martes, 4 de mayo de 2010

Nora Helmer


Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo.
Napoleón Bonaparte

Podríamos decir que Nora Helmer es la versión punk de Emma Bovary. Ambas son hermosas, banales, objetos decorativos de los salones europeos del siglo XIX. Mientras que la francesa escandaliza por ser adúltera, la noruega provoca rechazo por el portazo final que da a esa vida acomodada y artificial. Por supuesto, nos simpatiza mucho más Nora, porque la moviliza la posibilidad de conquistar su independencia como persona.

"Casa de muñecas" se estrenó en 1879 y nació de la pluma del dramaturgo Henryk Ibsen. La obra se cuela por la ventana de una familia tradicional, aparentemente feliz. Es que a Nora le sobran motivos para sentirse dichosa: su marido la ama y la desea, las penurias se han disipado, es víspera de Navidad. Sin embargo, subyace en todos los personajes una red intrincada de mentiras y es de estas mentiras de las que quiere escapar.

Nora da muestras de la capacidad de sacrificio de sus valores cuando privilegia ante ellos el bienestar de su marido enfermo: comete un delito porque la ley no le permite a las mujeres disponer de sus bienes. Pero no es retribuida con la misma moneda por ese marido tan amoroso, que paga su lealtad con repudio e insultos.

"He descubierto que las leyes son distintas a las que yo pensaba; pero me resulta imposible concebir que esas leyes sean justas”.

Nada puede ser como era antes, porque Nora ha comprendido que su esposo la tiene tan poco en cuenta como su padre: es una muñeca en mano de los hombres. No se trata de una obra feminista, sino sobre la dignidad humana. No se trata de una obra sobre mujeres, sino sobre las relaciones interpersonales. Ibsen desmenuza la institución matrimonial, criticando tanto el machismo como la comodidad femenina y la ambición de procurarse un casamiento ventajoso. Es un drama donde todos pierden, pero gana el amor, la honestidad y el respeto por el otro.

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