martes, 4 de mayo de 2010

Lolita


El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo
.
Jorge Luis Borges

"Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta."

Puede clasificársela como novela erótica, como tragicomedia o como un drama psicológico, pero lejos estaba Vladimir Nabokov de escribir una obra pornográfica o un elogio de la pederastia cuando en 1955 publicaba "Lolita". Claro que la historia de un adulto enamorado de una púber de 12 años no era cosa de andar contando en una sociedad que se caracteriza por reprimir sus deseos sexuales, así la historia termine mal y la perversión sea purificada con el castigo.

Lolita son dos personajes: el real, la chica que asoma al mundo de las hormonas, vulgar, sin cualidades extraordinarias más que la belleza universal de la juventud, precoz en las artes amatorias, y el ideal imaginado por este europeo de mediana edad que le confiere una singularidad, producto de su propia obsesión.

Tiene, sí, una conciencia innata en su poder de hembra, una seducción visceral que regula con una madurez anticipada. El resto lo pone Humbert, ese amante culposo y burgués: "Yo me empecinaba en mi paraíso escogido: Un paraíso cuyos cielos tenían el color de las llamas infernales, pero con todo un paraiso".

Si Humbert hubiera amado a la Lolita real sin reparar en las convenciones sociales, estaríamos ante un caso más de hebefilia, condenado por nuestras costumbres occidentales y cristianas, pero corriente en otras culturas y en otros tiempos. Lo retorcido de la trama no es Lolita ni es su sexualidad desbordante, sino la mirada condenatoria que tiene el propio Humbert sobre su relación. El recurso que utiliza Nabokov del doppelgänger, como si hubiera un Jeckyll y un Hyde pugnando en la mente del protagonista, es lo que le confiere un carácter perverso.

La novela está narrada desde el lugar de Humbert, cuando purga en la cárcel la condena por asesinar al rival que le roba su objeto del deseo y es una clase magistral de narrativa. Tiene varias lecturas y nos quedamos con la perspicaz descripción del autor sobre este mundo contemporáneo hipócrita e histérico, que escupe Humberts y Lolitas para luego señalarlos con el dedo de la moralina.

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