miércoles, 5 de mayo de 2010

MUJERES DESESPERADAS


A pesar de que hasta bien entrada la edad moderna los roles femeninos fueron representados por actores varones, las mujeres han estado presentes en la literatura desde sus comienzos. Ya el teatro griego nos proporciona personajes arquetípicos, como la Lisistrata de Aristófanes o la Antigona de Sófocles, exponiéndolas ya sea como modelos de virtud o reclamando su lugar en la sociedad patriarcal. Las heroínas griegas son bien tratadas por los autores, que no ven en la mujer la suma de todos los males, como ocurrirá en los siglos posteriores, bajo la más pura tradición judeo-cristiana. Ejemplo de esto es la Celestina, protagonista de La tragicomedia de Calisto y Melibea del bachiller Fernando de Rojas o la vieja Trotaconventos del Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita.

El Renacimiento, con su retorno a la escuela clásica, retoma la idealización de la heroína y así nos lo hacen saber Petrarca con sus versos para Laura y Dante Alighieri con su evocación de Beatrice en La Divina Comedia. William Shakespeare compondrá personajes femeninos más complejos, como Lady Macbeth, Julieta, Ofelia, Desdémona, Titania, Cleopatra, como compleja es el alma humana. Lo mismo hará Racine con su Fedra.

Durante el siglo XIX, con la consolidación del género narrativo, estas mujeres de papel serán dueñas y señoras. Así aparecerán las fantasmagóricas damiselas de Edgar Alan Poe, como Ligeia, Rowena, Morella, la potente Eugenia Grandet de Honoré de Balzac, la conflictiva Catherine Earnshaw en las Cumbres borrascosas de Emily Brönte, la paradigmática Madame Bovary de Gustave Flaubert, las hispánicas Marianela y Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós, las putas tristes y nobles como Margarita Gautier, La dama de las camelias de Alejandro Dumas o la Naná naturalista de Emile Zola. Tal vez el que más abordó y más comprendió el interior de estas mujeres de fin de siglo fue Henry James, exquisito diseñador de personajes femeninos como Daisy Miller y las protagonistas de Las bostonianas, Retrato de una dama y las Alas de la paloma.

El siglo XX nos proporciona mujeres fuertes, a veces odiosas por su falta de femeneidad, como la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos o la Madre coraje de Bertolt Brecht. Son tiempos difíciles, que también asistirán al nacimiento de una Molly Bloom, que tiene la responsabilidad enorme de cerrar esa aventura literaria que James Joyce tituló Ulises. No podemos obviar a la deliciosa Eliza Doolitle de Pigmalión, obra de George Bernard Shaw, más conocida por su adaptación como My fair lady ni a la aguda y simpática Miss Marple de las novelas detectivescas de Agatha Christie.

Barriendo para casa, no podemos olvidarnos de Emma Zunz, el cuento de nuestro mentor y de La Maga de Rayuela, la novela de Julio Cortázar>.

Esta tarde, pusimos mantelitos en las mesas del bar de Tlön, echamos a empujones a los borrachines de siempre e invitamos a las damas a un tradicional té con masitas.

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