martes, 4 de mayo de 2010

Bernarda Alba


Las mujeres no miden jamás los sacrificios; ni los suyos, ni los de los demás.
Madame de Stäel

"En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas."

Tras la desgracia de la muerte del padre, un negro panorama se abre para las cinco hermanas que viven bajo la tiranía de esta madre odiosa y conservadora. Bernarda Alba es un personaje abominable, con el cual es imposible generar empatía alguna. Las tiene todas en contra: es cruel, insensible, clasista, pacata.

Federico García Lorca no escatimó cuando compuso esta simbología de la represión femenina, fiel a su propósito de retratar oprimidos. El drama en tres actos se representó por primera vez en Buenos Aires, en 1945, con la compañía de la inolvidable Margarita Xirgu y fue posiblemente escrito en 1936.

El subtítulo es "drama de mujeres de los pueblos de España", como para que entendamos que las Bernardas no eran un invento del poeta, sino producto de la observación del artista. Aquí el respeto por una tradición absurda, del más puro oscurantismo medieval, sume a un grupo de mujeres en el aislamiento, privándolas del goce del amor, de la maternidad y del contacto con el mundo.

Enorme sacrificio que solamente obedece a parecer antes que ser. Bernarda se preocupa más por el qué dirán que por los sentimientos de sus hijas, transformando la casa en un infierno de odio y resentimiento. Quien se rebela, quien no encuentra lugar en esta cárcel del espíritu, no sobrevive.

"Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe!"

Adela, la menor, que se ha enamorado de Pepe, quiebra la hegemonía materna, pero lo paga con su vida. Y aún así, en el dolor de la muerte de una hija, Bernarda privilegiará las apariencias:

"Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.

Martirio: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.

Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!"

Lorca deja abierto el final, como para que imaginemos cómo continuará la casa. A pesar de que es posible que nada cambie, preferimos pensar que a Bernarda le da un buen patatús y se deja de joderle la vida a las cuatro hijas que le quedan.

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