primeros cultores del género fantástico. En 1657, Cyrano de Bergerac dará a conocer su propia versión, en la cual los selenitas no son émulos del hombre, sino sus antiguos dioses. Cyrano había abrevado en las obras de Tommaso di Campanella (La ciudad del sol), Thomas More (Utopía) y Roger Bacon (Nueva Atlántida), continuadores de la tradición utópica inaugurada por Platón.

El francés que fue famoso por su nariz prominente y sus amores contrariados influyó a su vez a Daniel Defoe y Jonathan Swift. El primero, con su Robinson Crusoe, no necesita viajar muy lejos para crear un mundo unipersonal, que pinta como ningún otro mundo imaginado el tema de la soledad. El segundo, haciendo gala de una pluma mordaz, crea un personaje inmortal que con la excusa de sus viajes, criticará a la sociedad de la época.

Es así que en 1726, Gulliver comenzará su recorrido interminable, con la publicación de Varias naciones remotas del mundo: en cuatro partes, tal es el título original de lo que el público bautizó como Los viajes de Gulliver. La cuarta parte, el reino de los caballos (los huyhmhnms) y sus sórdidos sirvientes (los yahoos), es una sarcástica descripción de la humanidad vista desde su peor costado. Esta visión será retomada posteriormente por Wells, Huxley y Orwell.

Otro autor que cedió a la tentación de utilizar la alegoría para criticar a sus anchas a sus contemporáneos fue François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. En Cándido, Zadig, Micromegás y La princesa de Babilonia desarrolla la sátira política, trasladando la acción a lugares ficticios, para poder explayarse sobre la situación de la Francia del siglo dieciocho.

El siglo XIX trae consigo la explosión de la ciencia experimental y los adelantos mecánicos, sustrato fértil para la invención de nuevas imaginerías. Una mujer dará el puntapié inicial para la creación de un nuevo género, la ciencia ficción. Se trata de Mary Wollstonecraft Shelley, la madre de Frankenstein o El moderno prometeo. Su novela, además de elaborar un mito perdurable, aborda la angustia del ser y previene acerca de las consecuencias de forzar los límites de la naturaleza.

Mientras los ingleses continuaban transitando la novela gótica, los estadounidenses tomaban la posta de Mary Shelley. Casi todos los grandes cuentistas de esta época escriben algún relato inscripto en este novísimo género: Edgar Allan Poe, Herman Melville, Nathaniel Hawthorne, Mark Twain, Ambrose Bierce. Pero nuestro tema de hoy es otro y por eso nos detenemos en Edward Bellamy, autor de la novela Looking backward (1888), donde desarrolla un viaje en el tiempo, con una visión no demasiado optimista acerca del futuro.

Perspectiva que desde luego compartirá el más grande escritor de ciencia-ficción de principios del siglo XX, H. G. Wells. Prolífico, muy bien documentado, desesperanzado en cuanto al porvenir de la humanidad, será el faro de todos los escritores que abordarán este tipo de literatura.

De la utopía moralista y bien intencionada de los inicios, de la sátira imaginativa que todavía confía en que hay solución posible, llegamos a la distopía, término que define a una utopía perversa, opuesta a lo que se considera una sociedad ideal, en la cual se respira una atmósfera opresiva, casi apocalíptica. Es una realidad totalitaria, de la cual no podemos escapar.

Hasta la primera mitad del siglo XX, algunas distopías advertían de los peligros del socialismo de Estado, de la mediocridad generalizada, del control social, de la evolución de las democracias liberales hacia sociedades totalitarias, del consumismo y el aislamiento. En las más recientes, englobadas con el rótulo de cyberpunk, el mundo está dominado por las empresas trasnacionales capitalistas, que utilizan un alto grado de tecnología y de coerción represiva.

El cine ha colaborado con la literatura al adaptar muchas de las novelas distópicas contemporáneas y también ha creado clásicos originales de este género, como Metrópolis (Fritz Lang), Alphaville (Jean-Luc Godard), El planeta de los simios (Franklin Schaffner), El dormilón (Woody Allen), Mad Max (George Miller), Terminator (James Cameron), Brazil y Doce monos (Terry Gilliam), Matrix (hermanos Wachowski) Inteligencia artificial y Minority Report (Steven Spielberg).

Hemos seleccionado para comentar las que a nuestro gusto son las ocho novelas más representativas: La máquina del tiempo (H.G.Wells), Nosotros (Y. Zamiatin), Un mundo feliz (A. Huxley), 1984 (G. Orwell), Fahrenheit 451 (R. Bradbury), La naranja mecánica (A. Burgess), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (P.K. Dick)y Neuromante (W. Gibson)

Y aunque nuestro planeta Tlön es una utopía forzada, una utopía sostenida aunque vengan degollando, hoy vamos a emprender un viaje por esos mundos siniestros, por ese futuro imperfecto, con la secreta alegría de que siempre podremos regresar a casa. Por ahora...

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