martes, 4 de mayo de 2010

Anna Karenina


No hay nada como el amor de una mujer casada. Es una cosa de la que ningún marido tiene la menor idea.
Oscar Wilde

"Las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera". Así comienza la novela de Liev Tolstoi, publicada en 1877, que como otras novelas de este genial ruso están densamente tejidas con un sinnúmero de personajes e historias laterales.

El argumento es clásico: una mujer casada se enamora de otro que no es su marido en una sociedad en la que el adulterio está a la orden del día. Por lo tanto, el tema no es el engaño en sí ni la condena social de la adúltera. El romance extramatrimonial incluso se resuelve y se concreta felizmente, dando por fruto una hija. El marido engañado, a pesar de que niega el divorcio es posible que finalmente lo acepte. La aristocracia rusa decimonónica es bastante permeable a este tipo de cuestiones, por más que prefiera el secreto al escándalo público.

El drama pasa por otro lado: es la inseguridad de Anna, sus celos enfermizos por Vronsky. Ha podido superar la vergüenza de confesar su aventura, un parto difícil que la puso al borde de la muerte, el exilio y que Karenin la separara de su hijito mayor, pero no puede con los celos. Y él la ama, la ha amado desde la primera vez que la vió:

"Por rápida que fuese aquella mirada, bastó a Vronsky para observar, en el rostro de la viajera, una vivacidad reprimida que se delataba sobre todo, en el ligero arquearse de sus labios y en la expresión animada de sus ojos. Había en toda su persona como un exceso de juventud y alegría que ella se esforzaba en disimular; pero, a pesar suyo, el relámpago velado de sus ojos aparecía también en su sonrisa."

¿Qué hace que una mujer que ha demostrado una fiera fortaleza, una ecuanimidad para resolver entuertos ajenos y la valentía de afrontar las consecuencias de sus sentimientos sucumba ante los fantasmas de su imaginación? Tolstoi pone el dedo en la llaga para demostrar cómo somos capaces de dilapidar la felicidad, arruinar nuestra vida y la de quienes nos quieren, sin otra excusa que la propia estupidez.

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